Caballito Garcés (I)
by Medardo Arias SatizábalFue el primero que grabó un currulao en Colombia, ‘La muy indigna’, en 1952, y antes de él ningún músico del Pacífico colombiano recibió un Disco de Oro por ventas, de manos de Carlos Julio Ramírez, justamente por esta composición que alude a una mujer con varios maridos, incluido “un gringo de San Francisco…”.
La autoría de ese currulao se la disputan los herederos de Petronio Álvarez ‘El Cuco’, su gran amigo con el que vagabundeó por las calles de Buenaventura y Cali en compañía de Tito Cortés, en busca de serenata. Así lo recuerdan los porteños que vivieron la década del 40, acompañados también por un tal Tomás Longas. Hasta la compañía de vapores Grace Line los contrataba para homenajear a los pasajeros que recalaban en el puerto y descendían de los famosos ‘Santas’, barcos con nombres tomados del santoral.
El ritmo que luego fue fundamento en los arreglos de orquestas como Niche y Guayacán, era muy desconocido en Colombia en la primera mitad del Siglo XX, pues estuvo relegado, casi que exclusivamente, a las fiestas folclóricas patronales en el litoral.
“Yo tenía unos amores con una china/ con una china/ que estaba teniendo cuatro/ la muy indigna, la muy indigna…”, dice el currulao grabado inicialmente en la voz de Segundo Leonidas Castillo, ‘Caballito Garcés’, con el sello Victoria. Esta canción la recuerdan las emisoras colombianas en cada diciembre. Vino originalmente en 45 revoluciones por minuto, y en su lado B, trajo ‘Mi canalete’.
Tumaqueño, Caballito es uno de los pocos músicos con estatua en Colombia. La misma, está en la avenida contigua al Instituto Max Seidel en Tumaco y le hace honor al trovador, pues tiene guitarra y parece deleitar a los que pasan. Es el segundo monumento que merece este artista, pues el primero fue tiroteado por unos traquetos. Le bajaron un brazo.
Cuando la Miss Colombia Stella Márquez Zawadsky, tumaqueña, contrajo matrimonio con el filipino Jorge Araneta, Caballito fue traído a Cali para animar la boda. Pude conocerlo en una noche de parranda en la Perla del Pacífico. Me contó tantas historias cómicas y delirantes, que terminé tirado en la arena fulminado por la risa. Además de músico era un humorista nato. Oscar Seidel me dice que en una ocasión de fiesta en Cali, por la vía al mar, alguien en tragos avanzados irrespetó al artista y le gritaba “cantá pues, güevón, cantá…” Caballito le respondió: “¿Y fue que usted ya se bañó conmigo?”.
Los primeros pagos por serenatas fueron en especie. Los ‘Chombos’, marinos afrocaribeños de habla inglesa, le pagaban con piernas de jamón, bloques de queso holandés y manzanas de California, robadas de las cocinas de los barcos. “Yo dormía en la calle”, me confesó. “Como todavía no habían construido bodegas en el muelle, los trovadores dormíamos junto a la carga, al aire libre. Si teníamos hambre, abríamos cajas donde encontrábamos pasteles de Holanda, uvas pasas, leche y duraznos de Chile”.
El apodo lo ganó en la infancia, cuando armaba pandillas de vaqueros que galopaban desnudos sobre caballitos de madera. Este apodo lo acompañó desde sus primeras aventuras por el río Mira cuando se volvió trampero y alimentaba a los nativos con carne de tigrillo. También, se llamaba así mismo ‘el primer polizón del Pacífico’. Con apenas 14 años se escondió en la bodega de un barco alemán, cuyo nombre nunca olvidó: el “Sverigo”. Así me refirió esta historia: “Navegué no sé por cuanto tiempo hasta que sentí que tocamos puerto. Vi una luz arriba y salí a toda carrera a la calle. Me paré en una esquina, y al primero que pasó le pregunté: “¿Señor, qué ciudad de Alemania es esta? Me miró rarísimo y dijo: esto es Buenaventura…”. “Yo ya estaba extrañado de ver tanto alemán morocho”.
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