Merkel salva empresas; Sánchez las hunde

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"Vamos a vigilar a las empresas para que no aprovechen esta crisis para despedir" (Pedro Sánchez); "Los bancos están atascando la concesión de créditos" (Pedro Sánchez) "Empresarios como Villar Mir o Florentino Pérez son más enemigos de España que los independentistas" (Pablo Iglesias); "España no depende de que un señorito venga dando cosas" (Pablo Iglesias sobre Amancio Ortega); "Quién no se sienta cómodo, que no abra" (Teresa Ribera a los hosteleros); "Hay que investigar los actos de esclavitud y malos tratos de agricultores y ganaderos" (Yolanda Díaz); "El sector del turismo español es precario, estacional y con bajo valor añadido" (Alberto Garzón).

Estos son sólo unos ejemplos de la gran desconfianza que el Gobierno español muestra hacia el mundo empresarial. Pedro Sánchez y su equipo extienden continuamente la sombra de la sospecha sobre las empresas, una posición que contrasta con la actitud solidaria y de máxima responsabilidad y compromiso que las compañías españolas han demostrado, tanto en lo humano como en lo social, a lo largo de esta desgraciada coyuntura.

El Gobierno no ha consultado ni con los empresarios ni con los autónomos las medidas tomadas en esta crisis, y a lo que se ve tampoco va a contar con ellos en la reconstrucción. Es un error mayúsculo que no haya empresarios en el núcleo duro de la política gubernamental porque no puede haber reactivación sin contar con el empuje de empresarios y autónomos, que son los que aportan riqueza y crean puestos de trabajo. Italia es consciente de ello y ha situado al frente de la desescalada a Vittorio Colao, un prestigioso empresario que ha gestionado grupos como Vodafone y RCS. En España, el Gobierno ha colocado al frente de la reconstrucción a Patxi López, que lleva en el PSOE desde los 16 años y que nunca ha trabajado en una empresa privada.

Otros países europeos sí están protegiendo sus empresas y las están fortaleciendo financieramente para evitar que quiebren. Macron lo ha hecho en Francia con créditos blandos para Air France, Renault y la Fnac, al tiempo que ha garantizado 8.000 millones en ayudas al sector del automóvil. Merkel ha hecho lo propio ofreciendo soporte financiero a Lufthansa, Adidas y TUI. Ambos mandatarios han justificado estas ayudas públicas en que se trata de apoyos financieros temporales y que su objetivo es evitar la desaparición del tejido empresarial. España, por el contrario, se dedica a aprobar nuevas subvenciones -como la Renta Mínima, que se convertirá en un saco de fraude al estilo de lo que ocurre con el PER andaluz- en lugar de lanzar incentivos para impulsar la recuperación, que es lo que necesitan las empresas españolas.

No es de extrañar que en Alemania el índice de confianza empresarial haya comenzado a subir en mayo tras haberse hundido en abril. Merkel ha puesto en marcha un plan económico de choque que incluye un crédito "ilimitado" para las empresas y una ampliación en los plazos de los pagos de impuestos.

Es cierto que Alemania es un país más rico que España, pero en este caso se trata de un tema de sensibilidad. En el país germano se respeta y se mima al empresario, mientras que en España se les ningunea, como ha ocurrido con el vergonzoso acuerdo de PSOE, Podemos y Bildu para la derogación de la reforma laboral de 2012. También Alemania es un país que ha sabido impulsar la industria, un sector que es básico y que ha estado abandonado por los Gobiernos españoles.

¿Es posible reindustrializar España en esta situación? No sólo es posible, sino que es necesario. Y la pandemia podría convertirse en una oportunidad. La industria llegó a suponer el 38% del PIB en los años 70 y su peso ha ido cayendo hasta suponer hoy sólo el 16,5%. La anterior crisis provocó el cierre de una de cada cuatro fábricas en 5 años.

Impulsar una industria moderna e innovadora es fundamental ahora más que nunca porque una mejora en la competitividad de la industria incrementaría en un 2,3% el PIB. Además de ser un sector que sirve de tractor al resto de la economía (por cada euro que aumenta, se genera un incremento de tres euros en la producción total), es muy intensivo en mano de obra, tanto directa como indirecta. Ahora emplea a 2 millones de personas.

Si en la actualidad la industria supone el 16,5% del PIB, el compromiso de España con la Unión Europea era que este sector volviera a alcanzar un peso del 20% en la economía española, cifra que hoy por hoy es muy lejana.

Pero para conseguir todo esto se necesita inversión privada, y desde luego es imposible si en el seno del Gobierno hay un vicepresidente como Pablo Iglesias que desprecia y odia profundamente a los empresarios. Les ridiculiza, les califica de ricachones y les acusa de todos los males de la economía. En su discurso populista y demagógico, Amancio Ortega, Ana Botín e Ignacio Sánchez Galán son malvados especuladores que ganan mucho dinero porque se lo arrebatan a los pobres ciudadanos.

¡Ojalá hubiera muchos más empresarios y ejecutivos como Amancio Ortega y Ana Botín! Tendríamos compañías más grandes, que crearían muchos empleos y aportarían riqueza al país. Así trabajaría más gente, bajaría el paro, los ciudadanos progresarían y, consecuentemente, se reducirían las desigualdades sociales que tanto preocupan a Pablo Iglesias.

Su estrategia de castigar a los que él llama ricos puede servir quizás para aumentar la recaudación fiscal hoy, pero ahuyenta a los inversores y el país se empobrece. Eso le vendría bien al vicepresidente para conseguir su gran objetivo. Pablo Iglesias lograría que el país fuera mucho más igualitario... pero a costa de que todos fuéramos mucho más pobres.