Catalejo

Una nueva amenaza imposible de cumplir

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En su ya cansina y aburrida presentación dominical del 24 de mayo, Alejandro Giammattei amenazó con cerrar todo el país durante quince días —sí, ¡quince días!— si los casos de la pandemia llegaban a 600 diarios. Sus defensores y especialmente la pareja de ineptos asesores extranjeros le dirán algo como “usted no amenazó, solo señaló esa posibilidad”. Pero sí es una amenaza porque su puesto político, más sus características personales de propensión al autoritarismo, no permiten analizarla fuera del ámbito de esa interpretación. A mi juicio, es el error más grande de todos los cometidos en los apenas 126 días pasados desde el 14 de enero, porque simplemente no es posible cumplir esa frase, hasta ese momento encerrada en sus superficiales o profundos pensamientos.

A las pocas horas, esos 600 casos se habían reducido a 500, lo cual facilitaba el pretexto para cumplir la amenaza. Luego ya era solo una posibilidad, pero es retroceso. Tal reculón se debe a haberse dado cuenta él mismo o haber recibido el regaño de su rosca de aduladores por una simple razón, que es imposible cumplirla. Un país cerrado durante dos semanas es un perfecto caldo de cultivo para la desobediencia generalizada, hecho de por sí preocupante, y de manifestaciones de protesta en todos los niveles de la población. No lo salva anunciar las medidas con días de anticipación, en vez de hacerlo a tontas y a locas horas antes del cierre, por lo cual causantes de enormes daños económicos a sectores de ingresos modestos y pequeños empresarios en el campo y las ciudades.

Mientras todo esto sucede, en Europa y Estados Unidos ya hay manifestaciones populares en contra de los encierros, porque atentan contra la libertad, aunque no se puede justificar la decisión de alguien de contagiarse y contagiar a los demás. Por cierto, para ello es necesario convencer a otros a fin de negar la existencia de la pandemia o al menos disminuir su peligro, muy al estilo de Donald Trump, al principio, y del brasileño Jair Bolsonaro. Yo puedo afirmar, con pruebas en la mano, la existencia y peligro de esa enfermedad, ahora atacada por razones ideológicas en países como Guatemala por grupos no caracterizados por la serenidad de su pensamiento. Esto incluye estar atacando al doctor Edwin Asturias, simplemente por haber criticado a Trump hace algunas semanas.

Giammattei no se encuentra en un lecho de rosas, sin duda, pero su figura e imagen se debilitan cada vez más por haberse negado a escuchar nada, mucho menos a actuar, en contra de la corrupción. Lejos de ello, muchos últimos nombramientos han beneficiado a gente condenada por delitos. Aunque estoy seguro de su negativa a escuchar una nueva sugerencia: presentarse en cadena nacional para jurar no cerrar el país, pues provocaría enorme mortandad de empresas de cualquier tamaño y actividad, con el consiguiente desempleo. Así tal vez recuperaría algo del apoyo de algunos sectores, casi todos obligados a votar por él para evitar la llegada de su contrincante. Debe leer sus textos, no improvisarlos, porque se ha vuelto esclavo de sus palabras.

Lo expresado por él debe ser resultado del trabajo de varias personas, por la variedad e interrelación de los temas. Otro factor contraproducente es la constante repetición del “yo”: yo hice, yo decidí, común en los dictadores en ciernes. Su constante presentación en cadena nacional derrumbó en muchas personas el interés por escucharlo. Perdió seriedad por su vestimenta, el nivel de su lenguaje, según él coloquial y por ello cercano a la población. Fue otro de los yerros de los asesores mencionados, miembros de la rosca dentro del poder. La historia está llena de ejemplos de sublevaciones causadas porque las autoridades no quisieron saber de la realidad de las capas pobres. No se debe olvidar: la comida de los capitalinos no se produce en la capital.