Minneapolis en llamas

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George P. Floyd, un ciudadano negro de 46 años, falleció el lunes en la ciudad estadounidense de Minneapolis tras ser detenido por la policía. El agente Derek Chauvin, de 44 años y blanco, detuvo a Floyd y lo mantuvo inmovilizado en el suelo, presionándole con su rodilla sobre el cuello. Tras advertir repetidamente al policía que estaba asfixiándole, Floyd perdió el conocimiento. Luego fue llevado a comisaria y, al poco de llegar, se le declaró muerto. El personal de la ambulancia que lo trasladó declaró que estaba ya sin pulso. El alcalde de Minneapolis, Jacob Frey, despidió del cuerpo policial a Chauvin y a otros tres agentes que presenciaron la detención, decretó el jueves el estado de emergencia en la ciudad durante 72 horas y declaró que “el agente que hizo el arresto provocó una muerte”.

Las protestas a raíz de los sucesos del lunes han incendiado la noche de Minneapolis. En la del jueves, los manifestantes asaltaron y prendieron fuego a la comisaría en la que trabajaba Chauvin. Durante los disturbios ha habido que lamentar más muertes y cuantiosas pérdidas materiales. Las protestas se han extendido ya a otras ciudades de Estados Unidos. La situación causa inquietud y un profundo pesar, porque llueve sobre mojado: impera la sensación de que el odio racial sigue siendo una fuerza poderosa y muy destructiva, contra la que no se ha actuado con suficiente coraje.

La violencia contra los negros no es en EE.UU. accidental, sino estructural. Hunde sus raíces en la esclavitud (abolida en un lejano 1865), en las leyes de segregación racial que implantaron los estados sureños disconformes con la abolición, y se ha enquistado en distintos niveles y estamentos sociales. Entre ellos, la policía. Una de sus expresiones recurrentes son los asesinatos de ciudadanos afroamericanos a manos de agentes. Los datos son, en este sentido, apabullantes. Alrededor de un millar de negros son asesinados cada año por la policía, y otros cincuenta mil son heridos. El 34% de los civiles desarmados asesinados por la policía son negros, cuando este colectivo supone el 13% de la población. Con una frecuencia indignante se producen nuevos asesinatos y las consiguientes protestas, donde las exigencias de justicia se mezclan con el vandalismo. Han surgido asociaciones como Black Lives Matter, que tratan de cambiar este estado de cosas. El propio jefe de la policía de Minneapolis, Medaria Arradondo, trabaja en esta línea. Pero el segregacionismo y la violencia perviven.

Estados Unidos debe defender los derechos humanos con mayor convicción. Tras la muerte de Floyd, el presidente Trump se limitó a calificarla de hecho “muy triste”. Joe Biden, su probable rival demócrata, la describió como “parte de un arraigado y sistemático ciclo de injusticia”. Y por tanto –añadimos nosotros–, como algo que debe erradicarse cuanto antes.