Grupos de WhatsApp durante la pandemia

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Cuando se decretó el confinamiento oficial en Francia, me dicté avanzar en algunos textos por entregar, libros pendientes y el teletrabajo. Comencé con la disciplina que, alguien tan volátil como yo, debe imponerse. Me conozco. Avanzo a rajatabla en las mañanas desde muy temprano; luego, ya en la tarde…

En el Salazar y Herrera de Medellín, algunas veces, le decíamos “Shago”. Un “nene de mamá muy bien puestecito” y perfumado que no le gustaba transpirar en educación física; el fútbol no era su mayor pasión y si por equivocación, quienes sí lo jugábamos, lo ensuciábamos, él de inmediato se sacudía renegando ante la burla de todos. Santiago Cardona, después, se convirtió en uno de los fotógrafos comerciales más reconocidos en la industria de la moda en Colombia, Suramérica y en algunas ciudades del sur en Estados Unidos.

Me alegró mucho que se acordara de mí cuando recibí su mensaje por Instagram preguntándome “cómo iba con toda esta locura de la pandemia” mientras los picos del virus estaban desbordados en Europa. Después pasamos a hablar en WhatsApp y fue cuando tuvo la idea de crear un grupo con unos pocos amigos del liceo.

La cacería de Santiago comenzó. En una semana ya éramos un poco más de ocho. Otros, esparcidos por el mundo, llegaron después. Queríamos saber de inmediato todo de cada integrante que el grupo logra encontrar. Cosemos los recuerdos de cada año; rememoramos historias con profesores imposibles de olvidar como el coordinador de disciplina, Ramiro Betancur, Dilia Echeverry y Nicolás Londoño, coordinador académico, quien era capaz de matar un gato con la mirada.

En plena pandemia regresamos a clases, materias, castigos de una clase completa o individuales, como el día que un enajenado entre nosotros lanzó un sándwich al ventilador del salón en clase de dibujo técnico y todo quedó impregnado de un repugnante amasijo; aún le pedimos a Andrés Arango que cante la publicidad de “La leche” del Banco Ganadero, chiste que le costó una matrícula condicional para el año siguiente. Renglón aparte merecen siempre los recordados partidos de fútbol de casi todo el bachillerato: campeonatos ganados, los perdidos, la seriedad y pundonor que nos exigía Andrés Orozco a cada jugador en el equipo de octavo E. Virtudes que, sin duda, lo llevaron a ser el único jugador profesional entre nosotros. José David ―ya en décimo― armaba la alineación del equipo en cada cambio de clase y luego, en la cancha, repetía el rito con los carnés en el suelo mientras que Willy Córdoba ―el más payaso e inquieto de todos― remedaba el estilo y gambeta de Andrés Escobar con el brazo pegado al pecho antes del comienzo del partido. No quiso volver a hacerlo cuando regresamos de las vacaciones de mitad del 94, aunque Sebastián Bustamante, Camilo Arbeláez, Carrique y el equipo entero se lo pidiéramos antes de cada partido.

El grupo universitario ―por su parte― sí es de vieja data, tiene cinco años. Considero que es mucho tiempo para un grupo, pues he visto sucumbir algunos rápidamente u otros los he abandonado sistemáticamente desde el comienzo. Algunas veces pueden pasar días sin que nadie diga nada; otros días despierto y me asombro de la gran cantidad de mensajes que puedo encontrar. Además, el garrote y la burla en dicho grupo están a la orden del día en cualquier oportunidad, ¡es una regla tácita!, un mandamiento.

“Somos profesionales, pero no somos serios, nada en este grupo se habla seriamente ―ni en plena pandemia― y somos muy pesados para decir la verdad”, me dice Andrés Yepes cuando le manifiesto que el tema me interesa, que por qué no dedicarle algunas líneas al tema por esta época, y él agrega: “Candela, sin duda, esto es como en la mayoría de los grupos: muchas personas con diferentes personalidades, y en el nuestro perdura gracias a un sentimiento de amistad muy fuerte por haber hecho la carrera todos juntos”. “Por habernos apoyado los unos a los otros”, pensé para mí.

“Ya no somos tan altivos como en las fiestas universitarias, hemos perdido reflejos; pero hay también un factor diferente y muy en común entre nosotros, somos una generación que físicamente ya no cambia mucho ni se deforma tanto como otras y cultivamos una buena energía entre nosotros y para nosotros”, finalizó Yepes.

Son grupos en los cuales las conversaciones virtuales ―con la impresión de tener todo el tiempo del mundo para nosotros durante la pandemia― han servido para rescatar amistades y abonar otras, pero con el mismo deseo al final de cada conversación o reunión programada en Zoom: volver a vernos y tomar algo todos juntos esperando que ninguno de nosotros falte.

P.S.: los viejos amigos regresaron con carcajadas atiborradas de plenitud. Ellos nos han demostrado que no somos lo que nuestra cotidianidad ve; somos todo aquello que ellos son capaces de recordarnos, una gran fortuna: ¡muchos de nosotros ya comenzábamos a desconocernos frente a nuestros propios reflejos!

Andrés Candela