No quiero salir

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La noche del 23-F, mi padre –me confesaría luego– tuvo, por un momento, un sentimiento inesperado: alivio. Llevaba muchos meses angustiado: su fábrica de camisas estaba al borde de la quiebra, como todo el textil catalán por esas fechas. Y de pronto, pareció que un deus ex machina , con tricornio de charol y pistola en ristre, bajaba a liberarle. “¡Se sienten, coño!”. Habría una dictadura, pensó mi padre... un plan quinquenal... un solo modelo de camisas... ¡Se acabó todo eso de “¿no la tienen en otro color?”, “la encuentro un poco cara”, “es que este cuello lo veo pasado de moda”...! ¡A obedecer todo el mundo! ¡Usted, a producir lo que se le diga; ustedes, a comprar lo que haya, y todos, muts i a la gàbia! ... Luego, el golpe de Estado fracasó, mi padre, que obviamente no quería volver al franquismo, lo celebró como todo el mundo, y a su debido tiempo, con resignación, cerró la fábrica.

Me he acordado de este episodio cuando el anuncio de que íbamos a pasar a fase 1 no me ha hecho dar saltos de alegría como yo misma esperaba. Y es que el confinamiento... pues no estaba tan mal (ya está, ya lo he dicho). Era una vida como decimonónica: pausada, un poco aburrida... con horas de sueño y tiempo para leer, sin vuelos mar­cados en la agenda, sin ruido de coches en la calle... Lavarse mucho las manos. No salir más que a los lugares y en las horas permitidos. Aplaudir a las ocho. Rellenar los papeles, quien tenga derecho, para solicitar una ayuda. Dormitar, como en una larga hibernación o una especie de limbo. Sin decisiones que tomar, sin responsabilidades. Protección a cambio de obediencia, como en el feudalismo.

Vuelve la vida real. Con sus luces, pero también sus sombras. Tomar un café en una terraza, cenar con amigas y amigos, fe­licitarnos (si es el caso) porque nuestra familia, amistades, nosotras mismas, estamos bien de salud; hacer planes para el verano... Pero también reconstruir como podamos nuestra vida laboral, reorganizar nuestras finanzas, revisar nuestro futuro. Desanimarnos por el enfrentamiento político, ­preocuparnos por la economía, preguntarnos cuál será la siguiente crisis... Yo, en el fondo, no quería salir. Porque no quería­ ­tener que recordarme a mí misma una vez más (el paso de los años no basta para de ­verdad aprenderlo) que ser adulta significa ser libre y responsable, para lo bueno como para lo malo.