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V., de nueve años, muestra un dibujo que resume su confinamiento, separada de su mejor amiga.- JAIRO VARGAS

Ansiedad y pena en el confinamiento: "Antes yo era una niñita feliz, no tenía todos estos miedos"

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—Mamá, ¿y si no puedo respirar por la nariz?
—Respirarás por la boca.
—¿Y si se me olvida que tengo que respirar cuando estoy dormida?
—Eso no se olvida. Es como pestañear, tu cuerpo lo hace sin que tú quieras.

Hace horas que ha caído la noche, pero V., una niña de nueve años, no quiere irse a la cama. En realidad, no quiere quedarse sola, aunque su madre esté apenas a dos metros, en la habitación contigua de un piso de 70 metros, en Madrid. Aunque deje la puerta abierta y la luz encendida, aunque suene de fondo una película. No quiere quedarse sola con sus pensamientos, muchos de ellos, totalmente nuevos o que, antes del confinamiento, no aparecían recubiertos de angustia.

"Ahora me dan pena muchas cosas y me preocupa el paso del tiempo y pienso que algún día me tendré que morir o que se morirán mamá o papá. No puedo oír hablar de asesinatos ni en las películas", afirma a Público, con la esperanza de que verbalizar lo que le pasa le sirva para sobrellevar mejor la reclusión. También para que otros niños sepan que no están solos, que aunque no pueden verse para decírselo, hay más como ella, llenos de nuevos miedos, atrapados en un bucle de días casi idénticos y con una tristeza recurrente ante la distancia que aún queda para recuperar la normalidad. V. espera que en septiembre todo se parezca un poco a su vida se siempre, "aunque a lo mejor hay que esperar a diciembre", se teme.

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Formar a los pediatras del sistema público en salud mental será básico para atender a los menores tras el confinamiento Marisa kohan

"Sé que la vida será un poco menos normal de lo que era antes", asegura. Y eso la tiene inquieta, como a todos, niños o adultos. Aunque en el caso de muchos menores, la incertidumbre ha ido más allá de la pandemia. V. a veces pregunta si puede caer un meteorito, se agobia por el cambio climático y la subida del nivel del mar o pide cambiar de canal si un lobo persigue a un ciervo en un documental. "Antes no tenía todos esos miedos. Yo era una niñita feliz que jugaba con mis amigos, y vino el maldito coronavirus y lo estropeó todo", se desahoga.

También ha dejado de leer libros de Sherlock Holmes e incluso de ver la serie Se ha escrito un crimen. "Ahora me da miedito, y eso que es para mayores de siete años", puntualiza. Fue durante un capítulo cuando tuvo su primera crisis de ansiedad, casi un mes después del inicio del confinamiento. Fue leve. Ella y su madre lo llamaron "el agobio" y, aunque ya ha aprendido a lidiar con él, de vez en cuando regresa. Casi siempre por la noche, a la hora de irse a la cama o "cuando hablo de él. Ahora me está dando un poquito. Noto como si me bailara la barriga, aunque ya me preocupa menos", dice mientras responde entusiasmada a las preguntas.

Su caso no es nada extraño. Según una encuesta internacional de Save de Children, cuatro de cada diez menores presentan síntomas de ansiedad a causa del confinamiento. En el caso español, tras 2.000 encuestas a familias de hogares con pocos recursos, el 25% aseguraba que ha aumentado el estrés y los problemas de convivencia. La ONG alerta de que "muchos de ellos podrían padecer trastornos psicológicos permanentes, como depresión" y varias asociaciones de profesionales de salud mental pediátrica prevén un aumento de los trastornos y de la demanda de atención "inasumible en Salud Mental, ya de por sí saturada", por lo que piden más medios.

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"Lo más difícil para un niño es convivir con la desesperanza de los adultos" Gorka Castillo

"Los niños lo sufren como los adultos, pero los ellos no tienen las herramientas mentales para lidiar con este nuevo sufrimiento"

"Es absolutamente normal que los niños sientan ansiedad en estas circunstancias. Al igual que ocurre con los adultos, pero los menores no tienen las mismas herramientas mentales para lidiar con este nuevo sufrimiento", tranquiliza Santiago Gil, psiquiatra en un centro de salud mental infantojuvenil de Madrid, que también advierte de los pocos recursos en la Comunidad de Madrid, sobre todo para casos de trastorno del espectro autista o con problemas de desarrollo, que lo están sufriendo mucho más, subraya.

