Nene, deja la pelota y a cenar
by Joaquín LunaLa amistad es muy bonita de modo que lo que Raúl Tamudo le hizo a su amigo Toni hace veinte años en Mestalla podría ser considerado un navajazo, una putada o una faena. Fue todo eso y, al mismo tiempo, el último suspiro de un fútbol que se extingue: el fútbol de la calle, jugado, gobernado y disputado por unas normas tan poco edificantes como productivas.
“Hago lo primero que se me pasa por la cabeza. Es un gol de la calle, un reflejo de mi infancia en Santa Coloma”, ha recordado Raúl Tamudo.
La final de Copa solo llevaba dos minutos y tenía un favorito: el Atlético de Madrid. Después de cinco años en el RCD Espanyol, Toni ficha por los colchoneros en 1999. La final del 2020 era su tren.
Las cámaras de TVE se despistaron casi tanto como Toni. Tamudo le ronda, invisible y sibilino, y cuando el portero –y amigo– piensa en sacar, el delantero ya le ha pispado el balón y marca un gol decisivo. El RCE Espanyol pelea, pelea y gana. Toni se retira lloroso, consciente del error.
Raúl Tamudo hizo lo que tenía que hacer.Y no hay otra. ¿Acaso entre sicarios hay algo personal?
El fútbol de la calle era muy entretenido y peculiar. El más listo era el más listo aunque hubiese dos tipos: los listos que nunca corrían a buscar el balón si terminaba debajo de un coche o rozaba a un anciano vestido de pana y con bastón y los listos cuyo afán por jugar era tan grande que apremiaban la recuperación al más débil bajo la amenaza de que nunca más le dejarían jugar (salvo legítimos propietarios del balón).
El fútbol de la calle era la gran escuela del regate. Todo el mundo corría detrás de la pelota y el privilegiado receptor no la pasaba ni a su padre por lo que se aferraba a regates, túneles o fintas. Todos menos dársela a otro. Pillería, engaño y disimulo, admitidos porque el fútbol de la calle era muy insolidario.
El regate es hoy un recurso infrecuente y resulta curioso que los dos últimos jugadores “de la calle” –Messi y Neymar– vayan tan cotizados. Son diferentes pero comparten ese aire del “nene” –nene se decía mucho– que se adueña del balón y dispone a su antojo.
Las calles están muy bien urbanizadas, con su mobiliario urbano que es de todos y todas, esos perros tan queridos –¡uy, si hoy le diesen un pelotazo a un perro que paseaba por allí!– y un civismo ordenancista, factores que desaconsejan jugar al fútbol en la calle. Para eso están las escuelas de pago –de fútbol, se entiende– donde los niños tiene prohibido correr en tropel detrás de la pelota, chupar balón –hay que crear espacios– o burlarse, a la manera de Neymar, del amiguito adversario.