Los conceptos vacíos

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En las tertulias periodísticas están muy mal consideradas algunas frases hechas del tipo “hacerse trampas al solitario”, “no ponerle puertas al campo” o “tirarse un tiro en el pie”. Se consideran recursos fáciles, que no aportan nada al contenido de los discursos y que demuestran falta de argumentos. Pero al final, las prédicas radiofónicas y televisivas se las lleva el viento –esa también sería una locución que restaría puntos al carnet de tertuliano– y no aspiran a cambiar la historia. Es más preocupante cuando son los políticos quienes se refugian tras oraciones vacías. Por eso fue un placer leer ayer en este diario la entrevista con el filósofo Daniel Innerarity , donde desmonta unos cuantos conceptos que, a fuerza de repetirse, han perdido todo el sentido, aunque posiblemente nunca lo tuvieron. ¿Cuántas veces hemos oído que detrás de toda crisis hay una oportunidad? El autor de Pandemocracia (Galaxia Gutenberg) lo desmonta en su última obra: “La confianza de los políticos está bajo mínimos y en el subconsciente político del país se cree que los cambios de verdad se han dado siempre por una catástrofe aprovechada.” Pero no, el devenir humano no es la historia de la lógica, si bien los políticos necesitan agarrarse a ella porque viven con ansiedad la incertidumbre y quieren hacernos creer que tienen la última bala.

No hay nada más patético que cuando desde la política nos dicen que “debemos reinventarnos”. Uno no sale un día de casa pensando que tiene que cambiar su piel o su mente. Eso ya no lo recetan ni los malos libros de autoayuda. Lo que hay que intentar es adaptarse a las nuevas realidades de la mejor forma posible. Es como lo de “la nueva normalidad”, que no es más que un oxímoron para intentar justificar que algunas cosas cambiarán en nuestras vidas, aunque nos disguste.

Ramón Gómez de la Serna ideó hace un siglo una nueva forma de describir el mundo, intentando definir lo indefinible, capturar lo pasajero. Sus aforismos, a los que llamó greguerías, eran un ejercicio de ingenio: “las croquetas deberían tener hueso para que pudiéramos llevar las cuentas de lo que comemos”, “el cerebro es un paquete de ideas arrugadas que llevamos en la cabeza”, “en las cajas de lápices guardan sus sueños los niños”, “el cementerio es una gran botica fracasada”. Intentaba solo explicar hiperbólicamente la realidad. No pretendía vendernos nada, sino buscar complicidad.

Ahora nos alertan en los debates que asistimos a un cambio de paradigma, tanto si habla de moda, del petróleo o del coronavirus. La frase tiene casi sesenta años, pues la utilizó Thomas Kuhn en su libro La estructura de las revoluciones científicas , sin embargo la hemos adoptado en tiempos recientes hasta agotar su uso. Somos hijos de las palabras, pero estas no son neutrales. Con ellas intentan convencernos, tranquilizarnos o manipularnos. Lo define muy bien Innerarity: “Esta crisis no es el fin del mundo, aunque probablemente lo sea de un mundo con
certezas en el que nos sentíamos invulne-
rables”.