Veinte años ya

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Fue hace veinte años ya, el 25 de mayo de 2000, cuando la periodista Jineth Bedoya –que en aquel entonces se encontraba investigando la guerra entre guerrilleros y paramilitares en la cárcel Modelo de Bogotá– fue víctima de tortura, maltrato y abuso planeados por los peores criminales, en complicidad con agentes del Estado. Fue una conspiración infame, un acto de violencia sexual en el marco del conflicto armado interno lleno de sevicia y salvajismo. Y, gracias a la tenacidad de Bedoya, que en ese entonces trabajaba para ‘El Espectador’, pero lleva años trabajando para EL TIEMPO, se ha convertido en un caso emblemático que llegó a la Corte Internacional de Derechos Humanos en busca de la justicia que no ha hallado en el país.

En dos largas décadas repletas de reveses y desilusiones, de procesos de paz y recrudecimientos de la violencia sexual relacionada con la guerra, de informes de memoria histórica y protestas, nuestro sistema judicial ha conseguido condenar a tres exparamilitares involucrados en la trampa que le fue puesta a Jineth Bedoya. Resulta particularmente grave porque las investigaciones, que señalan a unas diecisiete personas más, parecen ir mucho más rápido que los procesos de la justicia. Y, sin embargo, Bedoya sigue luchando y ha conseguido que su lucha sea su vida, su ejemplo para todos.

Ayer, cuando se cumplían los veinte años de su secuestro y se celebraba el Día Nacional por la Dignidad de las Víctimas de Violencia Sexual, lideró un corajudo acto de memoria en nombre de tantas sobrevivientes que no pueden aún alzar su voz: la campaña No Es Hora De Callar, que la ha convertido en una líder reconocida en el mundo entero, parte de los más dolorosos testimonios y las más dolorosas experiencias a las que puede ser sometida una mujer, pero desde su nombre es un llamado a la resistencia, a la redención, a la transformación de una sociedad que no puede seguir negando la violencia de género que no hemos conseguido desterrar de esta cultura.

EDITORIAL
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