Historias de hospital: los que trabajan con pacientes de Covid-19
El desafío sanitario de formar parte de una realidad que se está escribiendo y, a la vez, el temor al contagio propio y al de sus familias.
Una médica terapista, una enfermera y un licenciado en Bioimágenes cuentan cómo viven su tarea diaria en Córdoba.
Gabriela, entre la vocación y la tensión
La pandemia terminó de confirmarle a Gabriela Cuello (29) que había seguido su verdadera vocación. Comenzó a los 19 como auxiliar de enfermera al concluir el secundario y luego estudió la carrera profesional.
“Siempre tuve dudas, pero este año confirmé que es realmente lo que me gusta; es un trabajo muy agotador, en lo físico y en lo mental, pero con todo lo que está pasando me doy cuenta de que es lo que siempre quise ser”, confiesa.
Además de su trabajo habitual en una clínica privada, hace un mes ingresó como personal convocado por la Provincia para esta contingencia. Fue asignada al hospital San Roque, de Córdoba, que recibe pacientes con Covid-19. Consiguió ese trabajo por seis meses y quedará registrada en el sistema de salud provincial.
La pandemia, a su vez, representa para la joven una oportunidad laboral que aceptó luego de vencer sus miedos. Entre ellos, sobresale el temor de contagiar a su familia por su mayor exposición.
Gabriela vive con sus padres, dos hermanos y un sobrino. “Llego, entro por el garaje; me saco las zapatillas en el patio y paso derecho al baño, me ducho y desinfecto todo con lavandina”, detalla, sobre la rutina de cada día, que le lleva al menos una hora y media.
“Salgo a las 14 y recién a las 16 me siento a almorzar”, agrega.
Se imagina que tener un rol activo en uno de los hospitales del Polo Sanitario durante la pandemia le sumará una gran experiencia profesional. Aunque la viva, cada día, con tensión, vocación y esfuerzo.
Juan, con dosis combinadas de adrenalina y de temor
“Por un lado, uno lo vive como un desafío, con adrenalina. Formar parte de un equipo de salud en una situación de pandemia no se da todos los días. Por el otro, con una dosis de temor, que no puede faltar porque hace que uno esté alerta”. Lo dice Juan Rojo (50), licenciado en Producción de Bioimágenes desde hace 25 años.
Su obsesión es que la “famosa curva” de casos siga aplanada y no sature el sistema de salud.
Dice que, en el hospital San Roque, donde trabaja, están entrenándolos desde hace un mes en bioseguridad.
Su esposa, con quien comparte profesión, comenzó a trabajar por la situación de pandemia. “Era una buena oportunidad, aunque también tuvimos dudas porque los dos estaremos en el hospital. Pero tratamos de tomar todas las medidas posibles”, cuenta.
Sus hijos, de 12 y de 13 años, al principio los miraban con curiosidad cuando llegaban al hogar y pasaban derecho a bañarse sin siquiera abrazarlos y al ver que dejaban las mochilas y bolsos en la entrada. Ya se acostumbraron a que es parte de la rutina diaria.
Su especialidad también es clave en el tratamiento de pacientes con coronavirus: se ocupa de realizar radiografías o tomografías de tórax a los pacientes afectados en su parte respiratoria. En estos casos, las radiografías se realizan con equipos portátiles para evitar que los pacientes se movilicen de sus salas.
La colocación de los equipos de bioseguridad son una rutina diaria, pero clave. “Usamos dos pares de guantes, doble bata, un barbijo N95 más otro común que lo protege, gafas, máscara y una cofia en la cabeza”, detalla Juan.
Al sacarse cada uno de esos elementos, entre paso y paso, debe lavarse las manos.
El mayor riesgo de contagio se presenta cuando se quitan los elementos de protección. “Es un momento clave que exige una gran concentración”, precisa.
Yanina apela a la empatía en la sala de terapia intensiva
La pandemia puso en primer plano una de las especialidades de perfil más bajo en el universo hospitalario: el de los médicos o médicas que se desempeñan en las unidades de terapia intensiva.
Yanina Recuero (36) es médica terapista, uno de los roles más expuestos al contacto directo con los enfermos graves. Trabaja en el hospital Tránsito Cáceres de Allende y coordina la terapia intensiva del Sanatorio Parque.
Dice encontrarse “con emociones encontradas” y “dando lo que más se puede por salvar la vida de los pacientes” en una situación en la que “nada está escrito”. Opina que es clave empatizar con el paciente para contenerlo en aislamiento y lejos de su familia. “Los casos internados pasan un período de miedo e incertidumbre y ahí estamos para asistirlos; somos su único contacto en ese momento”, describe.
Dice que el bombardeo de informaciones al principio había generado “angustia y miedo a lo desconocido”, pero que en este tiempo de preparación fueron sumando fortaleza e internalizando los protocolos.
Como antecedente, durante su formación académica le tocó lidiar con la epidemia de la gripe A (H1N1). Pero advierte que el coronavirus es tres veces más contagioso. Los elementos de extrema protección para asistir a pacientes son una práctica frecuente en su especialidad, a diferencia de otras. De todas maneras –comenta–, por el Covid-19 refuerzan la parte protectora de las vías respiratorias con escafandra, con casco y con antiparras.
La médica asegura que todo el tiempo se van “reescribiendo los protocolos y los tratamientos”, ante un virus que se comporta de “forma agresiva y que no tiene vacuna ni medicación específica”. Y destaca la importancia del trabajo en equipo “para tratar cada caso, que es diferente y que a veces requiere una tarea casi artesanal”.