Guirigay impresentable

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Es desmoralizador que en un momento tan delicado de la historia de España, el Congreso de los Diputados se convierta en una pelea de gallos. Faltos de propuestas, henchidos de ira, escasos de empatía, los parlamentarios han dado muestras de su poca inteligencia emocional y de nula consideración política. El lamentable espectáculo del vicepresidente Pablo Iglesias tratandoa Cayetana Álvarez de Toledo de marquesa en lugar de hacerlo como señoría, que fue replicado por la portavoz del PP acusándolo de ser hijo de un terrorista, tuvo un segundo capítulo en la Comisión de Reconstrucción. Allí, de nuevo Iglesias salió a escena para proclamar que los líderes de Vox quieren dar un golpe de Estado pero no se atreven e Ivan Espinosa de los Monteros abandonó la sala diciendo que aquello era un espectáculo lamentable, propio de un marxista comunista. No quedó la cosa ahí, pues la diputada de Vox, Inés Cañizares , aún definió a Nadia Calviño “como el dique de contención de los pirómanos comunistas.”

Por fortuna, a Patxi López , presidente de la Comisión de Reconstrucción, le dio un ataque de lucidez y paró el debate: “¿Para qué estamos aquí? Para nada. Deberíamos ser capaces de autocensurarnos un poquito para estar a la altura de las circunstancias. La gente no espera que estemos todo el día en la crítica, el insulto, la descalificación y el tú más”.

Hemos llegado a un punto que lo menos insultante son las palabras. “El insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe”, escribió Diógenes de Sinope , hace nada menos que veinticinco siglos. Pero lo realmente indignante es que un país, con 3,5 millones de parados, 4 millones de personas en ERTE y 1,3 millones de autónomos sin ingresos, tenga a sus diputados tirándose de los pelos y lanzándose insultos. Es un claro desprecio a los ciudadanos ante la crisis provocada por el coronavirus, que la Comisión de Reconstrucción sea este guirigay impresentable, sin propuestas que ofrecer a una sociedad que les mira con estupor, convencida de que el gran problema de este país, tanto como la economía es su clase política.

Si cada insulto que se ha escuchado en la Cámara fuera una propuesta para salir de la crisis, es evidente que estaríamos en una situación privilegiada para afrontar el futuro. El drama es que cada vez los diputados se insultan más, si bien cuando lo hacen demuestran su progresiva falta de ingenio. Pero no cobran de nuestros impuestos para desacreditar al rival, sino para ofrecer soluciones a los problemas de los ciudadanos. El Congreso se parece a Twitter, red social que el profesor de Cambridge Matt Haig definió como un bar de madrugada cuando se han acabado las copas y te han abandonado los amigos.

Más de uno ha recordado estos días a José Antonio Labordeta , de la Chunta Aragonesista, que, tras oír las chanzas sobre su persona desde las filas del PP, les gritó: “¡A la mierda!” y se bajó del estrado. No resultó una invitación al decoro, pero al menos fue la respuesta sincera por el hartazgo ante la pésima educación parlamentaria.