El pus y las terrazas

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Mientras vamos a la conquista de mesa y silla en la terraza del bar de la esquina, algo sucede en la trastienda del Estado. Estoy sentado al sol, tomando una cerveza, y apenas me llegan los ecos de la batalla en Madrid. ¿Ruido de sables o descomposición en los intestinos institucionales? Aparquemos las metáforas de tinte escatológico, no se nos vaya a estropear el paisaje. No es diarrea. Es pus, la sustancia que segrega un tejido inflamado e infectado. La inflamación y la infección en el deep State es aparatosa. Es pus y, por tanto, huele mal.

Nuestro horizonte de libertad, tras los largos días de confinamiento, son las terrazas de los establecimientos que nos suministran un tiempo de contemplación, charla o silencio, la postal de esa vida mediterránea de la que somos alegres figurantes. Que nada turbe nuestro recreo. El placer máximo en las terrazas sería vivir en la ignorancia, como si las aventuras del coronel Diego Pérez de los Cobos fueran un producto más de Netflix o HBO. Al fin y al cabo, se trata de un guiñol a tamaño natural: mientras nos tenían entretenidos con las andanzas del policía Villarejo, el que fue jefe del dispositivo contra el referéndum del 1 de octubre actuaba con total impunidad y recibiendo honores, inspirando con su imaginativa literatura policial las acusaciones de los fiscales del juicio a los líderes independentistas, narrando una violencia que no existió.

El PSOE y el Gobierno de Sánchez son hoy víctimas de esa misma prosa creativa, a propósito de los informes enviados a la juez sobre la manifestación feminista del 8-M y la expansión del coronavirus. La diferencia es que, esta vez, la benemérita pluma apunta al doctor Simón y a José Manuel Franco, delegado gubernamental en Madrid y hombre de confianza de Sánchez. Hoy por hoy, la España progresista acaba de descubrir el truco que se ensayó en el laboratorio catalán con el aplauso, el apoyo o el silencio cómplice de no pocos socialistas. Vayan borrando esa frase que se atribuye a José Calvo Sotelo: “Antes roja que rota”. De roja, nada, aunque se trate de un rojerío suave y reformista. Todo lo que no sea preservar férreamente sus palancas de control será percibido, entre algunos poderes fácticos, como una amenaza a sus intereses y será presentado como “una traición” a España. Y se intentará judicializar cualquier asunto para buscar el desgaste de un Ejecutivo que la derecha considera “ilegítimo” desde el primer día.

En la cúpula de jueces y fiscales no tuvo lugar nada parecido a la cirugía que Narcís Serra y Lluís Reverter aplicaron a las ­fuerzas armadas durante los ochenta, para eliminar costra franquista a partir de ­ju­bilaciones y otros incentivos, una política de transcendencia histórica. Tampoco se ­impulsó nada similar en los cuerpos de ­seguridad del Estado. El PSOE transformó muchas cosas durante su larga etapa de­ ­gobierno, pero no llegó a todos los rincones y, en algunas zonas de sombra, convivió, usó y se dejó llevar por elementos que nada tenían que ver con la regeneración. Baste recordar la guerra sucia contra ETA. La gestión que el gobierno Rajoy hizo del proceso soberanista catalán y de la crisis de octubre del 2017 –externalizando “la solución” a los jueces– ha engordado a los que se veían y se ven a sí mismos como guardianes perennes del Estado, al margen de las reglas y los límites que, en cambio, obligan a los políticos que elegimos en las urnas.

La irrupción de Vox, la radicalización del PP de Casado y la trayectoria de Cs lejos del centro han regalado empuje, desfachatez y visibilidad a los oficiantes inflamados del deep State , acompañados fielmente de los medios de la derecha en Madrid, en ofensiva desde el día que Rajoy perdió la moción de censura. A esta alianza de salvapatrias no le basta con poner fin al Ejecutivo de Sánchez, busca llevarlo ante los tribunales, como hicieron con los miembros del Govern de Puigdemont; ese guión les salió bastante bien y la opinión pública española se lo tragó sin rechistar. Sería la culminación de la estrategia de “todo es ETA”, que ayer en el Congreso continuaron exhibiendo los diputados del PP.

Apuro la cerveza, algo no me cuadra: esto no es solamente un combate de los pantanos del Estado contra el Gobierno de Sánchez-Iglesias. Es también –me aseguran algunos amigos de la capital española– una pugna entre un PSOE que añora las comodidades de antaño y un PSOE que ha decidido arriesgarse por el jardín prohibido de unas alianzas inéditas. La nostalgia incurable de un pacto PSOE-Cs es el motor de algunos desairados. Seguro que Alfredo Pérez Rubalcaba se llevó a la tumba misterios que, de ser hoy conocidos, nos iluminarían sobre lo que no sabemos y, principalmente, sobre lo que no sabemos que no sabemos. De ahí que resulte un chiste casi familiar escuchar los ataques al ministro Grande-Marlaska del partido que tuvo en este cargo a quien aseguraba que “esto la Fiscalía te lo afina”.

El pasado domingo, un anuncio gubernamental proclamaba que “salimos más fuertes”. No era un deseo optimista, era un conjuro contra la oleada de pus.