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Campaña serbia. Vucic, en una campaña virtual. (Twitter)

La política del día después está cambiando ahora

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Holgado y sonriente, un tanto envanecido, el orador se apoya en un atril moderno, levanta el tono de voz y afirma: “Aunque nos insulten, vamos a mostrar cómo es nuestra nación en el futuro”.

Está solo en el proscenio. Les habla a tres pantallas enormes. Una al frente, una a cada costado. Una cámara registra a sus espaldas cada gesticulación en el vacío. Cada pantalla se divide en cientos de recuadros. Como colmenas infinitas. En cada fracción, un seguidor aplaude.

Aleksandar Vucic tiene 50 años y hace dos que preside Serbia. No es un novato en la gestión de imagen política. Fue ministro de propaganda en las postrimerías del régimen de Slobodan Milosevic. Se reconfiguró luego como líder del progresismo.

Su país tenía elecciones el 26 de abril pasado. Se suspendieron por la pandemia. Serbia está saliendo del peor momento. Fijaron nueva fecha para el 21 de junio. El oficialismo de Vucic es favorito.

La imagen de la primera campaña política lanzada tras la crisis del coronavirus sorprendió a Europa. Recordó en el acto aquellas distopías que solía mirar, en la cama y distraída, en algunas series de televisión.

Ahora son realidad. Los cambios en la democracia ya se están operando. Pasó el tiempo de la consternación inicial por la pandemia. Cuando el mundo atendía a los “diagnosticadores precoces con vocación de cóndores y deus ex machina” (como ironizó un filósofo argentino sobre los ideólogos que salieron a rubricar las presunciones que ya tenían. Y sólo adaptaron sus prejuicios a la sopa de Wuhan).

¿Quién puede asegurar que esos sacudones de las democracias modernas no afectarán de ningún modo a la nuestra?

Antes de esta crisis, ya circulaba el debate sobre el vaciamiento de las democracias desde adentro. ¿Por qué razón no habría que ocuparse, tras más de dos meses de confinamiento sanitario en estado de excepción?

Mientras la sociedad se agita entre la fatiga y el miedo por la extensa cuarentena, ya se escuchan sordos ruidos, en la base y en la cima del poder.

Hay manifestaciones de protesta que se extienden, pese al aislamiento obligatorio. Al mismo tiempo, el Gobierno militariza el confinamiento en algunas villas de emergencia.

Los discursos se cruzan como vectores potentes. El mismo oficialismo que dispuso la excarcelación de presos para preservarlos del virus encierra a los ciudadanos más pobres por la misma razón.

Para justificarlo, el jefe de seguridad de la provincia más poblada del país invirtió un conocido precepto constitucional. Se le escapó a Sergio Berni: aquello que no está permitido por la ley, está directamente prohibido. Tribuna de doctrina para el reino del revés.

Mientras, para anticiparse con la moda de la biovigilancia, el intendente de Tigre, Julio Zamora, advierte que tiene filmados a los ciudadanos que salieron a protestar ayer. Los vecinos de Tigre son los mismos que elogiaban a Sergio Massa. Porque les garantizaba seguridad frente al delito, con un domo 360 en cada esquina del country.

Axel Kicillof lo ha dicho sin vueltas. Ni sueñen con volver a la antigua normalidad. ¿Habla del barbijo o de la libertad?

Alberto Fernández les tiró un camión encima a los jueces federales que todavía insisten con investigar a Cristina. Aclara que no lo dice como presidente sino como profesor de Derecho Penal.

Ese atajo recurrente a la personalidad desdoblada no es nuevo en Argentina. En su legendario discurso cuando le quitaron los fueros, Ricardo Balbín argumentó contra Juan Perón: “Usted ofende como jefe partidario y se agravia como presidente de la Nación”.

Al mismo tiempo, un juez de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti, salió a recordar una obviedad necesaria: las libertades conculcadas por la emergencia no pueden permanecer confinadas para siempre.

Lorenzetti rompió el silencio mientras el Poder Ejecutivo avanza en la conformación de un comité de legistas infectólogos. Para examinar a la Corte.

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