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Sanatorio de Davos. Todos los días se sacaba a los pacientes a la terraza a tomar la terapia de aire. Foto: de Davos Kloster

Tuberculosis, el mal del artista

Tras su descubrimiento, la enfermedad continuó con una estela de romanticismo

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A lo largo del tiempo, han existido diversos modelos de belleza o cuerpos ideales. Los ideales raramente permanecen estáticos, es por ello que podemos detectar que hubo épocas en las cuales el culto al cuerpo físico y su salud ha sido la marca, pero también han existido momentos, por increíble que parezca, durante los cuales se ha idealizado el cuerpo enfermo, tal y como sucedió en el siglo XIX, momento en el que la belleza en Occidente, estaba asociada a la juventud y a la enfermedad, la cual se concibió como el último resabio de la sensibilidad de los hombres y mujeres, quienes percibieron como amenaza la llegada del mundo industrializado. Fue en ese entonces que el sentir dio la pauta para concebir el mundo, de ahí el surgimiento de un movimiento que se conoce como romanticismo.

Durante esos años, e influidos por la exaltación de los modos de sentir, mujeres y hombres se sometían a dietas de agua y vinagre, con ello el color pálido de su piel y sus marcadas ojeras asemejaban a los cuerpos de aquellos enfermos de tuberculosis. Se creía que la tuberculosis era profundamente romántica, ya que sólo la padecían los sensibles.

Un emblemático caso en el arte es el de los prerrafaelitas, una sociedad secreta de jóvenes en Londres, que criticaban abiertamente la doble moral de su sociedad y optaban por llevar una vida abierta, sin tapujos y sin restricciones morales. Su inspiración la encontraron en las sociedades secretas de la Edad Media -que también cuestionaban al poder eclesiástico- en la literatura de William Shakespeare principalmente y, en el pintor Rafaello.

Dentro del grupo de jóvenes artistas se encontraba Dante Gabriel Rosetti, quien se destaca por ser la encarnación del ideal romántico y sensible. En sus lienzos retrató repetidas veces a la modelo Elizabeth Siddal, con quien contrajo matrimonio y con quien tuvo una fatídica historia, ya que ella cometió suicidio tras la muerte de su recién nacido en 1862. La muerte de su hijo y de su esposa impactó profundamente en su obra, esto se puede reconocer en el cuadro “Encontrada”, en el cual el artista imprimió la muerte por tuberculosis de su mujer, el rostro demacrado, el cuerpo lánguido e incluso las rosas secas que se imprimen en las telas de su vestido, refieren a la enfermedad.

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Siddal es sin duda un personaje fascinante, ya que fue la mujer que encarnó el ideal de belleza de esos años, ella padecía tuberculosis y en su caso no fue por someterse a la moda alimenticia de la precariedad, sino porque provenía de los barrios más pobres de Londres, en donde las condiciones de hacinamiento e insalubridad hacían proclive la dispersión de enfermedades infecciosas.

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La tuberculosis se creyó en aquellos años que tenía más vínculo con las emociones y la manera de sentir y esto se debe, probablemente, a que los signos en el cuerpo no resultaban ser grotescos, no como los que se presentaban con la sífilis o con la peste negra. En la historia de la tuberculosis se puede reconocer que a lo largo del tiempo existieron muchas formas para nombrarla, desde tisis o consunción, peste blanca, e incluso se le llegó a reconocer como el mal del artista, todas ellas referían a la idea de la flor que se seca, lo que se consume.

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Pocos años después, el 24 de marzo de 1882, el médico Robert Koch presentó en su conferencia el hallazgo de la bacteria de la tuberculosis, esta conferencia cambió el paradigma de conocimiento de las enfermedades y abrió una nueva época en la medicina. No obstante, la vacuna tardó algunos años en surgir y la enfermedad continuó y a ella la persiguió una estela de romanticismo, tal y como se lee en el emblemático texto de Tomas Mann, La Montaña Mágica, publicado en 1924 pero iniciado en 1912, año en el que su esposa sucumbió ante los efectos de la tuberculosis y fue enviada a un sanatorio en Davos, Suiza.

Este clásico de la literatura se reconoce como la reflexión de la época en torno a la incipiente idea de clínica sanadora. El libro narra la experiencia de Hans Castorp, quien siendo un joven sano y fuerte llega a un sanatorio para tuberculosos y con el paso de los días es afectado por la enfermedad.

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El autor, por medio de su personaje principal narra cada paso por el padecimiento: la aparición, la exploración y el diagnóstico, el tratamiento y el pronóstico. En aquellos años se creía que la altura, el clima y el aire podrían beneficiar a los enfermos, por lo que una estampa común de esos años son las imágenes de pacientes en las terrazas de los sanatorios en las montañas, estos eran expuestos a la terapia de aire todos los días y con ello se esperaba una pronta sanación o mejora.

De este modo el autor describe el espacio y la atmósfera que se respiraba en esa montaña mágica y, mientras narra el día a día en la clínica, formula preguntas trascendentales: ¿Qué significa la enfermedad? ¿Quiénes enferman? ¿Por qué algunos se agravan más y otros menos? ¿Volveré a estar sano? Siendo esta última pregunta la que acompaña cada página. Reconstruye el paso del cuerpo por la enfermedad, el hastío que vive, la configuración de una nueva lucidez, el agotamiento del cuerpo y el desvanecimiento de la salud.

La Montaña Mágica idealiza en un punto la enfermedad, pero también y contrario a lo que se vivía durante el romanticismo, define con crudeza la muerte, porque la enfermedad al final acaba con el cuerpo. La noción idealizada de la tuberculosis se fue deslavando con el paso de los años en la Europa Occidental y hoy en día no queda un ápice de esa noción en las nuevas generaciones.

En América el influjo de las ideas románticas de la enfermedad también llegó, tal vez no con la misma fuerza sino como una moda de las señoritas de clases acomodadas, quienes comisionaron retratos con rostros pálidos y ojeras profusas. No obstante, la enfermedad se asumió de modo realista. Se reconocía como una enfermedad que pronto consumía el cuerpo. Es por ello que las imágenes que refieren a la tuberculosis, poco o nada tienen de idealizadas. Tal es el caso del pintor cubano Fidelio Ponce.

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Alfredo Ramón Jesús de la Paz Fuentes Pons, verdadero nombre de Fidelio Ponce, destacado artista de la pintura moderna cubana, autodidacta en su mayoría, estudioso del Greco y crítico severo del sistema político, que dejó en la completa desprotección al pueblo, fue reconocido por imprimir en sus imágenes un aspecto dramático y espectral.

“Tuberculosis” es una de sus tres obras emblemáticas, ya que además de ganar el premio de la Exposición Nacional de Pintura y Escultura de 1935 en la Habana, Cuba, dejó ver la realidad de una enorme cantidad de personas en la isla. La pobreza y la decadencia eran evidentes en la Cuba de principios del siglo XX, por lo que el artista no dudó en imprimirla y convertir dichos temas en su motivo principal, Ponce planteó que el lienzo era el espacio para el reclamo y la denuncia.

Poco después el artista fue diagnosticado con tuberculosis, por lo que en su obra se hizo más evidente la preocupación, no sólo por la enfermedad, sino por que dejó ver que ésta siempre será más cruda, más compleja y desoladora para los vulnerables, los niños, las mujeres, los ancianos y los que no tienen ni para comer.

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