Pide calma a la mayoría de familias. "No hay que psiquiatrizar reacciones son totalmente normales. Sería raro que los niños no lo estuvieran pasando mal, han perdido toda su rutina, que es fundamental para ellos. Es incluso sano que les pasen cosas", argumenta. Gil recuerda que la ansiedad tiene muchas formas de manifestarse y que no siempre es identificada por los padres ni es necesaria la atención médica. "Es importante hablar con ellos y que se expresen. También que sepan por qué ha pasado todo esto. Los niños son radares emocionales, pero no pueden contarse una historia que les calme", ilustra.

Si le preguntas, V. dice que lleva por lo menos cuatro meses confinada, aunque aún no ha llegado a los tres. Y de fondo, sobre todo al principio, sonaba una letanía en la que retumbaban las palabras contagio, hospitales, pandemia, muertos, distancia o seguridad, enumera. Sabe perfectamente los motivos de todo. "Hay un virus muy asqueroso, muy pequeñito. Al principio no nos interesaba porque pensábamos que en España no iba a haber, que solo había en China. Pero llegó a España y ahora es todo muy loco. Estamos todo el día diciendo a ver, ¿quién tiene más, China o España? Y luego dijo Pedro Sánchez que nos tenemos que quedar confinados para no contagiarnos", resume.

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Cinco personas, 35 metros cuadrados y cinco semanas de confinamiento JAIRO VARGAS

Lo más habitual en este momento, sostiene el psiquiatra Gil, son temores, pesadillas desagradables, problemas para dormir, mucha irritabilidad, un mayor nivel de sensibilidad y miedo a todo lo relacionado con la muerte, sobre todo cuando la edad ronda los diez años. "También hay somatizaciones de ese estrés", añade, que se traducen en dolores de tripa, de cabeza o pérdida de apetito.

"La primera vez pensé que iba a vomitar", reconoce V.

"Yo nunca, nunca había sentido eso", dice V. sobre su primer "agobio". "La primera vez pensé que iba a vomitar y yo tengo un miedo horripilante a vomitar. Era como si tuviera algo en la garganta", recuerda. El agobio apareció una noche, después de la cena, mientras Jessica Fletcher (Angela Lansbury) resolvía el enésimo crimen. Su madre teletrabajaba en otra habitación cuando V. irrumpió asustada. "Le conté lo que me pasaba y me dijo que era un agobio y que no me pasaba nada malo. Nos subimos a la azotea y nos tomamos una tila y hablamos mucho. Entonces ahora siempre tomo una tila por la noche", describe.

Ahora es raro el día que se acuesta en su cama. La hora de dormir se ha postergado inevitablemente varias horas y no quiere estar sola en ninguna habitación. "Ya no me gusta nada hablar de asesinatos y cosas así porque pienso que alguien va a entrar en mi casa o que hay alguien escondido cuando voy al cuarto de baño. Yo antes no tenía esos miedos".

Se ríe mientras lo describe, "ahora ya no me importa tanto porque sé perfectamente que es solo agobio, no es nada", apostilla mientras gesticula para describir la espiral de pensamientos que se retroalimentan en su cabeza cuando la ansiedad se deja notar. No es de extrañar que le ocurra todo esto cuando las imágenes que asocia a la palabra coronavirus pasan por "gente malita, viejitos malitos, gente muerta y un bicho que no se quiere pirar de esta ciudad", sentencia.

La atención y el teletrabajo

Los cambios han sido tantos y tan de golpe que, aunque los comprenda, no los ha asimilado ni cree que tenga que hacerlo. Se imagina cómo será volver al colegio, "con mascarillas, con las mesas separadas y con menos niños en clase". Es lo que ha oído. "¿Cómo va a ser el recreo? ¿ Tampoco podremos jugar con nadie?" Todavía no hay una respuesta. ¿Y cómo harán sus padres si tiene que ir al colegio menos días? "¿Quién va a cuidar a los niños?", se pregunta, porque se ha dado cuenta de que no le gusta que sus padres estén trabajando cuando ella está en casa.

