OPINIÓN | En la Argentina, hay una epidemia social metida con una mirada falsa bajo la alfombra. Si no pudo Trump, con un muro, impedir la emigración... pongan ustedes.
Por fin, se ha llegado a Villa Coronovirus. Se llamaba, se llama Villa Azul y está en Quilmes, con su intendenta aguerrida que se tatuó en un brazo la cara de Néstor -¿lo digo así, ya que hace rato se han impuesto los nombres sin apellidos como los jugadores de fútbol brasileños?-, pero no como un tatoo así como así sino como una obra de Bansky.
Mayra MendozaSiempre Kirchner 🐧❤️ “Las cosas las tenemos que llamar por su nombre, todos tenemos que estar atentos, porque los argentinos seremos afectados directos de las decisiones incorrectas y no vamos a tener ningún tipo de actitud que sea intemperante o imperativa. Nos va a guiar el buen sentido y la responsabilidad argentina que tuvimos siempre porque la dignidad se practica con las acciones de todos los días, la dignidad se practica en los hechos y no en la consigna, la dignidad se practica tomando acciones todos los días que lleven a defender las posibilidades de un país distinto, la dignidad se practica no mintiéndole a la gente, la dignidad se practica trabajando, la dignidad se practica haciendo, la dignidad se practica no robando, la dignidad se practica haciendo trabajo, la dignidad se practica generando inclusión social, la dignidad se practica abriendo los brazos y las puertas para un país distinto” Néstor Kirchner. Parque Norte, Plenario de la militancia, 2004. El tatuaje es de @estudioyeyotattoos y es inmejorable! Si, el mejor tatuador del mundo, está en #Quilmes y es de Solano. Gracias por todo @romy_ortegaa @yeyo_tattoos (crack)
Al otro lado de la Sudeste, está la Itatí, más deprimida y con mayor hacinamiento aún. Entre las dos, suman unos veinte mil habitantes. El coronavirus y los testeos allí han llegado manu militari, con el cierre durante catorce días durante los cuales no pueden salir a rebuscarse, no tienen agua suficiente, tienen miedo -¿si me da positivo adónde voy a parar, solo, aislado, cómo comerán los míos?-, un cerco de acero penoso y quizás en vano. No pudo Trump, con un muro, impedir la emigración, pongan ustedes. Así nace Villa Coronavirus.
Sucede que, antes y desde hace muchísimo, en la Argentina hay una epidemia social no solo anterior sino metida con una mirada falsa bajo la alfombra. El país rico, nuestros frutos, nuestra gente maravillosa -inteligentísima, admirable-, nuestras mujeres de belleza y brillo incomparables, nuestros hombres cabales y ejemplares, en fin , todo eso. Entre 1880 y 1910, llegaron cuatro millones de inmigrantes de buena parte del mundo a nuestro país -muchos de nuestros antepasados-, por las ruinas de las guerras y el hambre a una tierra donde manaban leche y miel.
Es que era el quinto lugar de la Tierra, la promisión. Buenos Aires ofrecía lugares públicos preciosos -la generación correspondiente- junto con la exportación de las carnes reemplazadas por las razas escocesas en lugar de las criollas, en un proceso extraordinario que reclamó el mundo con la refrigeración exportadora (ver historiadora Hilda Sabato al respecto), pero no había tanta leche y tanta miel para todos, para tanta América soñada: conventillos, otra película.
La marcha industrializadora llevó mucha gente desde el campo hasta la ciudad, sin que el proyecto cuajara del todo, sin hacienda -esta vez en el sentido económico- y sin lugar: villas miseria, la denominación legada por “Villa Miseria también es América”, de Bernardo Verbistky.
Oculta , la realidad de la pobreza -se registraba un cuatro por ciento en 1970 y hoy un cincuenta- creció como la epidemia y el polvorín que se une ahora al Covid. Lo militares tiraron, hicieron monobloques. La política pasó, a veces, en tiempo de elecciones. El común fue enamorándose de la pobreza como virtud -ahora al mango- al tiempo de horrorizarse con la prosperidad, con la riqueza honesta y esforzada. Y así estamos. Con la pandemia y el redescubrimiento de las villas, donde los riegos son mayores en cualquier sentido: hay que cercarlas, hay que encerrarlas, ya que el país no ha sabido ni ha podido -no ha querido- resolver tanto desastre.
Les digo, para no cansarlos, que hace unas horas he estado charlando con una adorable amiga muy fogueada como periodista en el crimen, a propósito –me dijo- de cuando lleguen a testear en las villas pesadas, la merca, las armas y sus patrones. "Prefiero ver un rato de tele. Que sigas bien”, le dije.