Telediaria
La edición más antipática de 'MasterChef'
by Borja TeránLos realities ya sólo tienen una regla: que el show televisivo no decaiga. Se terminaron las reglas de juego rígidas, todo es flexible. "La justicia es elástica", que diría la malvada de Carmen Orozco en la serie 'Herederos'. Hasta es posible que vuelva al concurso una participante expulsada de cuajo porque presentó una perdiz muerta como plato degustación. Es lo que ha sucedido esta noche en 'MasterChef', cuando los eliminados han participado en la tradicional repesca del talent culinario de TVE y la productora Shine Iberia.
Esta segunda oportunidad es habitual en el formato, pero ¿qué pinta ahí Saray, expulsada por mala actitud? A pesar de que los jueces habían recalcado que su participación era un fallo de casting y que no se merecía estar en un programa en el que tanta gente con amor por la gastronomía se había quedado fuera, la controvertida aspirante a chef ha sido telefoneada para estar donde se había incidido que no debía estar. Y es que fue directamente expulsada y no eliminada dentro de la mecánica habitual.
Pero da igual. Esto es televisión y lo decisivo es cuadrar ese giro de guion que ayuda a que la emoción no mengüe. Pasa en todos los realities. De 'Gran Hermano' a 'Supervivientes'. No iba a ser menos 'MasterChef'. De hecho, ya en una edición de celebrities se recuperó como golpe de efecto a dos populares de etapas anteriores, Boris Izaguirre y Anabel Alonso, quizá porque daba la sensación de que esta tragicomedia entre fogones no tenía el ímpetu que se ansiaba. El instinto del espectáculo de Boris y Anabel frenó a tiempo el sopor. La edición fue un éxito.
Diferente es el caso de este 'MasterChef', que llegó a TVE en la sequía del entretenimiento televisivo del confinamiento. Su audiencia se mantiene excelente. El formato es muy competitivo por duración y épica. Si bien, es verdad que este elenco de casting es menos creíble que en otras ocasiones. La mayor parte de los participantes están sobreactuados. Como si fueran fans del programa intentando no decepcionar. Como si interpretaran sin pudor a los personajes que se han creído que necesitan ser para que triunfar a lo grande en el show. Esto propicia una extraña sensación: es difícil entender la motivación de estos aspirantes a chefs. Por momentos, hasta caen antipáticos.
Mención especial para Andy, que no ha parado de empeñarse en crear, desde el principio, un personaje de pijo villano al borde de la caricatura. O la canaria Luna, dibujando un romance con Alberto que no tiene ningún sustento de realidad.
Lo normal es que 'MasterChef' vaya pintando las tramas y personalidades de los personajes protagonistas del show a través de un vertiginoso montaje de imágenes. No se libra nadie. Pero, en este extraño 2020, los participantes de 'MasterChef' proyectan un control del concurso en el que, a medida que avanzan las semanas, es complicado identificarse con ellos porque no transmiten esa imperfección de vecinos del barrio. Es vital que el formato tenga antagonistas, claro, pero es difícil identificarse si todos huelen a antagonistas. Transmiten poca o cera empatía.
"Vengo muy arrepentida", decía Saray en el programa en la misma noche en la que realizaba un 'direct' en sus redes sociales en el despotricaba sobre todos y todo el concurso. Sin piedad. Sin pruebas. Pero su reacción sí que deja una prueba de que en este 'Masterchef, por primera vez, no está triunfando la gastronomía, su repercusión está en el mal rollo. Tal vez, por eso mismo, el vuelco del guion del último prime time ha estado en que, al final, nadie ha sido elegido en la repesca. "Ningún aspirante ha merecido ser repescado", recalcaba Jordi Cruz. Sorpresa, eso era lo más televisivo por inesperado: que no se repescara a nadie de la repesca.
Los concursantes resabiados desgastaron la edición de anónimos de 'Gran Hermano' y en 'MasterChef' puede empezar a ocurrir lo mismo. De ahí la extraña sensación que sienten algunos espectadores al ver que el programa empieza a parecer una imitación de sí mismo. Porque la táctica ególatra arrasa con el nivel gastronómico del que fluía de forma orgánica el drama y la comedia de la imprevisible vida entre fogones.