Reconoce que necesita más atención que de costumbre, que tiene más preguntas que nunca, que está "más mimosa" y que no siempre es posible que le hagan todo el caso que demanda. Que sus padres "trabajan mucho rato" algunas veces. Son o han sido autónomos hasta hace muy poco, su casa ha sido siempre su lugar de trabajo, pero ahora también es diferente y le pone ansiosa esa presencia tan ausente que es el teletrabajo que se ha impuesto en muchos hogares.

"Mi madre dice que antes, cuando iba al cole, ella tenía siete horazas para trabajar. Y que cuando yo volvía tenía todo el tiempo para mí porque había hecho muchas cosas. Ahora creo que está un poco triste porque no puede hacerme tanto caso como cuando hay colegio, tiene que trabajar". Le angustia tener tan cerca a sus padres y no poder estar con ellos. "Pues no trabajes", dice muchas veces, aunque sabe que eso no es posible.

Un cumpleaños confinado

Pero no todo son miedos. También está la pena, la nostalgia y lo extraño de cualquier situación actual, como celebrar su cumpleaños en plena pandemia sin poder salir de casa, sin su pandilla, sin su familia. "Pensé que el coronavirus se iría antes de mi cumple pero al final no. Hice una videollamada de Zoom con siete amigos. Nos entendimos, pero mal", dice. No le gustan, "prefiero la llamada normal, no sé por qué, es un sentimiento indefinido". También le ocurre cuando le llaman sus abuelos. Dice que quiere estar con ellos, no verlos en una pantalla.

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V. coloca otro dibujo en la pared en el que muestra lo que más echa de menos tras casi tres meses confinada.- JAIRO VARGAS

Cuando se despidió de sus amigos, recuerda, se puso a llorar desconsolada. "Me daba mucha pena. Llevaba casi dos meses sin verlos y pensé que iba a tardar muchísimo en que se acabara el confinamiento, que faltaba mucho para jugar con ellos y para volver a clase", enumera. "Son todo cosas malas, por eso lloré tanto. Yo antes no lloraba por no ver a mis amigos", explica.

"A los niños nos afecta más no poder ver a los amigos que a los adultos", asegura la niña

Reconoce que ha podido estar con a alguno últimamente, en el parque de al lado de la casa de su padre, en la que reside semana alternas. "Ahora nos dejan salir un rato hasta las siete de la tarde y a veces quedo con alguno, sin tocarnos ni nada, claro. Pero, sin querer, a veces me acerco más de la cuenta y mi padre me dice todo el santo rato que deje la distancia de seguridad, y yo ya me empiezo a hartar y me enfado mucho. Sé perfectamente que tengo que mantener la distancia, pero a los niños nos afecta más no poder ver a los amigos que a los adultos", sentencia. "Nos veíamos todo el día, cinco días a la semana en el colegio, diez meses. Te familiarizas con ellos. Los adultos siempre tienen amigos en otros sitios a los que no pueden ver; aunque les dé pena, están más acostumbrados", dice.

V. no tiene hermanos y, durante todo el estado de alarma, apenas ha tenido contacto con otros niños, algo que agudiza cualquier sensación. Por eso, si se le pide que haga un dibujo de cómo ha sido para ella el confinamiento más restrictivo de toda Europa, ella se pinta a sí misma y a su mejor amiga separadas por un muro de ladrillo que solo puede sobrepasar una cuerda de florecillas.

"Aunque tengamos que estar separadas, ese ramito de flores es nuestra amistad, que lo sobrepasa", se explica. Al menos, tiene clara una cosa que ha leído en una pancarta del barrio de la casa de su madre y quiere que sea un mensaje para todos los niños que, como ella, están angustiados. "Después de una gran tormenta siempre sale el sol. No os preocupéis, niños, todo va a pasar", asegura sonriente. Este lunes, V. ha podido por fin jugar con su mejor amiga.