Columna: El nido del Kau. Amarga luna de miel
LA NETA.- En vez de rectificar, el Bebé marcó su distancia con la muchedumbre que invadió el templo y malogró su boda.
by William CasanovaEn el clímax de la telenovela, el Obispo preguntó “¿Alguien se opone a este enlace?” El Gobernador panista y el Cenador priista, embriagados de felicidad, quedaron petrificados en el altar cuando los yucatecos gritaron no a un concubinato que, en menos de dos años le impuso una deuda pública de $4,120 millones, y se frotaba las manos para despacharse otros $1,728 millones.
Amasiato basado en la complicidad, no en el amor, la pareja eligió matrimoniarse en el Congreso del Estado. Separó los lugares de sus eternas damas de honor (los presidentes de cámaras empresariales, secretarios generales de sindicatos, boletineros), toda una corte que juró en el altar que la novia llegó con el himen impoluto.
El bello, barbudo Bayardo San Román confió ciegamente en la empalagosa miel de una Ángela Vicario que le juró amor eterno.
“Seis años más de bonanza para la economía de los amigos y la familia -zumbó la promesa-, no te preocupes por la boda, Bebé, tengo todo bajo control”. Todos en el pueblo sabían el desenlace del apareamiento, menos los amantes furtivos.
El deseo carnal nubló la razón de los contrayentes, se creyeron sus propias mentiras, ensoberbecidos por los aplausos, los poemas de los loros y jilgueros mantenidos en jaulas de oro, con el alpiste del erario. Y, en especial, el canto de la sirena especialista en boquetes financieros al erario, don Ulises Carrillo, flamante periodista y asesor gubernamental.
Ni los amantes, ni sus damas de honor (y menos Ulises) escucharon a un Yucatán harto de la fusión de la ambición con la corrupción. No pudieron ante el canto de los jilgueros que contaminó el recinto nupcial. Chayoteros, no comunicadores, que alejaron a los contrayentes de una sociedad harta del Hermoso y su concubina con amplio historial de prostitución.
Una pantera que escogió a un joven, bello e inmaduro mandatario para satisfacer sus ambiciones personales.
Bajo el antifaz de abeja hay una mariposa traicionera.
El olor de su miel no esconde al tufo de putrefacción, corrupción y ambición que lo ha acompañado en su trayectoria pública. Escogió para sus planes a un inmaduro puberto que, en menos de dos años en el trono, es incapaz de escuchar y leer la realidad.
Al escuchar el rechazo popular, el Obispo se dirigió a la palangana de aluminio; se lavó las manos.
No consumó la esperada boda.
La corte huyó en estampida, esquivando el flash y las fotografías. Sexoservidores de lujo, como los hermanos Pedro y Pablo Vicario, los presidentes de las cámaras empresariales, los secretarios generales de centrales obreras y los boletineros amenazaron en sus primeras planas, en sus desplegados, en sus entrevistadas pagadas: sin la boda consumada, no habrá pan, no habrá empleos, el Apocalipsis es un paraíso en comparación con lo que viene para Yucatán.
Desencajado, Bayardo San Román lloró como nunca esa noche.
Dejó para la posteridad un mensaje de cuatro minutos 16 segundos, en el que perdió la compostura tras ser condenado a vivir en eterno amasiato, a fornicar en las sombras con su empalagosa abeja.
Esa noche, en público, prometió venganza contra los yucatecos cansados de soportar más impuestos, de los cambios de placas obligatorios cada tres años, de los usurpadores de representación social, de la opacidad, del agandalle del endeudamiento para beneficio de los cuates y los familiares.
En vez de rectificar, el Bebé marcó su distancia con la muchedumbre que invadió el templo y malogró su boda.
Una muchedumbre carente de empleo, de alimentos, de transparencia, del desprecio a la rendición de cuentas, de los excesos de una obesa burocracia de lujo incapaz de asumir su papel histórico, de las ocurrencias criminales como una ley seca carente de un soporte de salud mental, de la ambición política desmedida.
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