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Imagen del concierto de Rulo y la Contrabanda en el Palacio de festivales de Cantabria.miguel de arriba (sercd)

El primer “contraconcierto” de la nueva y distanciada era de la música en directo

Rulo y la Contrabanda protagonizan ‘La cultura contraataca’, una iniciativa cántabra para recuperar los conciertos tras la pandemia con solo 100 asistentes separados

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El coronavirus ha robado los conciertos en los que saltar era la única forma de conseguir aire y se ha llevado aquellos abrazos sudorosos entre vasos compartidos, pero no ha podido con la música. Nadie brinca; todos disfrutan sentados en sillas separadas por dos escrupulosos metros. Los acordes y la voz de Rulo y la Contrabanda han convocado este viernes por la tarde a 100 asistentes con el deseo de volver a un mundo en el que la música en directo no sea una amenaza para la salud pública.

El vocalista y guitarra, que sale al pequeño escenario con mascarilla y se enfrenta con éxito al piano, avisa a su público nada más iniciar el espectáculo: “Estáis muy tímidos”. La gente comienza a corear sus canciones y a acompañar con palmas este novedoso concierto que empapa de música el exterior del Palacio de Festivales de Santander, frente a la bahía. Paseantes y pescadores aprovechan la tarde de sol para disfrutar desde lejos esta sesión más íntima durante una hora y media que parte de una iniciativa de la consejería de Cultura de Cantabria. El nombre, La cultura contraataca, avisa de que el cambio de fases significa más pasos para recuperar la vida cultural paralizada por la pandemia.

Rulo “y la contrabandita”, como bromea el ex de La Fuga por haber tenido que reducir efectivos para respetar las normas, comparte cartel con la Billy Boom Band, Vicky Gastelo, Repion y Deva, todos cántabros y que tocarán en distintas localidades este fin de semana. El objetivo, explica el de Reinosa antes del espectáculo, es destruir el “síndrome de la cabaña” del confinamiento y demostrar la “capacidad humana de supervivencia”. La cuarentena, que ha aprovechado para componer cuatro piezas acústicas, le ha remarcado el valor de la música como “bálsamo”. Se avecinan tiempos duros, avisa: él puede aguantar económicamente dos años parado, no así el equipo técnico que acompaña a las caravanas de los artistas famosos. Pero es optimista y cree que la sociedad aprenderá la lección.

Su público sonríe ante sus confesiones y mensajes de ánimo. Nadie osa mirar al atardecer sobre el Cantábrico: todos observan a Rulo. Algunos contienen un sollozo; otros hacen coros más para sí que para ser escuchados; hay quien se abraza a sus piernas sobre la silla. El grupo, que estaba llenando salas de miles de personas en su gira, tiene ante sí a unos fieles que coinciden en lo íntimo del reencuentro con la música, como aquellos bolos en garitos de poca monta que ponen la primera piedra de grandes carreras. Así lo cree Felipe Peredo, de 23 años, con gorra y camiseta oficial del grupo. “Sigo a Rulo desde que tengo memoria”, destaca. Se encuentra “ilusionadísimo” por volver al ciclo de los conciertos de manos y voz de su admirado cantante. Ha incumplido su promesa previa al rasgueo de las guitarras: “A la segunda canción me levantaré, no puedo estar sentado”. A cambio, se emociona y canturrea sin controlar del todo el movimiento de sus piernas.

Comentaba Rulo antes de empezar que su gran temor era no aguantar la emoción de “las dos o tres primeras canciones” tras demasiadas semanas encerrado. La música espanta sus miedos y deja escenas extrañas, como que artistas y espectadores charlen tranquilamente entre temas y comenten la odisea de llevarse una de las preciadas entradas. También chirrían esas fotos de amigas que han venido juntas y se inmortalizan sin acercar un milímetro sus sillas. El formato, dice el cantante, permite evitar la fría imagen de butacas vacías en escenarios de interior. Asume que tendrá que acostumbrarse una temporada. Hay quien, no obstante, se consuela. Lucía de Miguel, de 13 años, explica que es todo “un poco raro” pero que al menos puede ver a Rulo sin que nadie se le ponga delante o la empuje: “Es que soy bajita”. Solo al final del todo se ponen en pie para ovacionar este paso hacia la normalidad.

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