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LITTLE
REPORTAJE

Nostalgia de fútbol: una caldera de emociones (también) culturales

La abstinencia durante la pandemia de lo que amamos incluye a «la cosa más importante de las menos importantes». Un deporte que trasciende su condición de instrumento socializador para convertirse en inspiración de escritores, artistas y cineastas

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Año 2010, un sábado cualquiera semanas antes del Mundial de Sudáfrica, el de nuestra gloria. Jorge Valdano entra en la Librería Deportiva Esteban Sanz, cerca de la Plaza Mayor de Madrid, paraíso para los amantes de una literatura que intenta sintetizar lo que se vive en una caldera de emociones. El mediático exfutbolista y exentrenador es un cliente fiel. Esta vez viene acompañado de dos leyendas del fútbol, Maradona y Bilardo. Habían almorzado en un restaurante argentino junto a la Puerta del Sol. Empiezan a curiosear los libros y Bilardo termina por comprar uno. Esteban, el propietario de este establecimiento con medio siglo de historia, le pregunta a Maradona si no se anima él también. El Pelusa lo mira fijamente y, tocándose con un dedo la sien, le contesta: «No hace falta. Está todo aquí».

The Freemasons Tavern (Covent Garden, Londres), 26 de octubre de 1863. Una docena de representantes de clubes de fútbol del centro y los suburbios de la capital británica se reúnen alrededor de unas pintas de cerveza. Orden del día: crear la Football Association y, lo que es más importante, dotar al juego de unas reglas que lo diferencien del rugby, en especial en lo concerniente a la «conducción del balón». En 1871 el secretario de la FA, Charles Alcock, propone una «Challenge Cup» para todos los clubes asociados. Había nacido el primer torneo a nivel nacional. El fútbol profesional se legaliza en 1885 y, en 1888, nace formalmente en Manchester la liga de fútbol inglesa. El pub londinense donde empezó todo se llama hoy The Freemasons Arms y guarda recuerdos de aquellos tiempos heroicos.

Negocio y pasión

Entre las ausencias que nos han provocado un sentimiento de orfandad durante estos meses de pandemia está, sin duda, «la cosa más importante de las menos importantes» (frase que algunos atribuyen al propio Valdano y otros al técnico italiano Arrigo Sacchi), deporte que despierta sentimientos encontrados (hay quien lo convierte en el eje de su vida y quien lo desprecia como parte de la ecuación «pan y circo») y cuya industria genera anualmente en España 15.688 millones de euros (el 1,37 por 100 del PIB) y da trabajo a 200.000 personas, solo a nivel de clubes profesionales. No es casual que el anunciado regreso de la Liga a mediados de junio -si la crisis sanitaria lo permite- haya creado grandes expectativas. Nuestros políticos hablan más de la «desescalada» en el fútbol que en el sistema educativo.

El fútbol hace mucho que ha trascendido la imagen de veintidós tipos en pantalón corto persiguiendo una pelota, incluso ha desbordado su condición de engrudo social, su carácter identitario, de pertenencia, para seducir a finos cronistas, escritores, artistas y cineastas, que lo han convertido en una manifestación cultural, así, sin entrecomillados. La nostalgia del fútbol no solo se ha alimentado estos meses por la imposibilidad de ir a un estadio o sentarnos en el sofá frente al televisor para disfrutar de un partido. El fútbol también es cultura. Habrá quien lo considere una blasfemia. No toda la literatura inspirada por este deporte es homologable a una auténtica creación artística. Pero esta apreciación puede aplicarse al contrario: no todas los libros o piezas de museo pueden equipararse a la obra de arte que supuso el eslalon imposible de Maradona frente a Inglaterra en el Mundial de 1986.

«Si nos referimos a aquellas manifestaciones que reflejan los sentimientos, las vivencias y la identidad de un grupo de personas, la incorporación del fútbol como variante cultural fue bastante inmediata a su nacimiento como juego», comenta Rodolfo Chisleanschi, periodista y escritor deportivo, autor de Planeta fútbol y de una biografía del centrocampista argentino Miguel Ángel Brindisi. «Desde muy pronto en Inglaterra y Escocia su popularidad fue enorme. Un fenómeno que se fue repitiendo en casi todos los lugares del mundo donde el comercio o los soldados del imperio inglés lo fueron llevando».

