Juan Ernesto asegura que desde que empezó la emergencia sanitaria por el coronavirus se ha triplicado su trabajo de inhumador en el panteón municipal de Ciudad Nezahualcóyotl. Fotos: JORGE SERRATOS. EL UNIVERSAL

Así da el adiós a muertos de Covid trabajador en panteón

Para algunos se ha triplicado la carga desde que reciben a fallecidos por Covid; empleados enfrentan gran riesgo al estar en contacto con cadáveres con virus

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“Deja que salga la luna, deja que se meta el sol...”, canta un trío de músicos para despedir a una persona que murió por Covid-19, mientras Juan Ernesto coloca cemento en ladrillos rojos y los apila, uno por uno, para sellar la gaveta; a su alrededor, seis familiares observan el trabajo del inhumador del Panteón Municipal de Nezahualcóyotl, quien ha visto triplicada su labor en los últimos meses.

Son las dos de la tarde y apenas lleva cuatro horas de jornada laboral, pero ya participó en siete servicios fúnebres. Para cubrirse del sol, el joven usa un sombrero de palma y se apoya en otro compañero para repellar la gaveta.

“Ha estado muy pesado. Cuando no había contingencia eran de tres a cuatro inhumaciones al día y ahora es el triple. Con eso del Covid, de repente son 12 servicios diarios. Mis compañeros y yo terminamos el día muy fatigados, llegamos a casa y nos aseamos para proteger a la familia”, cuenta a EL UNIVERSAL.

Hace seis meses el ayuntamiento lo transfirió al panteón, pues trabajaba realizando lecturas de consumo de agua para el organismo local, y aunque el cambio fue difícil se habituó, hasta que comenzó la pandemia.

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“Uno se hace a la idea de que hoy estamos aquí, pero al rato quién sabe. Reconocemos a los doctores, enfermeros, pero también aquí en el panteón arriesgamos la vida. A los compañeros del horno les llegan los cuerpos y arriesgan la vida”, dice.

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En el panteón de Ciudad Nezahualcóyotl no hay fosas, es un cementerio vertical conformado por 15 mil gavetas y al día de hoy tiene 800 espacios libres. Con la llegada del Covid-19, los funerales sufrie-ron modificaciones.

“La caja viene emplayada y así como baja de la carroza es ingresada. Ya no es como antes, que te despedías, ahora vienen con el plástico y es meterla luego luego, sellar bien la gaveta y no pueden entrar muchas personas”, relata.

María Teresa Álvarez, responsable del panteón, detalla que el Covid no sólo trastocó la manera en que la gente despide a sus seres queridos, sino en cómo trabajan los incineradores e inhumadores.

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“Las indicaciones que nos dan es que si alguien murió por probable Covid, si lo van a inhumar, se pide que máximo vengan tres personas para que vean en qué gaveta va a quedar su familiar, y en la incineración lo mismo, cuando llega la carroza los compañeros sanitizan el ataúd y la bolsa, la pasan a la plancha y la ingresan. Se pide a los familiares que regresen en tres horas, más o menos, por las cenizas. Todo el tiempo los horneros están protegidos”, explica.

“Te vuelves duro”

Si alguien ve a Juan Carlos Cruz pensaría que está disfrazado de astronauta, con ese casco color plata, un overol y botas del mismo tono, pero en realidad es el traje que usa en el horno crematorio del panteón municipal.

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Juan Carlos Cruz, hornero del panteón Neza (der.), dice que deben ser muy  cuidadosos para no contraer el coronavirus y contagiar a sus familias.

En su jornada diaria lo común era hacer dos o tres cremaciones, “eran restos áridos y en ocasiones llegaban cuerpos frescos, pero ahora nos han llegado más cuerpos frescos, entre cuatro o seis al día”, expresa.

Juan reconoce que trabajar cerca de la muerte lo ha vuelto una persona más dura, pero con la epidemia, los días que no trabaja trata de despejar la mente.

“Muy independientemente del Covid, aquí te vuelves una persona un poco más dura en el sentido de la muerte. Como todo trabajo, te debes acostumbrar, no tienes más que seguir adelante. Ahorita descanso el domingo y ese día la verdad lo tomo para descanso, para estar pensando en otras cosas y no en esto, porque es muy fuerte”, afirma.

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Lo más difícil para el hornero ha sido que su familia comprenda su trabajo y extremar precauciones para evitar un contagio.

“Mi familia no estaba de acuerdo en que yo hiciera este trabajo, más que nada por los contagios y el riesgo que llevo aquí; entonces, cambié la rutina. Cuando salimos de aquí nos desinfectamos, tenemos ropa de diario en petacas cerradas. Salimos, vamos al transporte, en casa nos desinfectan antes de entrar, nos lavamos las manos y cuerpo, hay que cuidarnos mucho”, asegura.