¿Imposible? Sí, hombre…

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Leo con curiosidad –ya ni siquiera me altera– que una pareja muy conocida en redes ha tenido que claudicar. Elon Musk y Grimes querían ponerle a su hijo X Æ A-12 pero no pudo ser porque en el registro de California no aceptan incluir números en un nombre de pila. Ahora la criatura se llamará X Æ A-XII.

Bueno, primer trago de la mañana. ¿No les ocurre a ustedes, últimamente, que ante algunas cosas no saben si reír o llorar? Esto de los nombres es un mundo. Cuando a mi hija quise ponerle Ginebra en el registro de aquella época nos contestaron que era imposible. Por mucho que yo les explicaba que era en honor de la reina Ginebra del rey Arturo ellos se obcecaban en verle nombre de bebida alcohólica. Finalmente, sólo conseguimos pactar que fuera Gina.

–¿De qué viene?

–De nada.

–¿Diminutivo de Georgina o de ­Regina?

–Diminutivo de nada. Como en el santoral italiano.

–Ah, ¿Luigina?

–Haga lo que quiera.

Por eso podría empatizar con la pareja que quiso ponerle a su hijo un nombre que suena a computadora antigua pero no lo es. Une tres conceptos en triángulo: amor, inteligencia arti­ficial y la marca de su avión favorito. El fundador de Tesla y la cantante canadiense tienen todas mis bendiciones.

Salvador Dalí contaba que su mayor trauma, el origen del resto, fue un hermano que falleció a los tres años a causa de una infección. Corría 1903 y sus padres se sentían devastados hasta que, por fin, llegó otro hijo. Pensaron nombre y… ¡le pusieron el mismo que ya llevaba el muerto!: Salvador. Dalí, sintiéndose hijo secundario, fotocopia en lugar de original, reclamó una identidad propia.

Y eso que, desde que sé que en siete años por el Eixample circularán coches autónomos, nada me altera. Y que Rusia no permitirá que se privatice la Luna. Todo publicado, todo contrastado. El amigo Donald firmó el pasado 6 de abril una disposición de apoyo a la explotación comercial de la Luna y otros cuerpos celestes.

Propongo que la RAE elimine algunas palabras. Imposible. Increíble. Inimaginable. Porque en los días que vivimos, si no es que soñamos y me temo que no, ya no quedan imposibles, todo es penosamente creíble. Imaginen cualquier cosa irreal, la más marciana, la que quieran. Pasará.

Como quien no quiere la cosa, me comunica mi otro hijo que si tiene un vástago, léase mi nieto, le llamará Isard, como la cabra más hermosa del Pirineo. Lo veo.