Cuando en Cuba había libertad
by Tania Díaz CastroDecir que antes de 1959 no había libertad social es un soberano disparate, sobre todo si analizamos la trayectoria del régimen castrista hasta el día de hoy
LA HABANA, Cuba. – Según Mariela Castro Espín, hija del dictador Raúl Castro, en Cuba se reconocieron los derechos sexuales a partir de 1959 “gracias a profundas transformaciones”. Se trata de otra falsedad de alguien que, como sus tres hermanos, nació tras el triunfo de la revolución castrista.
El pasado 16 de mayo Mariela publicó un artículo en Granma con motivo del Día Internacional contra la Homofobia, donde insistía en demostrar cómo en los años anteriores a la gobernanza estatal de su familia, incluida su señora madre y posteriormente su exesposo, en Cuba no había libertad en la sociedad.
Es cierto que en 1952 tuvimos un gobierno impuesto a través de un golpe de estado, dada las condiciones políticas confusas y conflictivas de aquellos momentos, pero decir que no había libertad social es un soberano disparate, sobre todo si analizamos la trayectoria del gobierno castrista hasta el día de hoy.
Porque, señora mía, en Cuba había libertad hasta para hacerse rico. Si tenía suerte y habilidad en los negocios, podía convertirse en un comerciante, un agricultor, un fabricante de bienes materiales, etc. Había libertad sexual para las mujeres y para los homosexuales; para todos, algo que no llamaba la atención a nadie, porque el concepto de libertad era demasiado amplio.
Por ejemplo, a nadie le importaba que hubiera lugares de esparcimiento, como el Club 21, ubicado en 21 y N, Vedado, donde en la pista de baile lo mismo compartían parejas de mujeres que de hombres.
Todo porque a la libertad estaba acostumbrado el pueblo: por ejemplo, personajes humorísticos en la televisión haciendo de gay. ¿Mariela alguna vez acudió a los cabarets de Playa, muy cerca del club Náutico, donde los transformistas eran la sensación de La Habana, convertidos en cantantes, humoristas o artistas en general?
Mariela solo recuerda la represión social que emprendió su tío Fidel Castro en las tranquilas y famosas casas de prostitutas de la calle Colón, en el edificio de Marina.
Por ejemplo, en los pueblos del interior del país existían zonas de tolerancia, donde acudían los hombres tranquilamente en busca de mujeres o gay si lo preferían. Eso, a juicio mío, era libertad social, así como el respeto a la propiedad individual, algo que jamás respetó su tío cuando acabó con un comercio de largos años. Fidel se adueñó de todo y no quedó títere con cabeza, porque acabó con el desarrollo comercial y económico del país.
No fue, señora mía, ningún proceso de metamorfosis cultural complejo, como usted califica las políticas en relación con el género y las sexualidades. Sencillamente, Fidel Castro puso fin a la libertad que existió en Cuba durante larguísimos años a punta de pistola, por sus pantalones verdes.
Por supuesto que no fue “un escenario de amplia participación popular”, sino una dictadura feroz que tramó los cambios políticos sin permiso del pueblo, a quien jamás se le consultó nada. Ni siquiera el estatus constitucional del dictador como presidente del país a través de las urnas.
Perdone usted que la contradiga, pero las mujeres si eran beneficiadas en aquella época, incluso con las nuevas leyes de los años cuarenta del siglo pasado, que incluían el divorcio, el derecho al trabajo, etc. En aquella sociedad la mujer era protagonista y ejecutora.
¿Tampoco ha descubierto que la mujer cubana supo del suplicio de las “colas” para adquirir los precarios alimentos otorgados por el gobierno, a partir de imponerle una Libreta de Abastecimiento, que al cabo de 61 años continúa padeciendo a diario, incluso las trabajadoras?
Usted, en su artículo, ni siquiera hace referencia a esa oleada que ha crecido por días gracias al socialismo: jóvenes educados que, para comer, vestirse y escapar del país, se prostituyen.
Es cierto, como usted dice, que “la permanencia de la homofobia institucionalizada en las primeras décadas de la Revolución no ha sido analizada aún”, tan cruel como los miles de fusilados políticos ordenados por su tío y su padre. Las consecuencias de la UMAP fueron miles también: los que murieron en esos campos de concentración, torturados hasta el suicidio.
Yo estuve a punto de perder mi empleo de periodista por enviar una carta a la UMAP en 1964, señalando quienes eran los culpables por la muerte de aquellos jóvenes.
¿Y qué me dice de las consecuencias del “jineterismo”, mucho menos analizado por la Federación de Mujeres Cubanas?
¿Quiénes fueron los culpables de estos males en nuestra sociedad? ¿El Imperialismo yanqui?
Que su familia asuma sus culpas. Así todo queda en casa.
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