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The actor Santiago Segura in the filming of the film 'Torrente, el brazo tonto de la ley'. (Photo by Guillermo Pascual/Cover/Getty Images)Cover / Getty Images / Guillermo Pascual

A propósito de Torrente: si te gusta el buen cine (y no eres un elitista) debes leer esto

Filmin, la gran plataforma de cine de España, ha recibido numerosas críticas por incluir 'Torrente' en su catálogo exclusivo

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Si eres una de esas personas a las que les gusta el buen cine pero deslegitimas, mirando por encima del hombro, cualquier opinión contraria a la tuya porque no se asemeja a tus gustos "elevados", quizás este texto no sea para ti. O puede que sí y que te sirva de herramienta para reflexionar y comprender por qué los grandes artistas de la historia del cine sabían que el arte era tan polifacético y diverso como los gustos de los espectadores a los que iba destinado.

Hoy Filmin, la plataforma de cine más grande de España, se ha hecho tendencia en Twitter tras anunciar que incluiría Torrente en su selecto catálogo de películas. Para quienes no conozcáis la plataforma, os pongo en antecedentes: miles de películas de autor, grandes clásicos, cine independiente, serie B y algunos –pero muy pocos– taquillazos conviven en una de las ofertas más diversas y exquisitas de nuestro panorama cinematográfico. Para los amantes del cine menos mainstream, es un diamante en bruto que recoge piezas fundamentales de filmografías brillantes como las de Fritz Lang, Akira Kurosawa, Robert Bresson, John Huston, Ingmar Bergman o Andrei Tarkovsky. Aunque la lista es interminable.

En el momento en el que Filmin ha anunciado la entrada de la película de Santiago Segura en ese excelso catálogo de (más de 4000) joyas pretéritas, algunos usuarios, la mayoría haciendo alarde de un elitismo enobista –otros, directamente, lo llaman gafapastismo–, han lanzado soflamas incendiarias contra los responsables de la selección de películas por considerar que Torrente no es arte y, por tanto, que no debe formar parte de un catálogo de tanta calidad. Hasta han amagado con darse de baja de la suscripción mensual (que no llega a los diez euros) si "esa" película "apestada" llega a formar parte de la oferta. Prefieren el orgullo de sentirse superiores en gustos y sacrificar una oferta con joyas que no se encuentran en otro lugar que convivir pacíficamente con quienes disfrutan de otro tipo de películas.

Esa pataleta cultureta, propia del insufrible fenómeno fan que amenaza una y otra vez con dejar de ver una serie si su personaje favorito desaparece –las historias no siempre son de color rosa–, pone en entredicho la misma esencia del arte: el mensaje de la obra no depende de quien lo emite, sino de quién lo recibe, y todos debemos ser libres para escoger lo que nos plazca. Lo decían Oscar Wilde en el prefacio de El retrato de Dorian Gray y Tarkovsky en su brillante ensayo Esculpir en el tiempo. Hasta J. F. Martel habló de lo mismo en su crítico libro Vindicación del arte en la era del artificio.

En el momento en el que decimos a la gente qué es lo que tiene que ver y pensar, no somos mejores que unos dictadores que tratan de adoctrinar al pueblo con propaganda. Recordad aquel discurso de Charles Chaplin en El gran dictador. Una cosa es que desde un diálogo sosegado y bien construido podamos sacar a relucir los pros y contras de tal o cual película e intentar esclarecer por qué algunas son auténticas obras de arte y las demás, quizás, puro artificio, y otra muy distinta es denostar cualquier juicio que no se alinee con nuestra forma de pensar. A eso se le llama fundamentalismo.

Tratar de dejar una de las plataformas más exquisitas de nuestro país por no estar de acuerdo con incluir una película que es "demasiado mainstream" es un ejercicio de hipocresía infantil y, además, demuestra que hay cierto sector que aún no ha comprendido que una película hecha para el entretenimiento puro y una pieza metafísica que hable sobre, por ejemplo, la esencia del ser humano, no juegan en la misma liga y no van destinadas al mismo número de espectadores. Sin embargo, ambas deben coexistir, igual que conviven personas de diferente signo político sin que se rompan la cabeza a machetazos.

Quizás José Luis Torrente flaquee si se le pone enfrente al detective Jef Costello (Alain Delon) de El silencio de un hombre de Melville o al ingenioso Paul Biegler (James Stewart) de Anatomía de un asesinato, de Otto Preminger, pero eso no le resta derecho a formar parte de una variada oferta de entretenimiento que va destinada a un público diferente. Porque, seamos sinceros, no es incompatible disfrutar de diez horas de la trilogía de La condición humana de Masaki Kobayashi y ponerte después el El caballero oscuro y flipar con la brillante factura técnica que imprime Christopher Nolan en cada una de sus películas. O saber que El resplandor de Kubrick es una de las mejores películas de terror de la historia no excluye que se pueda disfrutar como un niño de La matanza de Texas o The Ring. Es una cuestión de prioridades y gustos personales.

Las diferencias en las formas y mensajes de las películas no impide que convivan en el mismo entorno. Es más, que estén una al lado de la otra revela una sana diversidad y hasta le hace un favor a las obras más profundas, porque si se las compara probablemente resalten su alta calidad frente a los mal llamados "productos menores".

Por otro lado, esto demuestra que una plataforma para "cinéfilos entendidos" como Filmin –capaz de sacar un tuit diciendo que incluye Torrente y cinco minutos después que va a subir la filmografía completa de Andrei Zvyagintsev– está dirigida realmente a todos los públicos. Nadie se queda fuera en el sistema; todos tenemos cabida en el acervo cultural.

Además, si alguien que no esté acostumbrado a los sesudos tratados ensayísticos sobre significación en el cine se pone Torrente y al acabar accede a, vete a saber, una película de Billy Wilder, puede descubrir un mundo nuevo que otras plataformas que solo recomiendan productos similares –no voy a mencionar cuáles, pero todos lo sabemos– no son capaces de ofrecer.