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Cubanos se aglomeran en un mercado de La Habana, bajo la vigilancia de agentes de la policía, para comprar alimentos (Foto: AFP)

El peligro de enfrentar al lobo y a la caperucita

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Los enmarañados enfrentamientos del poder nos convirtieron en esos violentos pendencieros que somos hoy

LA HABANA, Cuba. – Cuba, su gobierno, habla con muchísima frecuencia de amenazas. La prensa oficial relata a diario las agresiones que podrían llegarnos desde afuera, de un afuera muy cercano y de atroz apariencia. En Cuba se alude constantemente a un mundo unipolar donde el malo trata de desacreditar al “bueno”, que no es otro que ese “gobierno revolucionario” que se hace acompañar de una “secta” de fieles y de un grupo, algo mayor, que simula serle fiel.

Durante años nos hemos cansado de escuchar lo mismo: agresiones militares, económicas, biológicas… La prensa gubernamental, única “legítima” en la Isla, se empeña en visibilizar a un lobo feroz que enfrenta a una caperucita muy roja, muy tierna y bondadosa, y lo hace con tanta vehemencia, con tanta “devoción”, que algunos hasta sienten ganas de besarle los pies a la “caperucita”, aunque le apesten.

A pesar de las muchas fidelidades, ya escuché hablar, y mucho, de “preparación para la defensa”, una preparación muy costosa que agrava nuestras vidas, que las amarga y las pone al borde un precipicio que asusta, incluso, “al más pinto de la paloma”. Es muy común que se recurra, para impresionarnos, a la mención de grupos terroristas y a epidemias, y sobre todo a un “bloqueo” que llegó antes de que yo naciera, desde que John F. Kennedy se sentara en la silla presidencial, desde aquellos días en que el muy bravucón gobierno cubano casi hace desaparecer la Isla, cuando mis padres aún no se habían conocido.

A veces pienso que pude no haber nacido, que gracias a esa vocación belicosa de la “revolución naciente” y a su empeño en ostentar misiles y suponer campos de batalla se pudo destruir esa muy breve “esencia” que fui en los testículos de mi padre y que luego fecundaría uno de los óvulos de mi madre. Así muchos han pasado la vida en esta tierra, así muchos entraron a la muerte, con miedo a una guerra, y a la muerte.

Así hemos pasado la vida, enfrentados, enfrentados y enfrentados a un enemigo con una “séptima flota”, esa séptima flota que, dicen, hacía notar con mucha frecuencia Virgilio Piñera para advertir el poderío militar de los del “Norte”, y también el absurdo empecinamiento de los cubanos de enfrentarlo. Supongo que a Virgilio le espantaba el boconeo que nos ponía cada día al borde de la muerte, incluso después de los misiles.

Y nada cambió hasta hoy; y esa “machanguería bravucona” nos pone en peligro cada día y hace que muchos cubanos actúen irresponsablemente. Desde que se instalara ese pendenciero discurso nacionalista no pocos cubanos lo asumieron, lo incorporaron a sus esencias. Ese “aguaje”  se instaló en el “ser cubano” y el discurso político y sus enfrentamientos con múltiples enemigos nos hicieron más liosos, más guapetones. Los enmarañados enfrentamientos del poder nos convirtieron en esos violentos pendencieros que somos hoy.

Los cubanos son hoy más agresivos que en otros tiempos, mucho más que en aquellos días en los que se vivieron algunas escaramuzas, aquellos días en los que se ensayaron episodios bélicos. Muchos cubanos son hoy más “breteros”, más peligrosamente liosos, más burdos y chusmas que en años atrás, y también más vagos que en aquellos otros días que hicieron escribir a José Antonio Saco sobre la vagancia en Cuba, y eso es culpa del gobierno que lleva al escandaloso pronunciamiento en la calle, cuando sería mejor trabajar y trabajar.

Ese gobierno se aprovechó, y todavía se aprovecha, de esas “aptitudes cubanas” para enfrentar a unos con otros, como sucediera en aquellos violentos días del Mariel, en los que el gobierno incitó a la agresión, a la tiradera de huevos, a las palizas y luego siguió el escarnio, la vigilancia, la persecución, el chivateo, y luego otra vez, y una vez más, hasta hoy, y seguirá mañana, y vendrán otras violencias, siempre amparadas en la “defensa a la revolución”.

