La década del río

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Una de las apuestas ambientales más decisivas de las últimas décadas ha sido el rescate del río Bogotá. Las penurias del afluente, registradas en anales internacionales que lo clasifican como uno de los más contaminados del mundo, encontraron eco en decisiones judiciales que le pusieron orden al tire y afloje que había pospuesto su recuperación. Mal que bien, las partes han venido honrando sus compromisos, y se ha avanzado en la adopción de medidas para mitigar el daño ocasionado. Hablamos de autoridades locales y regionales, de la empresa privada y de las mismas comunidades asentadas a lo largo de sus 380 km de recorrido, y que pueden sumar 9 millones de personas.

Como lo precisaba un reciente informe de este diario, la que comienza será una década clave para el afluente; por tanto, no se puede bajar la guardia frente a las acciones por seguir. Y quizás la más importante de ellas sea el progreso en materia de infraestructura con la ampliación de la planta de tratamiento (Ptar) Salitre, que, si todo sale bien, empezará a operar en poco tiempo y permitirá descontaminar el 30 por ciento de las aguas residuales de la capital. Y los diseños y adjudicación de la fase II de la planta Canoas, por 4,5 billones de pesos, que aumentará la descontaminación de esas mismas aguas en un 70 por ciento y en el 100 por ciento para las del municipio de Soacha.

El otro factor determinante es la concurrencia de propósitos en los planes de desarrollo de la región. Sin ese compromiso, es difícil que el proceso siga avanzando. En el caso de la capital, el plan ya fue aprobado en primer debate por el Concejo, y en él se contempla una estrategia para reducir la contaminación de los principales afluentes que nutren al Bogotá: los ríos Fucha, Salitre y Tunjuelo. La Empresa de Acueducto ha mantenido los avances que se traían en obras civiles de alcantarillado para la recolección y el transporte de aguas residuales a través de túneles e interceptores, trabajos que demandan inversiones por 3,6 billones de pesos.

El río no solo lo contaminan grandes y pequeñas industrias, sino la misma gente, que en adelante debe ser parte de la solución.

No menos importantes son las labores que tendrán que emprenderse –también a buen ritmo– en materia de restauración ambiental, control de vertimientos y pedagogía. La continuidad del corredor ecológico del río Tunjuelo (de 11 km), con senderos peatonales y ciclorrutas, concebido en el gobierno pasado, así como un estricto monitoreo de los más de 1.600 agentes contaminantes que han sido detectados deben ir a la par con los desarrollos de las grandes obras. Toda acción que se acometa –no solo en lo que corresponde a Bogotá, sino a los 46 municipios de la cuenca– contribuirá a que en el 2030 se pueda navegar libremente y sin peligro por este caudal.

Ya van más de 15 años desde el histórico fallo que conminó a los involucrados a poner de su parte. En la pasada administración se asignó el presupuesto más grande que se haya dado para tal propósito, cerca de 3 billones de pesos. Lo que sigue va a depender de la seriedad con que se cumplan las obligaciones y de una labor de cultura ciudadana para salvar este recurso natural. Al río no solo lo contaminan las grandes y pequeñas industrias, sino la misma gente, que en adelante debe ser parte de la solución. Como lo dijo la Secretaría de Ambiente, la responsabilidad es de todos.

EDITORIAL
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