Así jugaba el Racing del triple ascenso: un grupo “gasolero” que ganó en todos lados
El equipo de Ramos saltó de la ACF al Nacional B en 1999. El plantel se formó con jugadores del medio local. Se adjudicó todas las etapas del Argentino.
by Agustín CaretóEn julio de 1999 Racing de Nueva Italia hizo historia a llegar a la B Nacional directamente desde la Asociación Cordobesa de Fútbol. Hizo una escala en el Argentino B y ganó el reducido final, lo que le permitió eludir el Argentino A.
No hubo misterios ni fórmulas mágicas en el equipo que comandaba Juan Manuel Ramos: se basó en el trabajo duro, con mucho silencio y humildad.
Fueron prácticamente los mismos jugadores quienes consiguieron las tres consagraciones para una Academia que supo aprovechar al máximo todas las armas con las que contaba para ir sumando triunfos y puntos en su largo camino de regreso a la B Nacional.
Al momento de hablar de las claves de aquel Racing, es imposible no mencionar a tres pilares fundamentales: por un lado, la entereza y el alma ganadora del cuerpo técnico que encabezó “el Negro” Ramos.
Por otro, un plantel joven y plagado de pibes de la ACF que supo reinventarse para adaptarse a las diversas exigencias de cada categoría.
Y por último, el respaldo de su gente, clave para que el equipo tenga una localía por demás fuerte. Los hinchas respondieron y acompañaron a los jugadores tanto en Nueva Italia como en buena parte del país.
¿Cómo jugaba ese Racing? El esquema era 4-4-2, sin un centrodelantero definido. El equipo se conocía de memoria y hacía todo simple. Gustavo Caminos era una garantía de confianza debajo de los tres postes.
Víctor López y Ulises Mansilla primero y Hugo Banegas en los partidos finales, formaron una dupla central firme.
Cristian Binetti y Raúl Vangioni jugaron por los laterales y fijaban posición, sin pasar demasiado al ataque.
Salvo Fabián “Rambo” González (se sumó al final) los volantes del plantel eran casi todos de la casa: José Álvarez, Juan Francisco Elúa, Maximiliano Salas, Marcelo Peñaloza y Ariel Juárez. Racing solía armar un “rombo” en el mediocampo con movimientos de difícil resolución para sus rivales.
Arriba se repartían los minutos los “locos bajitos” Edmundo Valdiviezo, Sebastián Montivero y Javier Baggini, goleador el equipo con 12 tantos.
El grupo por sobre las individualidades
Aquel Racing era un equipo solidario, consciente de sus limitaciones. Si bien no tenía a los jugadores más dotados tácticamente, a nivel de intensidad no lo superaba nadie.
“El Negro Ramos no “se casó” con nadie en aquel plantel. Al que veía bien jugaba y el que no daba todo en las prácticas miraba el partido desde el banco.
El arco propio en cero era una meta que casi no se negociaba. Los defensores primero hacían su trabajo y rara vez pasaban al ataque.
Un muy buen trabajo físico, un plantel con hambre de conseguir cosas y un gran orden para moverse con y sin la pelota, sirvieron para que el crecimiento se produjera dentro y fuera de la cancha.
Todos ponían lo suyo en cada práctica para buscar un lugar entre los 16. Fue así que el DT pudo elegir siempre con qué jugadores entrar a la cancha y apostó definitivamente a lo que sus jugadores le podían dar.
Las cábalas, el otro factor
Pocos entrenadores más supersticiosos en el fútbol cordobés que Juan Ramos. El técnico tenía siempre el mismo reloj que se le desprendía a cada rato pero no quería cambiarlo.
Además “el Negro” no dejaba a sus jugadores que pasen por entremedio de una pared y una columna en las calles.
Tampoco permitía que sus futbolistas se aten un buzo al cuello porque entendía que de esa manera se iban a atar sus ideas.
Eso no era todo. Los jugadores también tenían prohibido usar la marcha atrás para sacar sus autos. Vaya uno a saber por qué…
Todos los miércoles Ramos se sumaba a los torneos de truco del plantel. Como jugaban por unos pesos, si perdía quería “boxear” a los que les sacaban su dinero.
Era bravo. Incluso en más de una ocasión se plantó ante los hinchas cuando vinieron a hacer reclamos. El DT bancaba así a un plantel que luego lo respaldaba dentro de la cancha.
Tanto insistió el entrenador con sus supersticiones que los jugadores inventaron las propias. Todos los jueves, sin que el técnico supiese, se iban después de la práctica a un almacén cercano a la cancha para tomarse una Coca y comerse unos “sanguchazos”. Creer o reventar, la cábala dio sus frutos.