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Carlos Castro

Alcoa, el primer nubarrón

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Ya asoman los nubarrones que, estaba claro, nos iba a traer la economía cuando pasase lo peor de la crisis sanitaria. Que algunos no levantarán cabeza tras semanas de parálisis casi absoluta, y unos cuantos meses que quedan por delante de actividad a medio gas, es una irreversible consecuencia de un virus en cuya contención hubo errores garrafales. Que otros aprovecharán la situación para acelerar medidas que tenían en mente desde hace tiempo, es una desgracia de la que ayer tuvimos alguna prueba.

Hace ya varios años que Alcoa periódicamente amenaza con marcharse, consigue incentivos y anuncia que finalmente se queda. Unos 500 millones en ayudas en forma de abaratamiento de la tarifa de la luz desde el 2014 es lo que ha recibido, y una promesa de un estatuto electrointesivos hace un año para convertir en venta lo que inicialmente era el cierre de Avilés y A Coruña. Pero estaba claro que la multinacional estaba preparando su salida.

Y ahora ha aprovechado la conyuntura. No deberíamos llorar los 500 millones en ayudas si realmente hubieran servido para mantener miles de puestos de trabajo. Porque el empleo de calidad es la mayor riqueza a la que puede aspirar una zona.

En el debe de la ministra de Industria, Reyes Maroto, queda la promesa de dotar de un marco energético favorable, promesa que no cumplió. Pero también cuesta creer que Alcoa no haya sido capaz de aprovechar esos incentivos para garantizar el futuro de sus plantas, en A Coruña y Avilés primero, y en San Cibrao después. Ahora a Maroto solo le ocurre pedirle responsabilidad a la empresa, cuando lo que tenían que haber hecho la ministra y sus predecesores en el cargo es asegurarse de que semejante ayuda iba a servir de forma efectiva para asegurar el futuro de la planta.