Simbiosis natural

En España, el veneno se inoculó a finales del siglo XIX por parte de sus propios inventores en un lugar improbable, Huelva, concretamente en Minas de Riotinto, donde los anglosajones que trabajaban en Corta Atalaya y demás explotaciones de mineral empezaron a practicar este sport entre otros típicos de las islas, como el críquet.

«Si hablamos del acceso al arte o la literatura, el camino fue más largo», continúa Chisleanschi. «La aceptación del fútbol como materia a tratar por escritores, dramaturgos y cineastas surge tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, cuando las políticas que crearon el estado del bienestar en Europa Occidental permitieron el asentamiento de una clase media que sentía el fútbol como una diversión propia. Su acceso masivo a las artes y las ciencias eliminó las barreras que hasta entonces el fútbol había encontrado en el mundo intelectual y, poco a poco, esa simbiosis acabó convirtiendo a este deporte en tema recurrente de escritores, músicos, cineastas y demás creadores. El hincha habla de “mi equipo” y lo hace en primera persona: “ganamos”, “perdemos”. Se siente parte integrante de un colectivo y manifiesta una corriente de simpatía auténtica y espontánea cuando conoce a otro que coincide con sus colores. Colores que, por supuesto, nunca traiciona. La cultura es esto, incorporar al corazón, la piel, el cerebro y casi a la genética determinados rasgos de comportamiento y conocimientos que se transmiten a través de generaciones, y a partir de ahí convertirlos en manifestaciones artísticas, literarias, musicales…».

A favor y en contra

Rudyard Kipling criticaba el fútbol y «las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan». Henry de Montherlant, en cambio, le dedicó poemas y piezas teatrales: «No hay más que repetir las palabras del juego para que sienta el olor de la guerra», escribió. «Para vosotros, el foot-ball se reduce a una manera de hacer el mayor número de goals. Para mí, es un ejercicio que forma parte de toda una regla de vida: el cuerpo jugando lo mismo que deben jugar el espíritu, el alma el corazón, la carne, todo».

«Montherlant es el primer gran escritor de fútbol de la historia», señala José Antonio Martín Otín, «Petón», autor de un clásico del género, El fútbol tiene música. «Albert Camus, que fue portero profesional antes de dedicarse a la escritura, reconoció que “lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”».

Este conocido comentarista menciona a Valle-Inclán, que en un artículo del diario Ahora afirmó sin rubor: «El fútbol lo importé yo a España. En una partida histórica, celebrada en Aranjuez, fuimos porteros el conde de Romanones y yo. Empatamos los dos equipos: el Ría de Arosa y el Alcarria. El desempate -que tuvo lugar en el Ateneo, y en el que ganamos, por tres puntos, los del Ría de Arosa- fue algo épico». Y también al pionero Jacinto Miquelarena, director de la revista Campeón y corresponsal de ABC. Pero el fútbol tuvo que vencer muchos prejuicios. «Ortega decía que la diferencia entre el intelectual y el futbolista es que aquel era capaz de sorprenderse», añade Petón. «En la segunda mitad del siglo XX fue mal visto por la izquierda intelectual, que lo percibía como un elemento alienador. Pero las clases populares no lo veían así». En Argentina rompen la tendencia gigantes de las letras como Bioy Casares, autor de varios parlamentos al respecto («el fútbol es el deporte que practicamos desde la cuna, en la calle y con la pelota de trapo»); el periodista y escritor Osvaldo Soriano, que pidió ser enterrado con la camiseta del San Lorenzo de Almagro, y el humorista gráfico y escritor Roberto «El Negro» Fontanarrosa («Si hubiera que ponerle música de fondo a mi vida, sería la transmisión de los partidos de fútbol»). En España, autores como Manuel Vázquez Montalbán y Javier Marías han hecho suya esta cruzada.

Borges, en cambio, denostaba el fútbol. Para Rodolfo Chisleanschi, «una pura cuestión de clase. Pertenecía a un mundo elitista que, en su caso, se permitía un acercamiento al hombre del pueblo a través de sus personajes más identificables: el gaucho en el campo, el guapo del arrabal en la ciudad, elementos con virtudes basadas en la virilidad, la valentía y el coraje, pero que, sobre todo, hacían alarde de su soledad. A Borges le disgustaban las grandes manifestaciones populares, abominaba de la masa, a la que veía básicamente inculta. Era lógico que se situara en las antípodas del fútbol y nunca hiciera el menor esfuerzo por comprenderlo».

