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Gordin Clark, Cameron Howe y Joe MacMillan, personajes de ’Halt and Cath Fire’ a los que, cosa rara, se termina por querer.FILMIN
muy seriemente

Filmin, viajes sin salir de casa

El estupendo colmado seriófilo de aquí que ya quisieran por ahí ha incorporado durante el confinamiento a su catálogo dos preciosidades, 'Halt and Catch Fire' y la séptima entrega de 'Endeavour'

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Las apelaciones, ahora más que nunca, a realizar las compras en el colmado del barrio nunca sobran. Nuestras ciudades corren el riesgo de perder ese tejido comercial familiar que proporciona músculo social y, así, trágicamente dar el paso definitivo a un nuevo orden económico, un liberalismo medieval que con infinito ingenio desnudó el periodista Javier Durán en un tuit a finales de enero. Eran solo ocho palabras. “El hombre es un Glovo para el hombre”, escribió entonces, hecho un HobbesDurán. Hay que felicitarle. El caso es que esta trigesimoséptima entrega de ‘muy seriemente’ va precisamente de eso, de promocionar el colmado del barrio, en este caso, Filmin, plataforma de aquí pero que ya quisieran por ahí. Les cuento dos inmersiones realizadas durante estos dos meses de confinamiento, por si gustan.

Primera propuesta. Que el título y la materia no les eche atrás. ‘Halt and Catch Fire’. Así se llama este inclasificable retrato de la efervescencia de la informática en los años 80 a través de media docena de personajes a los que incomprensiblemente se termina por querer. El nombre de la serie hace referencia a un comando de ejecución del lenguaje máquina de programación. Es lo de menos. También podría llamarse 'sal y vuelve a entrar', el abecé de la informática, y no pasaría nada. La cuestión es que, nada más declararse la pandemia, Filmin repescó para su catálogo las cuatro temporadas de aquel formidable retrato del amanecer de los ordenadores domésticos que, entonces, hace 40 años, se suponía que iban a alumbrar una era de comodidades en el trabajo y mayor conocimiento en general y que, cuando más tarde fueran cargados con la munición de internet, han dado pie a este presente tan distópico en que más contagiosas son las ‘fake news’ que el propio coronavirus. Esa dolencia social fue diagnosticada hace una docena de años por Rob Pommer, quien concluyó que la lectura de información en internet influye en la opinión de las personas. “Pasan de no tener ninguna opinión a tenerla equivocada”, dijo Pommer.

‘Halt and Catch Fire’ no explora esa evolución. Se queda en aquel momento germinal en que, al menos aquí en España, se consideraba que la muchachada que no estudiara lenguaje de programación, BASIC, Cobol, Pascal o, los muy avezados, máquina, se quedaría anclada en una suerte de prehistoria analógica y condenada a la extinción laboral. La materia, lo dicho, puede resultar poco seductora. Pero la serie es un gozo. La han bautizado a veces como el ‘Mad Men’ de la informática. Es un error. En realidad, es tan sólida que no necesita que la comparen con nada.

Segunda propuesta. Durante el segundo mes de confinamiento, Filmin, gracias, estrenó la séptima temporada de ‘Endeavour’, nombre de pila del agente Morse de Scotland Yard, observador y deductivo como un Sherlock Holmes en el Oxford de los años 60. Es otro delicioso viaje en el tiempo. Cada capítulo es un homenaje a Patricia Highsmith, no tanto por el ponzoñoso estilo narrativo de la escritora norteamericana sino porque como esta dijo en una ocasión, “la vida no tiene sentido si no hay delito en ella”. Cada capítulo de ‘Endeavour’ satisfaría una o varias veces los deseos de Highsmith, pero lo fenomenal de esta joya, igual que en ‘Halt and Catch Fire’, no es tanto lo que cuenta como lo que retrata, esos deliciosos años 60 ingleses, en los que la formalidad social que había sobrevivido a la segunda guerra mundial (ya saben, la hora del té y las pastas) comenzaba a convivir con una desinhibición cultural a través de la música y otras artes. Endeavour Morse es, como la pandilla de ‘Halt and Catch Fire’, otro personaje al que se termina por querer.

Filmin, ya se ha dicho en otras ocasiones, es una feliz anomalía europea en un mercado mundialmente dominado por Estados Unidos. Es, además, el colmado del barrio. A veces apetece, con zapatos rojos y los ojos cerrados, dar tres golpes con los talones y reconocer que Dorothy tenía razón. “Se está mejor en casa que en ningún sitio”.