Créditos, más pobreza, más miseria

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Parafraseando a Brecht, pobre de los países que necesitan líderes. Entre elogios y vituperios, entre incienso y ofensas, el hombre de popularidad extiende un velo sobre esas tercas realidades que terminan imponiéndose. La demasiada pasión obnubila.

El rebote en la popularidad de AMLO en las encuestas se ha atribuido, en parte, a un efecto rally, el cual significa que la población tiende a apoyar más a sus líderes ante situaciones de crisis o amenazas, como es el caso de la pandemia.

Si bien se trata de una explicación como de libro de texto de opinión pública, no deja de ser una hipótesis sujeta a revisión. Lo que veo en los datos de las encuestas de El Financiero es que sí hay algo de ello, pero es realmente modesto como para dejar el rebote en la popularidad exclusivamente como un efecto tipo rally.

Para verificarlo, miré los niveles de aprobación al presidente según el grado de preocupación de los encuestados por el coronavirus.

El capital político del presidente ante esta situación puede ser el factor de conocimiento a los mexicanos ante el nuevo dilema; seguir pagando los costos del distanciamiento un poco más o ya relajarnos y enfrentar el riesgo del rebrote.

En otro tema, un artículo de David Ramírez de Garay, publicado recientemente en Animal Político, desmonta la noción comúnmente aceptada de que crimen y crisis económica están relacionadas de manera inevitable. No es así; la evidencia no es concluyente. No obstante, hay carambolas a tres bandas. Esto es, las crisis económicas tienen impactos en el crimen pero por una vía indirecta. El artículo de David Ramírez explora algunas de estas posibilidades.

Para mí una de primera importancia tiene que ver con el control de territorios, más que con las décimas o múltiplos en que pueda subir o bajar la incidencia de algunos delitos durante o después de la contingencia. El control del territorio no es un indicador que utilicemos comúnmente para medir la potencia del crimen vis a vis las instituciones del Estado. Y tendríamos que ponernos de acuerdo sobre los elementos a considerar para reconocer el fenómeno. Pero es un hecho que en un territorio controlado por el crimen la autoridad “legítima” colapsó o se fundió con el grupo criminal.

Esto viene a colación por dos cuestiones. La primera, las imágenes que circularon en las que se observa a grupos criminales haciendo “caridad” en medio de esta contingencia, pero también poniendo a raya a los indisciplinados en ciertas comunidades que no acatan la instrucción de quedarse en casa. Sabemos que alcanzaron tal importancia en la vida comunitaria que llegaron a celebrar bodas, cuando no a intermediar en conflictos. Suplantaron no sólo a la autoridad civil, sino también a la religiosa.

La segunda es el trabajo de Crisis Group, la organización que interviene en zonas de alto conflicto con el afán de mitigarlo y moldear políticas públicas para la paz. El más reciente informe sobre México analiza la situación en Guerrero.

Sustenta, a través de un análisis muy bien logrado, lo que sabemos pero nos negamos a aceptar: la entidad es territorio perdido, o al menos vastas regiones de la misma. La fragmentación en el uso de la violencia es total y el sufrimiento de las poblaciones mayúsculo. Viven en el desamparo.

En vista de esto, mi preocupación es que la emergencia sanitaria y económica acabe por vencer las debilitadas cercas con las que el Estado mexicano busca contener a las organizaciones criminales y éstas entren por la puerta grande. Que por un efecto de tres bandas, controlen más territorio.

Por un lado, el confinamiento mantiene a instituciones del Estado mexicano operando a su mínima expresión.

Por otro, están los escasos recursos. Me preocupa mucho que el Estado mexicano en sus distintas expresiones se debilite todavía más frente a esta amenaza.

Entonces, regresando al punto de partida, al de cómo se comportará el crimen durante y después de la pandemia, la respuesta es que no sabemos con certeza. David Ramírez dice que hay que prepararnos para distintos escenarios. Yo agrego que necesitamos un viraje total en la estrategia de seguridad.

Reitero mi propuesta: busquemos incorporar nuevos métodos de entender el fenómeno delictivo que superen la medición de incidencia y busquen un entendimiento más profundo de las realidades de violencia y crimen en lo local, desde el territorio.