Los cubanos se pelean en la calle para montar a una guagua y también para bajarse, se fajan para comprar comida. Los cubanos nos peleamos, y el gobierno se aprovecha de esas propensiones a la pendencia, y echa a pelear a unos con otros cuando le resulta conveniente. Una muestra de lo que aseguro es la aparición de un nuevo habitante en las redes sociales, un ser que se hace llamar “Mojón oloroso”, quien, sin dudas, no es más que un camorrista que decidió, por órdenes de arriba, agredir a un grupo de periodistas independientes, y entre ellos estoy yo.

Hace unos días este “Mojón oloroso” me escribió: “Hoy vamos a darte un mitin a las nueve, por mercenario y por feo. Así que prepárate porque a pedradas vamos contra ti”. La advertencia me asusta; ya se lo que es recibir pedradas en mi casa, pedradas que rompen cristales y que luego cuestan muchísimo dinero reponerlos, y hasta tendría que volver a traer al cristalero del barrio, que siempre anda borracho y cobra carísimo. Lo sé porque ya lo traje hace unas semanas, y con el COVID-19 andando, y hasta le temí más que a las pedradas que antes rompieron el cristal.

Debo confesar que me asustó la amenaza de “Mojón”, que me molestó que me dijera feo, tanto que me fui luego, y tras la amenaza, hasta el espejo, para preguntarle quien era el más feo, y el espejo aseguró que los agresores, los amenazadores, los que no ponen la cara frente al espejo ni en ningún sitio, ni siquiera porque tienen todo el respaldo del poder. No se muestran porque son cobardes y sucios, porque operan con mentiras, sabrá Dios a cambio de qué.

Y no nos engañemos, estos agresores anónimos, estos malnacidos en Cuba, están amparados, guiados, por el gobierno, por ese infame aparato de “seguridad” que agrede, que enjuicia y pone tras las rejas, y a veces mata. “¡Aquí nadie sabe quién es quién!”, eso decimos los cubanos, lo que sin dudas conviene al gobierno. Ellos provocan la desconfianza, ellos pretenden que supongamos al chivato, al agresor, en la piel de cualquiera, y mucho más en estos días de desabastecimiento y enfermedad, en estos días peligrosamente desesperados.

Y ahora decidieron amenazarme otra vez, y también a Maykel González Vivero, a María Matienzo, Yosvany Mayeta, Nonardo Perea. Todos los amenazados, los “sentenciados”, hacen públicos sus desacuerdos con el gobierno. Todos nos pronunciamos en las redes sociales o escribimos en medios independientes, y ninguno esconde su apego a la verdad. Y resulta curioso que algunos de los amenazados vivan fuera de Cuba, pero los jenízaros creen en la utilidad del miedo en cualquiera de las geografías posibles.

Ellos creen que el miedo somete, y quizá tienen razón. El miedo se hace grande, y hasta resulta comprensible, porque no sabemos de qué lugar saldrá el ataque, la pedrada que rompe un cristal o quiebra un hueso. El miedo hace desconfiar de los otros, de muchos, de todos; cualquiera puede esconderse detrás de ese “Mojón oloroso”. En Cuba se puede decir, como Neruda, “Tengo miedo de todo el mundo,/ del agua fría, de la muerte”. El agresor puede estar en cualquier cuerpo, sin que se consiga identificarlo, y eso hace que sea mayor la angustia, y más conveniente al gobierno. Cualquiera puede ser el agresor que lanza la piedra, el que rompe un hueso o mata, por eso se le teme a tantos, incluso a todos.

Cuando no se consigue identificar al agresor se le busca en todas partes y el miedo se hace inmenso, se busca en todas partes, en cada cara, y se sortean los riesgos y se evitan las pedradas, se esconden las oposiciones, y eso lo saben muy bien los comunistas; ellos reconocen que su poder no está en las bondades que cacarea, su poder está en el miedo que provocan. Cuando la amenaza la hace un desconocido, alguien sin rostro, un fantasma, se confunde al lobo con la caperucita, y eso es lo que conviene al gobierno. Si se trata de enfrentar a un desconocido, habrá que enfrentar a muchos, quizá a todos, y eso es muy útil al gobierno.

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