Llega el enanito

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Y, tras el retorno exitoso del personal de salud cubano, me pregunto qué sentirá en cada nuevo amanecer el niño de apenas cuatro años que, mañana por mañana, saludaba a nuestros médicos, con una banderita tricolor en sus manos
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Por supuesto, pequeño Alessandro: Amigos para toda la vida.

Por PASTOR BATISTA VALDÉS

Fotos ENRIQUE UBIETA y cortesía de YANKIEL RAMÍREZ

Si alguien tiene duda, le sugiero guarde esta recomendación por 20, 30 años, o por el tiempo que desee y para entonces le pregunte al joven doctor avileño Yankiel Ramírez Portal cuál es el recuerdo más sensible que conserva de su estancia en Crema, Lombardía, Italia, durante dos meses de enfrentamiento sin tregua contra el mortal nuevo coronavirus.

Lo más probable es que, como ahora, transiten por su memoria decenas de momentos, rostros de pacientes en estado de coma, primero; el abrazo personal y familiar de impagable gratitud, después; los ojos de la anciana que concentran entre arrugas mil veces más palabras que un discurso de horas…

Pero algo me dice que la respuesta de Yankiel, hoy y mientras viva, puede ser esta: “El recuerdo de Alessandro”.

Entonces a su memoria acudirá la silueta del pequeño italianito, de apenas cuatro años de edad, que cada día se plantaba frente a su hogar, agitando una banderita cubana, para saludar con la manita a los médicos, rumbo al hospital.

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Helo ahí: el miembro 53 de la brigada médica cubana.

Probablemente la primera vez que ellos lo vieron allí, asumieran el hecho como una escena de curiosa ternura. Pero, indudablemente, el hábito fue convirtiendo a Alessandro en una especie de pequeño monje, portador espontáneo e inconsciente del agradecimiento de todo un pueblo… de generaciones pasadas, presentes y futuras.

Lo cierto es que, como le escribiría Yankiel a Reina Torres Pérez, su antigua profesora de Filosofía, “la presencia del niño italiano, que ha sido capaz de crear una cofradía con sus amiguitos, para saludar a los médicos cubanos cuando pasamos, es una las inspiraciones hermosas que nos hacen entregarnos con total amor a nuestra misión”.

Pero el asunto no terminó ahí. Gracias a la inmortal magia del lente (a mano del colega Enrique Ubieta) y a la versatilidad de las actuales tecnologías de la información y la comunicación, el mundo entero fue testigo de un gesto que haría estremecer hasta al mismísimo virus: la entrega al niño de un pequeña bata de médico, un estetoscopio y un nasobuco a la medida de su rostro.

Las tiendas de juguetes de la ciudad deben haber sido víctimas de la más sana envidia. Los padres de Alessandro, de un orgullo a prueba de infarto. En cándida sonrisa, el niño concentró toda su infantil gratitud mientras cargaba aquel regalo en sus  bracitos, con la misma pasión que él es mimado por sus padres, noche a noche.

Lo real es que al siguiente día, y en todos los demás… ahí estuvo, con la puntualidad de un reloj suizo, “el integrante número 53” de la brigada médica Henry Reeve en suelo de Lombardía.

No se vayan, no me dejen

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Sin una gota de nerviosismo, con una montaña de gratitud.

Plaza del Duomo, Crema, 23 de mayo de 2020. Derrotado el invasor virus, nuestro personal médico se apresta a retornar. Para despedirlo, se han concentrado en la céntrica explanada autoridades de toda la región, representantes de la Salud y, sobre todo, agradecidos, muchos agradecidos.

Detrás de la valla delimitadora, un niño aplaude, acomodado como todo un jinete sobre los hombros de su padre. No lleva la bata blanca que semanas atrás le regalaron los médicos. Ahora viste una franela con el mismo mensaje que llevan las de mamá y papá: Amigos para siempre.

De repente alguien abandona la ordenada formación y busca a ese invitado especial con estatura de enanito reparador de sueños. Europa entera puede escuchar, en el instante, aplausos como los que el mundo entero, sin una sola excepción, debiera dedicarles a todos los que enfrentan, con ciencia (médica) y con conciencia (humana) a la COVID-19.

Alessandro no se inmuta. Sonríe, agradece, se siente lo que es: dueño del universo, querido por los cubanos, autores, junto a especialistas italianos, de más de 5 000 atenciones médicas, 3 668 de enfermería y 210 altas en el principal hospital de la ciudad, en otro de campaña y en una Residencia Sanitaria Asistencial acondicionada también contra el virus.

Todo el mundo quisiera decir algo, desde una enfermera cubana llamada Ailed (muda entre sollozos de emoción), quien lleva 20 años viviendo allí y voluntariamente se unió a la brigada para darlo todo por la vida de otros, hasta el Secretario de Salud de la Región, el Prefecto, el Cura, la Alcaldesa…

Como esponja de seda, los ojos de Alessandro siguen captándolo todo, enviando imágenes hacia algún recóndito lugar de su apacible interior…

También para él es la frase que ha puesto en vuelo de palomas Stefanía Bonaldi, la alcaldesa, en un intento por perpetuar la  lección de amor que dejan los médicos cubanos allí: “Nadie debe ser extranjero en Crema, a partir de ahora tendremos un argumento decisivo”.

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“A nuestro amigo Alejandro, que desde pequeño ha mostrado su amor a Cuba” —escribieron los médicos.

Por intermedio de Ubieta vuelvo a mirar a Alessandro y le digo a mi esposa: “Creo que mañana ese niño va a querer ser médico. Y quien sabe si hasta venga a estudiar la carrera en la Escuela Latinoamericana de Medicina… pero antes debieran visitarnos él y sus padres, y conocer a Cuba, y sumergirse en el enjambre de abejas que dan cuerpo a nuestra gran Colmenita… ya sea por intermedio de la Asociación de Amistad Cuba-Italia, por nuestra propia embajada en aquella nación o por la vía que mejor resulte…”

Domingo 24 de mayo, lunes 25… Amanece. Tras “negociar” tomarse toda la leche a cambio de “una salidita hasta la acera”, un niño se atrinchera, banderita cubana en mano, nasobuco en faz, bata blanca en cuerpo, a esperar por algo. El tiempo transcurre y… “mamá, mis amigos no vienen. ¿Por qué no vienen, mamá?  Mis amigos se fueron”. “

“No, amor mío; tus amigos no se han ido, están ahí” —le contestará la madre, mientras a punta de dedos le señala y le acaricia el lado izquierdo del pecho. Alessandro no entiende muy bien la esencia del mensaje, pero sonríe, besa a su mamá, vuelve a ajustarse la blanca bata y continúa esperando… Debe ser porque, además de cubrirse bien boca y nariz o de saludar jocosamente con el diminuto codo, aprendió de los cubanos algo fundamental para el resto de su vida: no perder la esperanza, no rendirse jamás.