EDITORIAL: ¡No confiarnos!

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Después de varias semanas en un combate que no da treguas, y en el que todo el mundo tiene muy bien definidos su pozo de tirador (el hogar) y su sector de fuego (entorno familiar, comunitario y social), la situación del nuevo coronavirus parece moverse hacia un modelo más favorable dentro de Cuba.

Las estadísticas muestran cierta tendencia al descenso en el número de contagios durante las últimas jornadas a pesar de que el país aumenta la cantidad de pruebas en laboratorios, realiza pesquisajes masivos y aplica exámenes, tanto rápidos como de más profundidad, en busca de nuevos casos. Llama también la atención que a diario crecen las altas médicas: 1 505 hasta el 18 de mayo, de los 1 881 casos confirmados desde inicios de marzo; además, no ha habido que lamentar fallecidos en cinco días consecutivos.

Tal comportamiento genera algún alivio, optimismo y confianza en el grueso de la población. Y eso no es malo. Todo lo contrario. El meollo del asunto, sin embargo, está en que, a la par, no se disparen los límites donde razonablemente deben seguir plantando bandera la disciplina y la contribución conscientes de cada ciudadano.

La reiteración que en tal sentido han hecho Miguel Díaz-Canel Bermúdez, presidente de la República, y otras autoridades, no es abstracta. Se interpreta a partir de las indicaciones dadas por el ministro de Economía, Alejandro Gil, y las prioridades expuestas para la recuperación de la crisis que enfrenta el país con la COVID-19.

A contrapelo de la correcta postura mantenida por la mayoría de los cubanos, determinado segmento poblacional ha venido incurriendo en prácticas que irrespetan o violan medidas sanitarias no solo lógicas en medio de una coyuntura así, sino de obligatorio cumplimiento, para poder cortarle el paso a la propagación de esta enfermedad que hasta ahora ha afectado a 4 597 894 personas en 185 países, con saldo de 311 588 fallecidos.

Calles, tiendas y otros espacios públicos continúan mostrando aglomeraciones –¿acaso falta, todavía, percepción de riesgo?–. Algunos, no pocos, dejan atrás el tranquilo y seguro ámbito hogareño para salir, con el pretexto de hacer gestiones, no siempre imprescindibles, y muchas veces incluso por gusto.

Portales digitales abiertos al ciudadano, llamadas telefónicas, mensajes electrónicos y otras arterias por los que fluye la opinión pública, dan cuenta del reclamo popular a favor de medidas rigurosas con quienes se empeñan en bracear, así, contra el racional sentido de la corriente. Pero también reclaman por la puesta en práctica de métodos organizativos que faciliten a la población el acceso a los productos esenciales.

Medios de la prensa nacional y territorial han reflejado la imposición de multas y otras sanciones, con incuestionable apego a la misma ley aprobada por todos, incluyendo a esos y esas que ahora se empecinan en “ignorarla”, aun a sabiendas de que estamos ante una pandemia y es necesario actuar de manera colectiva, disciplinadamente.

Si acerca de algo podría dar fe hasta el mismísimo germen del nuevo coronavirus, es el sentido extremo de persuasión con que desde el principio ha actuado el Estado cubano, para asegurar una disciplina que se torna realmente decisiva, estratégica, y que debe perpetuarse en todo: la producción de alimentos en el campo y la industria, el cumplimiento de las normas tecnológicas…

Transgredirla puede conllevar no solo al contagio en el plano individual; también a la propagación colectiva, a seguir multiplicando gastos verdaderamente millonarios para el país y lo peor: a la muerte innecesaria, evitable.

Si cada persona se sienta a razonar, con mesura y objetividad, el colosal empeño que está poniendo la nación para erradicar la enfermedad, las garantías que tienen cientos de miles de trabajadores mediante fórmulas y alternativas, o la protección para ancianos solos y otras personas muy vulnerables o necesitadas (por solo mencionar esos casos), lo mínimo que en correspondiente gratitud podría emerger es un alto grado de disciplina consciente y la cooperación que el pueblo de Cuba ha puesto en práctica innumerables veces, a lo largo de su historia.

Y esa, no hay que madrugar en una cola para comprarla. Se lleva dentro o no. Encontrémosla en lo más íntimo de cada uno y preparémonos pues, para el “día después”.