«Á muller tamén, pero o que máis boto de menos é ao neto»
El confinamiento provincial mantiene separadas a miles de familias gallegas que no comprenden por qué aún no se permite el desplazamiento
by jorge casanovaEnrique cogió el coche un día de marzo y se fue desde su domicilio de Ourense a la casa en la que nació, en Sober (Lugo). Un trayecto de 45 kilómetros que hace con mucha frecuencia para atender viñas, gallinas «e unha gata que temos aquí». Lo que no se imaginaba mientras cumplía con sus labores de jubilado es que se iba a pasar dos meses largos sin ver a su familia: «Quen o iba a pensar», reflexiona ahora por teléfono. A Enrique el cierre del mundo le pilló solo, en la aldea. Y allí sigue. Porque aunque la epidemia ha bajado de intensidad y Galicia sigue superando fases, las provincias suponen todavía un confinamiento insalvable: «É difícil de crer, que poda coller o coche e facer 180 quilómetros ata Foz, pero non 45 ata Ourense. É unha chorrada grandísima», dice quejoso.
Enrique lleva todo este tiempo sin ver a su esposa, ni a su hijo. «Á muller tamén, pero o que máis boto de menos é ao neto». Con su mujer ha cambiado conversaciones a diario, pero con el chaval no ha sido tan fácil, así que ha aprovechado el tiempo para construirle una pequeña caseta, como el niño le había pedido. Asegura que, pese a todo, se ha defendido bastante bien: «Non teño problema para cociñar. Baixo a Monforte a facer a compra cada dez ou quince días. Aproveitei para desbrozar e para facer cada día oito ou dez quilómetros caminando». Sin embargo, las semanas se acumulan y cada vez tiene más ganas de regresar con los suyos: «Agora, a muller ten que abrir a librería que temos en Ourense e o fillo ten que ir a traballar, así que eu tería que quedar co neto». Pero allí sigue atrapado.
Jaime, que tiene 40 años y vive en Pontevedra está también deseando que alguien le dé una pensada a lo de tener las provincias gallegas cerradas: «Si de mí dependiera, las abriría. De hecho, ya están abiertas laboralmente, porque puedes cambiar de provincia para ir a trabajar. Y es normal, porque hay pocas diferencias entre unas y otras en lo que tiene que ver con la pandemia». Jaime vive con su mujer y sus dos hijos en la capital del Lérez, mientras sus padres están en Ourense. «Cuando empezó todo esto, mi hijo pequeño tenía cinco meses. Cuando mis padres lo vuelvan a ver, no lo van a conocer». Desde luego, los abuelos están locos por ver a sus nietos. Al pequeño de Jaime y al hijo de su hermana, que nació en León durante el confinamiento. «Tendremos que aguantar un poco más. Ya estamos pensando en celebrarlo todos juntos cuando esto acabe cogiendo una casa rural», explica Jaime.
Montse, que reside con su marido y sus hijas en A Estrada (Pontevedra) ha vivido esta separación provincial con un poco más de angustia. Su madre vive sola en Chantada (Lugo) con problemas de dependencia. «Ten 82 anos e non a vexo dende o día 8». Pese a los problemas físicos de la abuela, Montse cree que lo peor está siendo la parte psicológica: «Ten moitas ganas de ver aos netos». Pero los normas son las normas: «Si, pero o que non entendo ben é porque hai menos posibilidades de contaxio nunha reunión de dez persoas nunha casa que indo a ver a miña nai a outra provincia».
Según su opinión, los criterios han sido adoptados desde ópticas «demasiado centralistas. E xa sei que hai realidades diferentes en España, pero para iso temos autoridades autonómicas». Ahora que el final parece acercarse, Montse dice que no han preparado aún el reencuentro. Prefiere ser prudente: «Non lle damos moitas expectativas a miña nai, porque ten moitas ganas de ver aos netos». Cuando llegue el momento, seguro que lo va a vivir con emoción. Como otros miles de gallegos que los límites provinciales les tienen alejados de lo que más quieren.