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Uno de los meteoritos que José María Madiedo tiene en su casa. (Foto: Facebook de Metoroides.net)

Tiene la mayor colección de meteoritos de España y ayuda a responder los misterios del universo

Por Raúl Limón │ Se trata de José María Madiedo, un astrofísico que junta estas rocas espaciales desde que era un adolescente.

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Los meteoritos son regalos del universo para que avancemos en la búsqueda de respuestas sobre nuestro origen y nuestro destino. José María Madiedo, astrofísico y divulgador vocacional, recibió por su cumpleaños, cuando empezaba la adolescencia, una pequeña roca hallada en Marruecos y procedente del mundo exterior. Desde entonces juntó un millar de piezas (“Creo que son 1009, pero soy malo con los números”, afirma) que conforman la mayor colección privada en España de trozos llegados a la Tierra desde el espacio.

Las piezas se pueden ver en la web que él mismo creó y mantiene sacándole minutos a su trabajo en el Instituto de Astrofísicia de Andalucía y su labor como creador del sistema de seguimiento Smart (Spectroscopy of Meteoroids in the Atmosphere by means of Robotic Technologies) e integrante, entre otros, del programa Midas (Moon Impacts Detection and Analysis System - Detección y análisis de impactos contra la Luna) de las agencias espaciales de los Estados Unidos y de Europa.

Dice Madiedo que se enamoró de la Astronomía bajo el cielo de El Puerto de Santa María (Cádiz), donde se fascinó contemplando la Vía Láctea y donde observaba desde la ventana los eclipses de Luna. “Devoraba todos los libros que encontraba sobre esos temas y, cuanto más leía, más claro tenía que quería ser científico”, afirma. Doctor en Química y en Física, en la actualidad investiga la materia interplanetaria que impacta contra la Tierra y contra la Luna en el Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC). Pero su trabajo y su pasión no tendrían todo el sentido sin su faceta como divulgador científico: “Intento transmitir a los demás la importancia que tiene esta ciencia a la hora de entender qué lugar ocupamos en el Universo”.

El sistema de localización y seguimiento de meteoritos creado por Madiedo (el Smart analiza qué fragmentos entran en la atmósfera y su frecuencia) y el Midas nos permiten dormir tranquilos, hasta cierto punto. A partir de sus datos, mucho más precisos que los programas que inició la NASA hace tres lustros, el astrofísico andaluz afirma que “ninguna de las rocas identificadas impactará en la Tierra en los próximos 100 años”. “Pero hay muchas que pasan inadvertidas porque no reflejan luz hasta que se encuentran muy cerca”, añade para recordar el caso del bólido de Cheliábinsk, un cuerpo celeste de 17 metros de alto por 15 de ancho que se desintegró sobre esta ciudad del sur de los Urales el 15 de febrero de 2013 y causó más de 500 heridos.

Pero al margen de esto, a Madiedo le entusiasma estudiar y dar a conocer lo que encierran estos mensajes del cielo y los fenómenos asociados. Por eso aún sigue mirando el cielo y el suelo y permanece al tanto de las ofertas de meteoritos con los que conformó su colección, aunque ahora está más centrado en divulgar su valor científico que en ampliarla. El mercado de estos objetos celestes juega en la división de los productos extraños y singulares: por un gramo procedente de uno de los dos satélites naturales de Marte (Fobos y Deimos) se llega a pagar más de 1000 euros. “El precio depende de la cantidad de masa recuperada y de la gente interesada”, explica el investigador. Otros objetos también son relevantes por la historia asociada a los mismos, como la de los españoles que llegaron en el siglo XVI a Tucumán y observaron herramientas y armas elaboradas por los indígenas de la zona con materiales que en esos momentos no sabían extraer de la tierra. Los nativos les explicaron que los metales habían caído del cielo, pero los españoles pensaron que esos trozos que brillaban como si fuera plata eran un indicio de una mina de mineral precioso y generó numerosas expediciones a lo que hoy se conoce como Campo de Cielo.

Algunas de las piezas de su colección destacan más por su composición que por su aspecto. Pero hay algunas especialmente atractivas, como las eucritas de Vesta (el segundo objeto con más masa del cinturón de asteroides localizado entre las órbitas de Marte y Júpiter) y que presentan corteza de fusión. “Al contener mucho calcio y entrar en la atmósfera, se forma un aspecto vítreo oscuro parecido al de la obsidiana”, explica Madiedo, quien investigó el impacto de un meteorito de estas características en Puerto Lápice (Ciudad Real) en 2007. Distinguir un meteorito es difícil para un profano. “Una roca de la Luna se parece a cualquier roca ígnea terrestre”, afirma Madiedo. Y como los elementos químicos existentes en el universo son los mismos que los detallados en la tabla periódica, hay que ir más lejos para determinar que las rocas proceden del espacio: la composición, la densidad, las propiedades magnéticas o las marcas (“como las que se producen al pasar los dedos por la plastilina”) generadas por las altas temperaturas y el aire al entrar el fragmento en la atmósfera terrestre.

Pero cuando se certifica su autenticidad, lo que hay en las manos es un “fósil del sistema solar”, un vestigio de cómo se formó el universo muy preciso, porque procede de un entorno donde no se alteró, y un avance de qué será la Tierra en un futuro lejano. Y también es un indicio del posible origen de la vida. En los meteoritos se encontraron hasta 80 aminoácidos (moléculas orgánicas base de las proteínas y que son clave en los procesos biológicos) mientras que la Tierra se descubrieron 20 comunes. “Significa que la química en el espacio es muy rica y que hay moléculas y elementos que pueden reaccionar y progresar. Existe la teoría de que los meteoritos trajeron los ingredientes que contribuyeron a la formación de esa sopa primigenia de la que surgió la vida”, explica.