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La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anuncia el inicio de la reunión semanal de la comisión, este miércoles.Etienne Ansotte/European Commiss / DPA / Europa Press

Potencial paso de gigante | Editorial

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La propuesta de un fondo de recuperación continental para superar la brutal crisis económica, presentada ayer ante el Parlamento Europeo por la presidenta de la Comisión, es un potencial paso de gigante para toda Europa. Atención, es potencial, porque antes de aplicarse deberá todavía superar el visto bueno del Consejo Europeo (que reúne a los líderes de los Gobiernos de los 27) y, en algunos aspectos concretos, la ratificación de sus Parlamentos nacionales antes de volver a Estrasburgo. Ellas son cauciones no secundarias.

El recordatorio de esas necesarias validaciones es norma de prudencia: útil a los efectos de mantener la presión y vigilancia ciudadana para impedir un retraso del paquete que podría desvirtuarlo —en la lucha contra las crisis, la velocidad es esencial— y evitar su eventual desnaturalización a cargo de los euroescépticos más desafectos. No obedece a una desconfianza sobre su trascendencia.

Porque este plan sigue la senda de las mejores sugerencias puestas sobre la mesa en los dos últimos meses: la propuesta española, la Carta de los Nueve, la muy exigente resolución del Parlamento Europeo y la reciente iniciativa francoalemana. Y porque su potencia de fuego es muy sustancial. Se trata de 750.000 millones de euros frescos —un cuarto de billón superior a la cifra germanofrancesa— que, sumados a los 540.000 del fondo de rescate (Mede) y otras partidas, pueden movilizar directa e indirectamente una cuantía superior a los tres billones.

Con esta apuesta, y dando por sentado que debe abrirse paso en sus grandes parámetros, la UE podrá caminar sobre las dos extremidades de toda política económica, pues la política fiscal (presupuestaria) viene a completar la política monetaria del BCE, que en esta ocasión ha levantado ya otro billón de euros. Como concluyó ayer el combativo presidente de la Cámara, David Sassoli, el paquete “puede incluso superar” las mejores expectativas.

Tan determinante como la cantidad es su cualidad, siempre en el caso de que no se estropee. La integridad de los recursos se recaudará a través de una magna emisión de deuda gestionada por la Comisión, con el respaldo del presupuesto comunitario, y por ende, de los Estados miembros (hasta el porcentaje en que contribuyen a él). El endeudamiento común —aún no mutualizado, lo que requiere una mayor unión política— era una añeja aspiración de los movimientos más europeístas, que no en vano contemplaban en él un fermento federal de la Unión, como lo fue hace más de dos siglos en EE UU.

Si eso ocurre con los ingresos, algo similar sucede con los gastos: dos tercios del plan se vehicularán en subsidios, lo que evita a los países más vulnerables aumentar la factura de su deuda, y el otro tercio, en créditos. Presumiblemente este factor será el más polémico en los cuatro Gobiernos partidarios de la austeridad. Y se destinarán prioritariamente a políticas nuevas ya esbozadas y que deben reforzar la base industrial europea.

Otra causa de satisfacción es la alineación en el Europarlamento de todos los partidos políticos españoles, a excepción de Vox, en la defensa del plan: antes, estimulándolo, y ayer, en su presentación. Ojalá ese mismo clima impregne el Congreso de los Diputados.