El calendario de las reformas

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Yolanda Díaz, la ministra de Trabajo, lleva vara alta en el Gobierno de Pedro Sánchez. Especialmente, aunque no solo, en lo relacionado con el mundo laboral y el diálogo con los agentes sociales, patronales y sindicatos, principal herramienta de cambio y acuerdo en este ámbito crítico de la economía. Exceptuando, precisamente, la reforma laboral del PP en el 2012, el objeto de la discordia. Pero esa es historia para otro día.

Ayer, en el Senado, Díaz reiteró el programa anunciado en su día en el pacto de Gobierno de coalición. Primero, derogar lo que se considera más negativo de aquella primera reforma. En segundo lugar, aclarar que ella no se lo plantea como una decisión o acto jurídico único; la contrarreforma como tal no existe y se trataría de pensar en un plan de reformulación de las relaciones laborales.

Tercero, y más relevante, no acometer ningún cambio ahora, en plena emergencia económica y esperar al momento en que sea posible realizar un diagnóstico más cabal de la situación. Una vez dejado atrás el confinamiento, condición imprescindible, pero no única. Díaz descarta pues abrir un frente de esas características mientras tenga que seguir negociando prórrogas de las ayudas públicas a los ERTE y medidas especiales para empresas y sectores enteros.

Sería prácticamente una invitación a convertir esos ajustes, en actividades en situación crítica, que afectan a cientos de miles de empleos, en moneda de cambio en una negociación a cara de perro. En fin, parece que los firmantes del pacto que incluía el compromiso de derogar “íntegramente” la reforma laboral “antes de la finalización de las medidas extraordinarias adoptadas por el Gobierno” por la crisis del coronavirus podían tener muchas cosas en mente menos la que escribían.

¿Y cuándo sería ese momento de plantearse la contrarreforma según sus promotores? Pepe Álvarez y Unai Sordo, los líderes de UGT y CC.OO., en la misma línea que la ministra, descartan poner ahora el tema sobre la mesa y no se lo plantean antes del arranque del otoño. ¿Estará para entonces suficientemente definida la dinámica económica?

Las calles de Pekín, Shanghai y otras grandes ciudades chinas, justamente lucían este pasado fin de semana por primera vez la atmósfera de excitación consumista que regía antes de la llegada de la pandemia. Aproximadamente, tres meses y medio después del inicio del confinamiento en la capital del gigante asiático.

Esto no significa que el país haya recuperado la normalidad económica, sigue habiendo sectores con un nivel de actividad muy bajo, especialmente en la industria. Por ejemplo, el automóvil, en el que China ocupa la primera posición mundial. Tampoco que el consumo se haya recuperado. Pero la salida masiva de las clases medias a las calles sí atestigua que sienten haber recuperado la seguridad física y empiezan a estar psicológicamente preparadas para reanudar, aunque sea parcialmente, sus hábitos de gasto.

Haciendo una traslación mecánica del calendario chino a España, esa recuperación psicológica podría manifestarse en torno al inicio del mes de julio. El arranque de las vacaciones de verano. Con una importante asignatura pendiente en el caso español, pues será a partir de esa fecha prácticamente que comenzará este año la temporada turística. Es obvio que este sector es clave para la economía española, por su empleo y actividad directa, pero también por sus efectos derivados, desde el tirón de otras actividades, de la alimentación a la construcción, a la recaudación fiscal –que en junio estará hundida hasta llegar al centro de la Tierra– y la aportación de recursos para equilibrar las cuentas externas de la economía española. De la evolución de esta campaña dependerá en gran medida la cara de la economía española.

Por eso se explica que sus promotores no piensen en acometer cambios en la legislación laboral antes de finales de septiembre o principios de octubre. Pero las esperas siempre esconden cambios imprevistos. Para cuando lleguen esas fechas, el contexto puede ser sustancialmente diferente. Ya estará más claro hasta qué punto y con qué condiciones Europa ayuda a los países golpeados de manera más virulenta por el virus. También, habrá que calibrar el nivel de popularidad del Gobierno una vez recuperada la normalidad. Cómo habrán cristalizado sus alianzas, el ritmo de recuperación de la economía mundial... En fin, no hay nada escrito.