Cómodamente intranquila y sin saber nada
La divulgadora científica Alejandra Ortíz Medrano detalla las reflexiones a las que ha llegado durante los días de confinamiento
by El Informador“Mis días durante este aislamiento social transcurren tranquilos” es lo que le digo a casi todo quien pregunta cómo va. Y es que no hay nada que sea emocionante, nada que cause movimiento, todo parece estar quieto y estancado al menos dentro de mi círculo social. Leo las noticias de otros países y calculo cuántas semanas nos hacen falta para estar con esos escenarios aquí en México.
Leo las noticias de México y calculo cuánto más se puede aguantar hasta que explote la situación socioeconómica como una olla express, o los contagios, o todo al mismo tiempo.
Entonces me pregunto si realmente eso es la tranquilidad, estar esperando a que llegue una ola gigante y abrumadora.
Leo en redes sociales muchas teorías conspiratorias sobre el virus, sobre la enfermedad, sobre las estrategias tomadas por diferentes países. Leo opiniones dispares, la mayoría cargadas de mucho enojo y poca duda ante lo que proclaman. Me pregunto si yo también soy así, llena de certezas falsas, si creo comprender mejor la evidencia disponible nomás por ser divulgadora de la ciencia.
Me doy cuenta que ni estoy tranquila, ni sé casi nada. Y que tener consciencia de ambas cosas es realmente importante para estos momentos.
Aceptar lo angustiante de esta situación, aún si “nada” está pasando en mi entorno inmediato, me permite de cierta manera observar cómo esas sensaciones de angustia van y vienen en mi experiencia del día a día, y que muchas siguen al paso de lecturas o información que pintan en mi mente escenarios que van desde lo lamentable a lo catastrófico. Darme cuenta de esto me permite alejarme, por salud emocional, de tanta noticia y de tanta opinión. Reconocer el miedo, la tristeza o el enojo ante ciertas cosas me permite darme cuenta de cuestiones que son importantes para mí, como cuando me da miedo que alguien de mi familia enferme y muera, y entonces reconozco lo esencial que es su presencia y amor para mí; o cuando me enojo terriblemente al ver que conocidos en Facebook publican fake news o consejos “infalibles” que carecen de mucho entendimiento de la situación, y recuerdo por qué me dedico a la divulgación de la ciencia.
Para mí poder entender ciencia es, en este momento de la historia y en la cultura en la que estamos, esencial para poder tomar mejores decisiones desde el nivel personal hasta el nivel social y gubernamental. Con esto no quiero decir que las mejores decisiones estén siempre basadas exclusivamente en ciencia, sino que poder incorporar el pensamiento y conocimiento científico es una herramienta poderosísima, pues la ciencia es realmente una muy buena fuente de conocimiento. En esta pandemia se hace muy evidente de lo que hablo.
Por ejemplo, con un mayor entendimiento de cómo funciona la ciencia podríamos evitarnos tomar sin cuestionamiento los resultados de estudios que no han pasado por el proceso de revisión por pares para finalmente ser publicados en una revista científica. Esta evaluación por expertos por la que tiene que pasar cualquier investigación científica, es una manera en la que, en la ciencia, se asegura, hasta cierto punto y con sus limitaciones, que los estudios que se hacen cumplen con el rigor y calidad necesarios, y que por lo tanto sus conclusiones tienen credibilidad. Debido a la emergencia mundial del COVID-19, se han pre-publicado estudios que aún no pasan por este proceso, que si bien son útiles pues en estos momentos el proceso de revisión por pares podría tardar meses y necesitamos con urgencia información sobre la enfermedad, los resultados deben tomarse y comunicarse haciendo énfasis en la gran limitante de que no han pasado por la revisión de otras personas expertas en el tema. Lamentablemente no es así en la mayoría de los casos, y tenemos entonces notas en medios de comunicación que aseguran que ciertos medicamentos son un tratamiento eficaz, cuando aún falta muchísima investigación para poder decir esto.
Si como sociedad se entendiera mejor sobre ciencia, y como gobierno se tuviera el interés de promover una cultura científica, tal vez el uso correcto del cubrebocas no sería ni una orden ni un acto de fe, sino una acción basada en el entendimiento de cómo se contagia el virus. Otra de mis angustias/enojos de este tiempo es ver en la calle a todas las personas con el cubrebocas mal puesto, o tocándolo constantemente, lo cual podría ser incluso peor que no usarlo. Entender que el virus entra al cuerpo principalmente a través de gotitas respiratorias que se inhalan por nariz y boca, o que las llevamos con nuestras manos a esa parte de nuestra cara, probablemente haría que más gente dejara de llevarse los dedos al rostro al acomodarse el cubrebocas una y otra vez.
Tuve que dar un respiro largo después de escribir el párrafo anterior (sí me saca un poco de quicio todo el asunto de los cubrebocas). Pienso que ojalá me equivoque respecto a que su mal uso vaya a resultar peor respecto a los contagios que el no haberlos usado por completo, y me recuerdo a mí misma que no sé casi nada.
Me gustaría que otras personas se sintieran, como yo, cómodas con no saber casi nada. Con esto me refiero a que sé que lo que sabemos, al menos desde el punto de vista de la ciencia, es conocimiento parcial, y que probablemente cambie en el futuro. Y no me refiero nomás al SARS-CoV-2, esto es cierto para todo lo que tenga que ver con ciencia. Podría parecer paradójico, pero esta falta de certezas es lo que, para mí, vuelve más confiable al conocimiento científico, pues está en constante prueba, todo el tiempo. Si existiera esa comprensión sobre los procesos científicos, más allá de saber datos o información, probablemente los paseos por el mundo de las opiniones en estos momentos transcurrirían con más calma, y podríamos confiar o dudar, ambas de manera razonada, en las estrategias contra la pandemia, los consejos de doctores, los remedios contra la enfermedad, el futuro que nos espera.
Sobre la autora
Alejandra Ortiz Medrano nació en Guadalajara, Jalisco. Estudió Biología y un doctorado en Ecología Evolutiva en la UNAM. Desde 2006 se dedica a la comunicación de la ciencia, algo que disfruta mucho. Actualmente radica en Valle de Bravo con su pareja y sus dos gatas, algo que, como su vocación, también disfruta mucho.
“El libro de las investigaciones medianamente serias”
¿Por qué se acumula la pelusa en el ombligo? ¿Es cierto que el estrés produce canas? Prepárate porque aquí encontrarás desde el motivo por el cual los mosquitos pican más a unos que a otros, hasta por qué ocurre el hipo y la disputa de si los perros son mejores que los gatos o viceversa. Sí, la ciencia también tiene la respuesta para ello. En “El libro de las investigaciones medianamente serias”, Alejandra Ortiz Medrano: bióloga, colocutora de Mándarax —su exitoso podcast—, amante de los dinosaurios y de Adventure Time y divulgadora por excelencia, nos lleva en un viaje fascinante a través de 50 preguntas curiosas (y científicas) que tal vez te hayas hecho… o tal vez no.
¿Aún te preguntas para qué leer este libro?
Las respuestas son muchas y aquí te damos unas cuantas: llenarte de conocimientos útiles para las sobremesas domingueras, evitar bañarte diario (¡Uju!, o ¡iiuuu!, dependiendo de tus estándares de limpieza) y, ahí va la buena, tronarte los dedos a gusto y sin miedo de que resulte en una artritis tremenda. ¡Advertencia! Los datos aquí presentados se basan en información completamente seria (bueno, casi) y en fuentes 100% respetables (eso sí va en serio).
JL