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Los pequeños prepararon con ilusión los primeros encuentros, marcados por un estricto protocolo de seguridad

Padres y niños de los centros de menores gallegos se reencuentran tras más de dos meses sin verse

Las visitas de los familiares, prohibidas desde el 13 de marzo, se han retomado bajo un estricto protocolo

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Durante la última semana, todos los días han sido días de fiesta en los centro de menores gallegos, dependientes de la Consellería de Política Social. Cada mañana, alguno de los niños se despertaba con la ilusión propia de la mañana de Navidad. «Estaban supernerviosos, se levantaban y ya se preparaban, se ponían guapos, se peinaban...», cuenta Patricia Conde, directora del centro San José de Calasanz, de A Coruña. Cada ocasión lo merecía, porque estos pequeños han empezado a recibir las visitas de sus familias. Algo que no sucedía desde que hace más de dos meses, el 13 de marzo, el coronavirus llevó a cerrar las puertas de los centros a cualquiera que no fuese residente o trabajador y a cancelar las salidas periódicas de los niños a sus domicilios.

Dos meses en los que han pasado muchas cosas y en los que ha habido muchas primeras veces que padres e hijos no han podido compartir: «El niño más pequeñito del centro ha empezado a hablar y sus padres han tenido que escucharlo por teléfono. A otro le cayó un diente, otro aprendió a andar en bici...». Ahora, por fin, ha llegado el momento de contarse todo eso en persona.

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El centro coruñés San José de Calasanz preparó en el patio exterior un lugar para las visitas, para ayudar a que se mantengan las distancias. Rosi y sus tres hijos estrenaron la instalación

Tres hermanos -de 3, 6 y 10 años- fueron los primeros en estrenar las visitas en el San José de Calasanz. Sus padres, Rosi y Jose, estaban impacientes. «Esto ha sido lo más duro que me ha pasado en la vida. Dejar de verlos así, de repente, imaginar qué estarían pensando... Por teléfono no eran ellos, estaban muy apagados, eso me mataba», dice él.

La situación mejoró con las videollamadas. «No podías tocarlos ni besarlos, pero al menos los veías y te veían, sabían que estabas ahí, eso los calmó mucho», añade Rosi. A ella le tocó el primer encuentro en persona con los pequeños. Jose tuvo que conformarse con verlos a través del portalón. Y es que de momento solo puede acceder al centro un único familiar, una vez a la semana y siguiendo un estricto protocolo: toma de temperatura, lavado de manos, colocación de guantes, mascarilla, bata y cubrezapatos, y supervisión por parte del personal del centro. «Así tiene que ser. Para protegerlos y para que puedan estar con nosotros lo antes posible. Una metedura de pata sería echar todo para atrás», dice juiciosa esta madre.

Con esas mismas medidas de precaución pudieron ver a su madre Antón y Carla, otros dos hermanos de 10 y 12 años residentes en el centro coruñés. «Me emocioné muchísimo porque llevaba muchísimo tiempo sin ver a mi mamá, estaba superansiosa», cuenta ella. «Yo casi no hablé, no sabía qué decirle», dice tímido él. Las palabras sobran, porque cuando se le pregunta si ver a mamá fue como un regalo de Reyes responde aguantando las lágrimas: «Mejor que un regalo de Reyes».

«Me emocioné muchísimo, llevaba mucho sin ver a mi mamá y estaba superansiosa»

El regalo que, de momento, no han podido darse es un abrazo, prohibido por la obligada distancia social. «Fue durísimo. Tenerlos tan cerca y no poder besarlos. Ver caerse al pequeñito y no poder tocarlo, que se te acercaran y tener la sensación de rechazarlos. Es por su bien, pero es muy duro», dice Rosi. La mesita de colores instalada en el patio exterior ayuda a las familias a mantener las distancias. En ese patio ella ha visto por fin a sus hijos jugar y montar en bici. «Se han puesto tan grandes... Al mayor hasta le cambió la voz. Dos meses son muchísimo para unos niños», cuenta emocionada.

«En las visitas es durísimo tenerlos tan cerca y no poder besarlos ni abrazarlos», dice una madre, Rosi

Por eso la directora tenía claro que había llegado el momento de retomar contacto. «La Xunta pidió opinión a los centros y nosotros fuimos partidarios de que debían comenzar las visitas. Hay que asumir determinados riesgos, porque los niños llevaban dos meses y medio sin ver a sus padres. Son unos campeones, pero es necesario que vayan recuperando un poco de normalidad», señala convencida.

Para Carla, esa normalidad pasaría por volver a ver a sus mejores amigos del colegio. Su hermano Antón se muere de ganas de ir a casa y estar con su sobrino de ocho meses. «Lo he visto por videollamada y por vídeos de Instagram», cuenta feliz.

«De noche pensaba: “¿Y si cojo el virus y me muero sin abrazarlos una vez más?”»

También Jose y Rosi están deseando volver a tener a sus tres hijos por casa. «Ahora daríamos un brazo por estar locos corriendo detrás de ellos, riñéndoles por trastos, levantándonos de noche para atenderlos...», dicen. Han sido más de dos meses de ausencias, de besos dados al aire, de muchas vueltas a la cabeza. «De noche pensaba: “¿Y si cojo el coronavirus y me muero sin ver a los niños, sin poder abrazarlos una vez más?”», recuerda Jose. Eso no sucederá. Esta semana le toca a él cruzar la puerta del centro para estar con sus chicos.