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Foto: Portada del libro

Agua dura: rigor y perspectiva

La constante de una prosa limpia, de apariencia sencilla, distante de los argumentos convencionales en cuanto al manejo de los personajes y situaciones dentro de un universo de actualidad, privada, problemática, ha marcado la labor de la narradora que es Mylene

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Una década después de no participar en concurso alguno, Mylene Fernández Pintado (1963) recibió  vía electrónica la noticia de que  Agua dura, su último libro de cuentos, editado por Unión, había obtenido el  Premio de la  Crítica  2017.  Comenta que la nueva le supo tan sorpresivamente bien como aquella primera mención del 94 por su relato Anhedonia, del  Premio La  Gaceta.

La historia de dos mujeres que ansían cada una la vida de la otra, fue, en efecto, el debut de una perfecta desconocida de profesión abogada y con 31 años, quien había concursado con su primera narración  literaria, pero que, desde ese acontecimiento, se convertiría en referente de la escritura de la época y de los años que siguieron. Y siguieron, como era de esperar, varios libros de cuentos y dos novelas, entre las que se cuenta Otras plegarias atendidas, Premio Italo Calvino 2002 y Premio de la Crítica.

La constante de una prosa limpia, de apariencia sencilla, distante de los argumentos convencionales en cuanto al manejo de los personajes y situaciones dentro de un universo de actualidad, privada, problemática, ha marcado la labor de la narradora que es Mylene. En sus historias, tiempo y espacio se desarrollan de forma orgánica, sin nudos o trabas para el lector que fluye y quien termina descubriendo que, tras esa complicidad urdida subrepticiamente tras la trama central de los relatos, se vislumbran otros rumbos de lectura; otras posibilidades de entrar en la atención del lector.

Agua dura, el conjunto de ocho cuentos que comprende este libro de 177 páginas, resulta quizá el colofón de toda una intención de autor (a), ya que el camino transcurrido le ha servido para trabar el engranaje y hacerlo más efectivo a la altura de los años. Una prosa que, además, sigue fiel a ese tratar con ironía, con asuntos límites. Lo femenino no es aquí, como no lo fue antes, fin o estandarte, sino que visualiza, expone y complejiza todo lo que sucede a lo profundo de un ser mujer. En este caso, «mujeres a las que les ha tocado perder», como ha advertido la autora, pero que no se conforman y pelean y se las arreglan para no sucumbir del todo.

En la mira de esta narradora están temas que la han ocupado desde sus inicios: la derrota, el desamor o la relación de pareja.  También el abandono o la pérdida, incluso, a través de preocupaciones, sentimientos y acciones de personajes que no viven en su patria de nacimiento y hacen de este destino una motivación recurrente. Algo que la conecta con su propia biografía de cubana que radica entre Lugano, Suiza y La  Habana.

El primer cuento de Agua dura, La otra vida, narra la experiencia de la protagonista ante la alternativa de que su madre muerta fuese otra persona. Harry y la mujer rosada se interna en la búsqueda de una existencia en un escenario nuevo; Nocturno para Lis Li, en la agonía del insomnio; Derecho de autor, en las elucubraciones de una escritora mientras espera cobrar un cheque en el banco. La pausa ahonda en el daño de la soledad; La habitación propia, en la poca valoración del oficio de escribir desde la visión de la familia de una escritora. Habeas Corpus narra acerca de acontecimientos inesperados que, contra todo pronóstico, pueden traer bienestar, y Agua dura, se centra en un suceso del  preuniversitario en el cual se involucran un profesor, un grupo de estudiantes y un examen de Química.

Todos son textos que no van por el «gancho» a solas. Mejor, van por un cuestionamiento perspicaz de lo cotidiano y lo interior hacia una literatura que se exige precisa, económica, con débitos a lo cinematográfico y  que gusta apelar al recurso de los sueños para poner en perspectiva la posibilidad ilimitada de las historias.