“A los ancianos les ha quedado el virus en el alma”
Las visitas de familiares a las residencias, diezmadas por los contagios, comienzan tímidamente en los territorios en fase 2
by Silvia R. PontevedraMaría Luisa Rodríguez, Tita para los amigos, ya no sonríe como antes. La mujer de 80 años se contagió casi al principio de la pandemia y se quedó en su residencia mientras otros muchos ancianos del centro fueron evacuados a otro para los enfermos en la provincia de Ourense. Después de tres análisis que dieron positivo, el cuarto test, por fin, reveló que el “bicho”, como todos aquí llaman al coronavirus, había decidido dejarla en paz y no seguir torturando su cuerpo enfermo. Tita vio como en este tiempo 11 compañeros de la residencia San Carlos, de Celanova, de un total de 59 residentes que eran en marzo, desaparecieron de allí para siempre. Este lunes, al entrar Galicia en la fase 2, con la tímida apertura de las residencias que no registrasen contagios en los últimos 15 días, la primera visita fue para ella.
Su sobrina, María Cabaco, que antes de la pandemia la iba a ver varias veces al día, consiguió cita de 10.30 a 11.00 y las dos se emocionaron en el reencuentro. “Me pasé el domingo llorando, y mi tía también”, cuenta María; “hoy delante de ella me hice la fuerte para que no se viniese abajo, pero ganas no me faltaban. Qué tristeza ver a la persona que adoro tan tocada física y anímicamente, con lo alegre que era antes”, lamenta. “Yo le preguntaba, ‘¿hoy no me cuentas nada, Tita?’, pero ella estaba apagada”, sigue describiendo la escena su sobrina. “Ahora los ancianos de las residencias tienen otro virus, el psicológico", concluye: "Les ha quedado el virus en el alma”.
Hay mayores en la residencia San Carlos que no tienen a nadie que les visite. Otros, sin embargo, han sido motivo de lucha por parte de sus familias, que vieron cómo sus seres queridos quedaban aislados en lo que durante una semana llegó a convertirse en epicentro de la pandemia en Ourense. La primera fallecida de la provincia fue una de sus residentes y a partir de ahí el edificio, propiedad de una fundación privada, se sumió en el caos, sin medios materiales y sin personal sanitario, según denunciaron sus trabajadoras. Las familias, que se han movilizado para conseguir ver a los ancianos y cuentan con el respaldo de la Federación de Familiares y Usuarios de Residencias y Dependencias (REDE), no se explican cómo un centro con “plazas que cuestan 1.400 euros al mes no tiene médico” y pasó buena parte de la crisis sanitaria “sin enfermera”.
Tita es una gran dependiente, con graves problemas derivados de la obesidad y la insuficiencia respiratoria. No puede pasar media hora sin la botella de oxígeno, necesita una grúa para levantarse y se desplaza en silla de ruedas, por eso no fue evacuada con los otros. Fue una especie de milagro que el coronavirus no agravase sus dolencias; simplemente, estaba infectada. Otros muchos casos positivos de la provincia fueron llevados al centro de referencia que habilitó la Xunta de Galicia en el municipio de Baños de Molgas, pero a San Carlos, ahora, han regresado ancianos de hasta 100 años que han vencido la enfermedad. En el peor momento llegaron a confirmarse 64 positivos (46 residentes, y el resto, personal).
La semana pasada, su sobrina se sometió al test para “estar segura” de que podía entrar en la residencia de nuevo. El lunes, al llegar, rellenó una encuesta en la que se le preguntaba “si había tenido contacto con la covid-19″. Le indicaron que entrase por una puerta lateral que da al jardín. Y allí se encontró con otros residentes al aire libre. “Se les iluminó la cara al verme, como si vieran a Dios... Les vi necesitados de compañía a tope”, exclama.
Luego, en una salita apartada, se encontró con su tía. Los abrazos estaban prohibidos, y la escasa media hora que estuvieron juntas, “a tres metros”, fue “con bata, gel y mascarilla”. “Mi tía es mi pilar. Me cuidó junto a mi madre; de niña jugaba con ella, dormía con ella..., pero me operaron de la cadera y ella necesitaba una grúa”, explica María Cabaco. “Fue muy duro para mí que entrase en la residencia y estos meses, con lo que se vivió allí, me planteé llevármela de nuevo a casa”, reconoce, “al tiempo que movilicé medios y hasta 17 voluntarios dispuestos a echar una mano en el centro”. “Pero esto no se ha acabado”, advierte. “Las familias vamos a seguir luchando para saber por qué las empleadas, a las que estamos tan agradecidas, quedaron totalmente tiradas y todo lo que pasó”. El lunes, cuando se le terminó el tiempo a su sobrina, la anciana se quedó llorando otra vez. “Tranquila, Tita”, se despidió María. "Ya tengo cita reservada para la semana que viene”.
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