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Del Molino cree que los españoles tienen la piel bastante duraJavier Cebollada | Efe

Sergio del Molino: «No creo que la España vacía se llene o se aprecie más. Soy muy escéptico»

El escritor y periodista publica «La piel», un libro singular entre el ensayo y la fantasía con su psoriasis como hilo conductor

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De la piel de toro de La España vacía al territorio de su propia epidermis. Esta es la pirueta narrativa de Sergio del Molino (Zaragoza, 1979), que publica La piel (Alfaguara), una colección de textos a caballo entre el ensayo y la fantasía. La psoriasis que padece el autor y que padecieron Stalin o Nabokov es el hilo conductor del libro.

-¿Cambia la piel de toro ibérica por su epidermis enferma?

-Es un cambio de paisaje. No conceptual. Aplico la misma mirada de forma más desinhibida e intimista para irme por las ramas y mirar cosas que nos importan a todos, a través de varios personajes y despellejándome a mí mismo.

-La España vacía ¿será una Arcadia para urbanitas asustados?

-No creo que se llene ni que se aprecie más. Soy muy escéptico. Muy pocos podrían permitirse irse a vivir a un pueblo: profesionales que pueden teletrabajar. Y sí en épocas de vacas gordas y normalidad presupuestaria el Estado no podía mantener los servicios mínimos para hacer habitables esos sitios, ahora, con una deuda del 120% del PIB, se me antoja imposible. Solo una agricultura y una ganadería potentes resucitarían la España vacía. O que la globalización se revierta después de esto y todos consumamos tomates de nuestro huerto. Nada cambia con profesionales pijos que se trasladan a una bucólica casa de pueblo.

-Su psoriasis ¿da mucho juego literario?

-Condiciona mi vida, pero jamás lo consideré un tema literario ni pensé en un diario de la enfermedad. La piel nace de las historias de monstruos que acumulé: Stalin, Nabokov, John Updike, el narco Escobar... Descubrí que todos parecían psoriasis e investigué cómo les afectó. De forma luminosa a Nabokov y a Cyndi Lauper, incitándoles a hacer el bien con sus libros y su música, y oprobiosa en el caso de Stalin. Su espíritu exterminador y vengativo tenía mucho que ver con la rabia que sentía hacia las pieles tersas. Si no se hubiera rascado tanto y no tuviera esa comezón en la piel a lo mejor no hubiera sido un genocida. Yo debía exhibirme además como otro monstruo para no ser deshonesto.

-Habla de tocarnos cuando no podemos, de distancia, exclusión, miedo, mentiras, curanderos...

-Revisé pasajes sin validez tras el apocalipsis que vivimos. Por eso aparece la palabra coronavirus y se ha vuelto un libro pertinente. Habla de la distancia ante los apestados, de cómo condenamos y abandonamos a los enfermos y dejamos morir a miles de ancianos en pudrideros. Era un libro a contracorriente que tristemente cobra actualidad. Habla de la sospecha, del ánimo inquisitorial del sano ante el enfermo y de histeria pandémica. Apartar a presuntos contagiados como apestados es muy peligroso: es el germen de la destrucción de la sociedad. Se supone que superamos todas las supercherías y prejuicios homicidas, pero en el sigo XXI caemos en lo mismo que los europeos del siglo XIV ante la peste.

-¿Cómo de dura o blanda tenemos la piel los españoles?

-Bastante dura. Me ha sorprendido la unanimidad en la obediencia, aunque se haya agitado el avispero y se abran ahora muchas grietas. Lo raro fue que al Gobierno le resultará tan fácil imponer unas medidas necesarias pero que atentaban contra derechos básicos y que todo el mundo ha acatado. Tenemos la piel muy dura y el lomo muy hecho a los golpes.

-¿Estigmatizamos a los demás por su piel?

-Sí. Su apariencia condiciona el juicio ajeno. De eso viven cosméticos, tatuadores y la industria que usa la piel como un lienzo. El racismo es el grado cero del conocimiento. Aceptamos o rechazamos por la piel al primer vistazo.

-¿La piel puede ser una cárcel?

-Para mí lo ha sido. Una piel muy enferma te condiciona mucho la vida. Te encierras, te ensimismas, te vuelve misántropo y más distante. Eres tu propio carcelero, pero puedes romper los muros de la cárcel al darte cuenta que la gente nunca te mira tan mal como crees. Hay mucho de paranoia.

-De nuevo retuerce géneros y mezcla relato y ensayo.

-Si hay un canon, no me he enterado. Reventarlo no es nada extraordinario. Respetar convenciones no le hace bien a ningún escritor, ni a la literatura, ni a los lectores. Romperlas y jugar con las expectativas del lector, que entiende el juego, hace atractivos y sorprendentes a los libros.

-Unos libros, dice, que son como los virus: mutan con cada lector que atacan.

-Es así. Los libros se metabolizan. Es mágico. Quizá un proceso bioquímico. El lector transforma su materia en otra distinta a la que concibió el escritor. Cuando el lector hace suyo el libro, deja de ser tuyo.