Parafraseando a Brecht, pobre de los países que necesitan líderes. Entre elogios y vituperios, entre incienso y ofensas, el hombre de popularidad extiende un velo sobre esas tercas realidades que terminan imponiéndose. La demasiada pasión obnubila.

El rebote en la popularidad de AMLO en las encuestas se ha atribuido, en parte, a un efecto rally, el cual significa que la población tiende a apoyar más a sus líderes ante situaciones de crisis o amenazas, como es el caso de la pandemia.

Si bien se trata de una explicación como de libro de texto de opinión pública, no deja de ser una hipótesis sujeta a revisión. Lo que veo en los datos de las encuestas de El Financiero es que sí hay algo de ello, pero es realmente modesto como para dejar el rebote en la popularidad exclusivamente como un efecto tipo rally.

Para verificarlo, miré los niveles de aprobación al presidente según el grado de preocupación de los encuestados por el coronavirus.

El capital político del presidente ante esta situación puede ser el factor de conocimiento a los mexicanos ante el nuevo dilema; seguir pagando los costos del distanciamiento un poco más o ya relajarnos y enfrentar el riesgo del rebrote.

En otro tema, un artículo de David Ramírez de Garay, publicado recientemente en Animal Político, desmonta la noción comúnmente aceptada de que crimen y crisis económica están relacionadas de manera inevitable. No es así; la evidencia no es concluyente. No obstante, hay carambolas a tres bandas. Esto es, las crisis económicas tienen impactos en el crimen pero por una vía indirecta. El artículo de David Ramírez explora algunas de estas posibilidades.

Para mí una de primera importancia tiene que ver con el control de territorios, más que con las décimas o múltiplos en que pueda subir o bajar la incidencia de algunos delitos durante o después de la contingencia. El control del territorio no es un indicador que utilicemos comúnmente para medir la potencia del crimen vis a vis las instituciones del Estado. Y tendríamos que ponernos de acuerdo sobre los elementos a considerar para reconocer el fenómeno. Pero es un hecho que en un territorio controlado por el crimen la autoridad “legítima” colapsó o se fundió con el grupo criminal.

Esto viene a colación por dos cuestiones. La primera, las imágenes que circularon en las que se observa a grupos criminales haciendo “caridad” en medio de esta contingencia, pero también poniendo a raya a los indisciplinados en ciertas comunidades que no acatan la instrucción de quedarse en casa. Sabemos que alcanzaron tal importancia en la vida comunitaria que llegaron a celebrar bodas, cuando no a intermediar en conflictos. Suplantaron no sólo a la autoridad civil, sino también a la religiosa.

La segunda es el trabajo de Crisis Group, la organización que interviene en zonas de alto conflicto con el afán de mitigarlo y moldear políticas públicas para la paz. El más reciente informe sobre México analiza la situación en Guerrero.

Sustenta, a través de un análisis muy bien logrado, lo que sabemos pero nos negamos a aceptar: la entidad es territorio perdido, o al menos vastas regiones de la misma. La fragmentación en el uso de la violencia es total y el sufrimiento de las poblaciones mayúsculo. Viven en el desamparo.

En vista de esto, mi preocupación es que la emergencia sanitaria y económica acabe por vencer las debilitadas cercas con las que el Estado mexicano busca contener a las organizaciones criminales y éstas entren por la puerta grande. Que por un efecto de tres bandas, controlen más territorio.

Por un lado, el confinamiento mantiene a instituciones del Estado mexicano operando a su mínima expresión.

Por otro, están los escasos recursos. Me preocupa mucho que el Estado mexicano en sus distintas expresiones se debilite todavía más frente a esta amenaza.

Entonces, regresando al punto de partida, al de cómo se comportará el crimen durante y después de la pandemia, la respuesta es que no sabemos con certeza. David Ramírez dice que hay que prepararnos para distintos escenarios. Yo agrego que necesitamos un viraje total en la estrategia de seguridad.

Reitero mi propuesta: busquemos incorporar nuevos métodos de entender el fenómeno delictivo que superen la medición de incidencia y busquen un entendimiento más profundo de las realidades de violencia y crimen en lo local, desde el territorio.