El Fonca y la oportunidad que perdió el gobierno

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"El gobierno ha preferido el maltrato a los artistas e intelectuales mexicanos". (Arte digital: Ángel Soto)

Quien conoce, de modo suficiente, el desarrollo de la cultura mexicana del siglo XX, sabe que el Fonca (Fondo Nacional para la Cultura y las Artes) no fue una invención del gobierno salinista y, peor todavía, una cooptación para amordazar a la intelectualidad y a los artistas. La más rápida mirada a nuestro arte contemporáneo revela que los mejores proyectos de la creación contaron con apoyo institucional como una conquista de los creadores.

En el México posrevolucionario, Vasconcelos patrocinó la revista El Maestro, donde Ramón López Velarde publicó su poema crítico “La suave Patria”; Bernardo J. Gastélum, como secretario de Educación, apoyó a Contemporáneos y Ulises y el general Heriberto Jara, gobernador de Veracruz, a la vanguardista Horizonte; más tarde José Muñoz Cota, en Bellas Artes, ayudó a Antonin Artaud; luego, la SRE, al final del cardenismo, promovió una exposición de Miguel Covarrubias en el Museo de Arte Moderno de Nueva York y, en 1952, la exposición de arte mexicano, curada por Fernando Gamboa en París; en esos mismos años, El Colegio de México y el Centro Mexicano de Escritores otorgaron becas de ayuda a jóvenes que se convirtieron en grandes escritores; después, a raíz del 68, el gobierno impulsó la creación artística e intelectual haciendo crecer su trabajo en FCE, INBA, Fonapas, DGP e ISSSTE, hasta la fundación de Cnaculta y después el Fonca.

¿Qué animaba este proceso? La idea de nuestros grandes creadores, no del gobierno, de que garantizar la creación de alto nivel intelectual era una forma crítica de la mejor grandeza mexicana y de la independencia política personal. Paz, Tamayo, Fuentes, Monsiváis, Toledo —todos duros críticos— sabían muy bien que el arte requiere un apoyo decidido y que contar con un sistema de soporte formal sería una palanca de progreso.

El Fonca debía mejorar. Había procedimientos que permitían decisiones equivocadas y viciosas. Sin embargo, quien haga un balance de las obras producidas gracias a este sistema, verá su éxito. Para demostrarlo ahí están, por ejemplo, Antonio Deltoro, José Luis Rivas, Daniel Sada, Graciela Iturbide, Germán Venegas, Gabriel Orozco o Roberto Parodi que, aunque hartos del oficialismo, son defensores de la cultura.

Como mexicano, uno siente mucha tristeza al ver que este gobierno tiene gusto por la destrucción y la denigración y que ha perdido la enorme oportunidad de cambiar a México. Nuestro país había logrado grandes avances (el neoliberalismo lo hizo una economía emergente, es decir, de segundo mundo). Sin embargo, había —hay— una corrupción y desigualdad insoportables. Sin ideologías, rencores y complejos, el gobierno podría haber combatido los abusos evidentes de los empresarios y poner un alto a la corrupción político-económica. Pero ha preferido el camino antidemocrático de la “inteligente” dialéctica histórica (buenos /malos, fifís / pueblo) y el maltrato a los artistas e intelectuales mexicanos. ¿Podrán ver que esto es, de otro modo, reaccionario, lamentable y necesariamente triste?

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