El crítico literario Fernando Rodríguez Lafuente recuerda que «para Pier Paolo Pasolini el fútbol era la última representación sagrada de nuestra época. Gonzalo Suárez firmaba crónicas deportivas bajo el seudónimo de Martín Girard, y tanto él como Cela escribieron relatos sobre el tema». Lafuente cita un puñado de títulos imprescindibles (Sobre el deporte, de Pasolini; Dios es redondo, de Juan Villoro; Un balón envenenado. Poesía y fútbol, de Luis García Montero y Jesús García Sánchez) y de cronistas con vocación literaria que elevaron el género a niveles de alta calidad, como Sarmiento Birba, Juan Cruz, Alfredo Relaño, David Gistau...

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La soledad de esta cancha improvisada sirve de metáfora a la nostalgia. La foto pertenece al libro «Planeta fútbol», de Rodolfo Chisleanschi y Andoni Canela (fotografía)

Librerías en peligro

«No hace falta. Está todo aquí». Jorge Sanz, hijo del fundador de la Librería Esteban Sanz, recordaría semanas después la frase de Maradona cuando eliminaron a Argentina, de la que el astro era seleccionador, del Mundial de Sudáfrica. «Nos dio mucha rabia. Tenemos un montón de amigos argentinos». Jorge desea continuar el negocio a pesar de la dificultad de vender libros, acrecentada por el golpe de la pandemia. «Hace veinte años había cinco librerías deportivas en España y ahora solo quedamos nosotros. Aunque hayamos cumplido 50 años, dudamos mucho de la rentabilidad del negocio. La especialización ayuda. Es más fácil defender tu nicho si es reducido. Las librerías generalistas de tamaño medio/pequeño lo tienen incluso peor. Compites contra un gigante [las grandes compañías de comercio electrónico] que devoran el mercado a una velocidad tremenda. Ahora pedimos hasta los capuchinos por mensajero».

No será por falta de títulos. Sobre deporte se publican entre 700 y 900 novedades al año. Los libros que mantiene un establecimiento son adquiridos y eso supone un inmovilizado tremendo, más en situaciones críticas como esta. Una de las principales novedades de este curso es Rivalidades crónicas. 10 ciudades europeas a través de sus derbis ( Panenka, editorial que lanza también una revista mensual en papel que se define «de cultura futbolística», una delicatessen ajena a la brocha gorda), de Jordi Brescó, con fotografías de Pau Riera.

No es un simple juego

El libro es un magnífico reportaje de largo aliento. Brescó es reportero de viajes en la revista Altaïr. Al volver de uno de sus periplos, se dio cuenta de que «el fútbol es uno de los elementos de entrada a una ciudad o territorio, lo mismo que el paisaje urbano, el arte o la gastronomía. En un derbi, la ciudad se transforma; encontramos dos versiones de la misma y, al mismo tiempo, se vertebra, se socializa. El fútbol no es un simple juego. Lo contrario sería como afirmar que los Beatles eran cuatro melenudos que tocaban instrumentos. La experiencia más sorprendente la viví en el derbi de Estocolmo entre el Allmänna Idrottsklubben y el Djurgårdens IF Fotboll, dos clubes modestísimos a nivel europeo pero con una gran solera (fueron fundados en 1891). El sueco es una persona fría, no grupal, pero dentro del estadio se transforma: utiliza el fútbol para sentirse parte de una comunidad y vencer las convenciones sociales».

«Hay muchos más libros que literatura», concluye Rodolfo Chisleanschi. «El oportunismo (un equipo campeón, por ejemplo) o las biografías de las principales figuras derrotan por goleada a las novelas, los cuentos o los ensayos con temática futbolera. Eduardo Sacheri, Ariel Scher y muy pocos más siguen por ahora los pasos de Fontanarrosa o Soriano. Las editoriales demandan productos de venta rápida, y las obras literarias merecen una elaboración mucho más prolongada y trabajada».

Todos los libros caben en la cabeza de Maradona, que tiene iglesia propia. Tal vez algunos de ellos han servido de consuelo a los nostálgicos terrenales en este tiempo de abstinencia. A los que, como confesó el escritor uruguayo Eduardo Galeano, se han quedado «con esa melancolía irremediable que todos sentimos después del amor y al final del partido».