Martí y la fama

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Iba yo por calle 24, tras el rastro del pan nuestro de cada día, cuando me encontré con el poeta Catalino Fuentes. Traía una barba que inevitablemente se le desparramaba más allá del nasobuco. Nos codeamos por saludo seguro y luego me dijo:

“Con COVID o sin COVID, hablaremos de Martí”.

No sé por qué pensé entonces, con alegría, en el valor de la humildad ante la fama.

Hay una carta del Apóstol a Maceo donde le escribe: “Yo no trabajo por la fama, mi General, porque toda la del mundo cabe en un grano de maíz; trabajo por poner en vías de felicidad a los hombres que hoy viven sin ella”.

Pero a no pocos se les sube la fama para la cabeza. Unas veces por el dinero, por el éxito, los premios, el poder…o porque la persona tiene eso de andar con el moco estirado.

¿El poder y la fama? Una vez le escuché decir al teólogo Frei Betto: “Si quieres saber quién es Juanito, dale un carguito; no es que Juanito cambia, es que Juanito se manifiesta”. Todos tenemos un poco de poder, el asunto es qué hacemos con él. En una obra de Antón Arrufat, un portero no deja entrar a una persona a cierto lugar, luego entra otra…la dejan pasar. Entonces la pregunta: “¿Por qué no me dejó entrar a mí y al otro sí? ” La respuesta: “Porque decir NO es mi cuota de poder… ” Ese es el asunto, cómo convertir el poder en acto de creación y no en vanidad arbitraria, o en fama desmedida.

A los extremadamente vanidosos, a los que se creen cosas, a los dominados por la fama, a los que miran por encima de los hombros, a los que confunden a los otros con hormigas, a los que la fama no les deja hablar con nadie para no contaminarse… les hago una pregunta:

¿Si toda la fama del mundo cabe en un grano de maíz…, dónde cabe la fama de un hombre?, bastaría un recipiente microscópico, y sobraría el espacio de la nanociencia más enana.

Si usted se encuentra a un engreído por la fama, no se impresione. Mire lo que encontré en la tesis doctoral de un español: Los Imaginarios Órficos: “El mismo tubo que se comunica con la boca de la que nos sentimos orgullosos, se comunica con el ano del que nos avergonzamos”. ¡Eso vale para el príncipe y el mendigo!… Por eso la poetisa, mirando a los vanidosos, dice: “Tan cargaditos que van…”. No me pregunte de qué va cargadito el tubo que une la boca con lo otro, trate de imaginar.

A toda la fama del mundo, que cabe en un grano de maíz, le espera el olvido… Martí, tan grande y genial, expresa: “El arroyo de la sierra me complace más que el mar”… Sencillez de comprender el mensaje del Eclesiastés: “Del polvo venimos todos, y al polvo vamos a parar”. Por eso, ría sabiendo que no somos ombligo de ningún mundo. Ría como el poeta que me habló de Martí en calle 24, desde un nasobuco que no impedía la barba rebelde escapando de la tela blanca cuando iba yo tras el pan nuestro de cada día.

(*) Colaborador y profesor de la Universidad Jesús Montané Oropesa