La caída de Trump

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Independientemente de cuáles sean los resultados de las elecciones en noviembre, es interesante observar el impacto que ha tenido el manejo de la pandemia sobre la presidencia de Donald Trump. ‘The Economist’ señaló hace poco que la regla ha sido, más bien, que la crisis sanitaria ha producido efectos positivos sobre las figuras presidenciales: muchos mandatarios han logrado reencaucharse y subir sus índices de favorabilidad. Es el caso del presidente Duque, que logró superar su mala imagen y subir casi 20 puntos en las encuestas. Pero eso no ha pasado con Trump.

Lo que muchos presidentes lograron aprovechar como espacios excepcionales de comunicación con la ciudadanía –las alocuciones diarias que les permiten generar cercanías, enviar mensajes sin filtro y consolidar sus liderazgos con altos niveles de audiencia–, para Trump fue un experimento fracasado. La Casa Blanca tuvo que suspender el ejercicio porque las declaraciones del presidente pusieron en peligro la salud de los estadounidenses (su negativa a usar tapabocas y la recomendación de inyectarse desinfectantes son tan solo un par de ejemplos) y, además, hicieron más elocuente que nunca la ausencia de un mensaje claro y su evidente falta de liderazgo.

La expectativa que muchos estadounidenses tienen de que su presidente actúe como líder espiritual y los guíe en momentos de dificultad tampoco se hizo realidad. Cuando el país alcanzó la cifra de 100.000 muertos por coronavirus, Trump jugó golf. Además, ni en esta ni en ocasiones pasadas el presidente ha logrado enviar mensajes de acompañamiento y consuelo a aquellos que sufren por la enfermedad o por las consecuencias económicas de esta. Lo suyo, definitivamente, no es la empatía.

Por si fuera poco, no ha ocultado que su interés en este momento es hacerse reelegir y, establecida esa prioridad, el resto necesariamente ocupa un lugar secundario. Se ha enfrentado con gobernadores demócratas y ha amenazado con frenar ayudas a sus estados, parece estar más interesado en insultar a los medios y a los demócratas que en construir consensos nacionales para superar la crisis, y ahora le ha dado por enfocarse en un supuesto ‘Obamagate’ –un presunto escándalo de corrupción de la administración anterior que nadie entiende y poco o nada tiene que ver con las necesidades de su país en la actualidad–.

¿El resultado? Para comienzos de mayo, su favorabilidad había caído en 7 puntos porcentuales, dejándolo con un 43 por ciento de los encuestados con opiniones favorables de su gestión (porcentaje aún notablemente alto). Además, la intención de voto a favor de su reelección en estados indecisos empezó a flaquear. En estados como Virginia, Florida, Wisconsin, Míchigan, Carolina del Norte y Pensilvania, Joe Biden le ha venido sacando una ventaja importante a Trump. De hecho, en un lugar tan crucial como Florida, y dependiendo de la encuesta que uno mire, Biden está por encima de Trump con una ventaja de entre 3 y 7 puntos porcentuales.

Hasta ahora, la caída está lejos de ser inevitable y muchas cosas pueden pasar de aquí a noviembre. Entre otras, es posible que la narrativa de Trump de acuerdo con la cual su gobierno es el que mejor ha lidiado con la pandemia en el mundo (a pesar de ser uno de los epicentros de esta) funcione. Insistir en reabrir la economía, permitir que las congregaciones de fieles asistan en masa a los encuentros religiosos y que los fanáticos del deporte se encuentren de nuevo en los estadios puede darle resultado si, y solo si, ello no produce más contagio y más muertes. De lo contrario, el costo de tener un presidente alérgico a la comunidad científica y a los medios de comunicación, dos actores fundamentales en la superación de la pandemia, será demasiado alto para el estadounidense promedio.

SANDRA BORDA G.