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Terrazas abiertas en el centro de Sitges.MASSIMILIANO MINOCRI / EL PAÍS

Apertura en julio | Editorial

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El anuncio del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de que a partir del 1 de julio se recuperará el flujo turístico con seguridad y normalidad ha permitido recobrar un cierto grado de confianza en que la temporada no está perdida y que todavía cabe una recuperación del mercado. Los daños causados por la parálisis de los viajes y el cierre de hoteles y restaurantes son de una gravedad sin precedentes: se ha registrado una pérdida de ingresos superior a los 124.000 millones y están en situación de ERTE casi 918.000 trabajadores. Lo perdido difícilmente se recuperará; pero el plan de reabrir el flujo turístico a partir del 1 de julio despeja al menos una incógnita temporal y permite al mercado prepararse.

No todo está hecho, por supuesto. La reputación del sector turístico español ha salido malparada de la crisis vírica aunque solo sea por el hecho de que es uno de los países europeos más afectados por la pandemia. La confianza de los visitantes (más de 83 millones en 2019) exige una seguridad absoluta, sin sombra de duda, en las condiciones sanitarias e higiénicas del país. Cualquier repunte de la enfermedad causado o favorecido por las prisas en normalizar el flujo turístico acabaría por arruinar el ejercicio económico. El turismo significa el 15% del PIB español (es el país que registra una mayor contribución del turismo a la riqueza nacional), de forma que para los intereses de la economía española y para los del propio Gobierno es imprescindible que el sector se ponga al frente de la reactivación esperada a partir del segundo semestre del año.

La solución óptima sería conseguir esa seguridad sin recurrir a cuarentenas impuestas a la llegada a España (en las que, por cierto, parece que ya no piensa el equipo de reconstrucción económica). En primer lugar, porque son disuasorias para quienes quieran pasar aquí días de verano; y sobre todo porque son cautelas o prohibiciones difíciles de aplicar. Cuando se trata de medidas restrictivas o simplemente de control es aconsejable pensar si hay recursos para llevarlas a cabo en la práctica. Es más positivo implantar medidas de seguridad estrictas, pero rápidas, en la frontera y favorecer, incluso con ayudas directas, la adopción de sistemas masivos de esterilización en establecimientos y hoteles que recurrir a soluciones dudosas.

El arranque turístico en julio debería ser cauteloso, precisamente para garantizar la seguridad sanitaria y para evitar retrocesos catastróficos. A favor del turismo en España tiene que jugar el que en los destinos exóticos el control de la pandemia va a exigir más tiempo y el que las rutas aéreas de larga distancia serán probablemente las últimas en reanudarse. Una estrategia sensata es incentivar en primer término el turismo de proximidad, es decir, el flujo de países próximos que, además, por regla general, tienen condiciones similares de control de la covid-19. En la medida de lo posible, el retorno de la normalidad turística en España debería acompasarse con el que ya han planeado otros países europeos (como Alemania). Pero con el criterio fundamental de que importa más garantizar la seguridad sanitaria que apresurarse para competir con países con distinta intensidad y desarrollo en los brotes de la covid-19. El retraso al respecto puede compensarse sobradamente con la seguridad y la infraestructura sanitaria nacional.