‘Vote por mi abuelito’

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En 2006, careado por unos amigos liberales acepté postular mi nombre en la lista abierta del Partido a la Cámara de Representantes por el Valle del Cauca, a sabiendas de que era imposible obtener curul pues no contaba con el apoyo de ninguno de los jefes regionales, y lo más complicado, que no disponía de caja suficiente para adelantar la campaña.

Algunos generosos copartidarios me dieron ayuda pecuniaria, y yo puse unos pesos de mi anémica aritmética. James Gómez Hernández fue director de la campaña, que circunscribimos a unas pocas comunas de Cali, y sobrevivientes tulueños hicieron convites más sociales que políticos.

James Gómez, con experiencia en anteriores jornadas electorales, me convenció de que sumados los votos de Cali con los de Tuluá (yo era el único tulueño en las diversas listas partidistas) volvería a la corporación de la que había sido miembro 40 años atrás. Pronosticaba que con un residuo de 15 mil votos asegurábamos el traslado a Bogotá.

Un gallardo amigo, con la mejor de las intenciones, resolvió sin consultarnos pagar de su bolsillo pasacalles que fueron colgados en diversos sitios de Cali y de mi pueblo. En esa tela aparecía una preciosa foto de mi nieto Fernando José abrazado a mis dos nietas, María José y María Antonia, con una leyenda digna de cuento infantil: ‘Vote por mi abuelito’.

Como diría Rafael Araújo Gámez: “ya no hay tiempo de llorar, el balón adentro”. Y así fue. Esa frase con la foto familiar que a Rosita Moncada, esposa de Horacio Serpa, le pareció de una ternura infinita acabó con mis débiles aspiraciones, pues la gente no captó el tierno mensaje sino uno demoledor: este viejo cree que el Capitolio Nacional es un asilo de ancianos. Los 15 mil quedaron convertidos en 5 mil raquíticos votos que, por fortuna, pasaron el umbral y hubo reposición oficial que disminuyó el golpe económico de la fallida campaña.

No suelo dar órdenes familiares ni consejos, pero tan aburrido estoy de escuchar todas las noches al presidente Duque referirse a “los abuelitos”, que dispuse que quedaba absolutamente prohibido a los nietos llamarme ‘abuelito’ y que se quedaran en ‘abuelo’. Espero que cumplan ese decreto senil.

Es absurda la discriminación que el Gobierno, con la mejor de las intenciones, ha hecho de los colombianos viejos, al confinarnos ‘sine die’ -sin fecha de vencimiento- en nuestros domicilios, como si fuéramos los ancianos de la tribu que ya no servimos para nada.

Quisiera que el Presidente repasara la historia para que compruebe que son los viejos los que han engrandecido a la humanidad, y que Winston Churchill, o Franklin D. Roosevelt, o el Mahatma Gandhi, o Charles de Gaulle, o Nelson Mandela, o Golda Meir, o Konrad Adenauer, son ejemplos de hombres y mujeres que han sido líderes de sus pueblos con edades superiores a 70 años.

Juzgo que la reclusión obligatoria, así algunos tengan todas las comodidades necesarias, no deja de ser estresante, pues es una especie de casa por cárcel, por lo que pienso que a aquellos a quienes la laxa justicia criolla les otorga ese beneficio, también sufren los rigores del aislamiento.

Así que, por favor, señor Presidente, suéltenos las amarras pues todavía podemos ser útiles a Colombia, y que cada cual asuma su responsabilidad ante la pandemia. No más “abuelitos”, término extraído del léxico de su ‘presidente eterno’, es la rogativa que millones de mis contemporáneos le hacemos.