La “happycracia” o la obsesión por la felicidad

El pensamiento positivo puede generar tanto o más daño que el pesimismo, según coinciden numerosos investigadores y advierten varios psicólogos

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Aunque el optimismo es bueno para el ser humano, los investigadores creen que pretender ver todo desde el positivismo puede tener resultados adversos y crear una reacción falsa ante la realidad. (Archivo / GFRMedia)

Tienes que estar bien. Hay que ver el lado bueno. Sé positivo o positiva. Los mandatos pueden variar, pero siempre giran alrededor de esos imperativos de “buena onda” que los predicadores del “optimismo tóxico” endilgan a diestra y siniestra. Un reciente ensayo publicado por un psicólogo español y una socióloga israelí lo llamó “happycracia”.

Podría pensarse que el optimismo es la mejor cosa que puede pasarle a un ser humano. Y, en términos generales, es cierto. Pero a veces el pretender influir en forma positiva en una persona puede tener resultados adversos. De hecho, uno de los psicólogos consultados señaló que ha visto mucho esta actitud durante la pandemia, cuando las personas no pueden evitar la angustia, los temores y la imposibilidad de alcanzar estados positivos termina por acrecentar el malestar.

Un caso puede ser ilustrativo de este tipo de situaciones. Amalia tiene 26 años, es empleada y estudiante universitaria. Desde hace unos años padece de anorexia, está en tratamiento psicológico y aún no ha logrado superarlo. Sus amigas se desesperan tratando de ayudarla, pero Amalia suele escuchar sobre todo a su madre, sus tías y abuela materna. Se crio con ellas y desde siempre han tenido un enorme predicamento sobre su vida.

Su extrema delgadez es vista como un rasgo de “belleza” física por su familia materna. Lo cierto es que su anorexia llegó a un grado bastante preocupante: rechaza un alto número de alimentos y dejó de menstruar por varios meses.

Hace poco tiempo, a su regreso de un viaje, hizo una videollamada con toda su familia materna. “Pero qué gordita estás”, fue uno de los primeros comentarios que recibió. De nada valió que sus familiares le dijeran que el comentario era bien inspirado, “es por tu bien”, lo cierto es que ello supuso un enorme retroceso.

Algo similar ocurre con quienes pueden padecer una depresión profunda. El encajar los comentarios bienintencionados sobre “ser positivo” puede llevarlos a hundirse más en su depresión.

“Creo que eso también nos llevó a que en la pandemia haya habido gente que la sufrió tanto, porque si no tenías capacidad para estar solo, si no tenías resiliencia, si no tenías lenguaje para expresar tus emociones, si no tenías una red de sostén, si no te dabas tiempo para perder el tiempo, te agarró la pandemia y fue una sobredosis de cosas aparentemente negativas”, señala el psicólogo Alejandro de Barbieri.

Y recuerda que este exceso de positivismo ha sido señalado también por el filósofo surcoreano Buy Chul Han en su ensayo “La sociedad del cansancio”.

Lo cierto es que la felicidad, la necesidad de ser positivos, de ver la vida con optimismo incondicional se ha transformado en un bien de consumo habitual de las campañas publicitarias. Y ello no es mera coincidencia, sino que obedece a un fenómeno datado en la llamada segunda revolución conservadora de fines de la década de los noventa.

“Happycracia”

El término fue acuñado por el psicólogo español Edgar Cabanas y la socióloga israelí Eva Illouz, autores del ensayo que lleva este título - la suma de “happy” (felicidad) y “cracia” (del griego cratos, gobierno)- editado por Paidós en castellano. Los autores sostienen que esta corriente nació en 1998 en Estados Unidos y fue conocida como la ciencia de la felicidad, aunque la misma no estaba fundada sobre bases científicas escasas o nulas.

Una ciencia y una industria que vendían una noción de felicidad, apuntan Illouz y Cabanas, “al servicio de los valores impuestos por la revolución cultural neoliberal”: no hay problemas sociales estructurales sino deficiencias psicológicas individuales.

“Lo que vendría a sostener esta forma de pensar la felicidad es que en sí no existen los problemas sociales, estructurales, sino que son deficiencias psicológicas individuales lo que nos llevarían a no ser feliz”, explica, por su parte, la psicóloga Virgina Mattos, especializada en terapia familiar. La profesional señaló a Revista Domingo que, precisamente, ha podido constatar que el “optimismo tóxico” ha causado verdaderos estragos en algunas familias.

“Por lo tanto si no te va bien, si fracasas, si te enfermas, si eres pobre es porque tú no hiciste suficiente como persona”, razona Mattos. Lo cual constituye una alternativa por demás peligrosa.

“Esto lleva a pensar al hombre como un ciudadano individualista que no le debe nada a nadie, tiene lo que se merece. El éxito, el trabajo, la salud dependen no de cuestiones sociales entonces, sino de emociones, pensamientos, actitudes”, señala la especialista.

Las consecuencias negativas de esta suerte de inflación positivista son varias y casi tan graves como el más lacerante de los pesimismos. La experta consultada encuentra por lo menos cinco.

Intoxicación positiva

“Existirían como cinco consecuencias terribles con respecto al optimismo tóxico. En primer lugar, es una forma de mentirte a ti mismo porque no tienes en cuenta la realidad”, señala Virginia Mattos.

Esta actitud podría resultar devastadora frente a una enfermedad, por ejemplo. “El gran riesgo es que esa enfermedad no la trates como corresponda, no te hagas cargo de tu salud física, no vayas al médico porque tú todo lo puedes, en la medida que seas feliz y controles tus emociones todo te va a ir bien”, explica. Algo parecido pasa con los que salen sin tapabocas en plena pandemia; “a mí no me va a pasar nada”, razona el optimista.

“En segundo lugar comienzas a desarrollar una atención selectiva, eso significaría que como eres tan feliz todo lo vas a ver desde el lado positivo”, continúa.

Y recuerda el caso de parejas en las que, pese a los numerosos indicadores de violencia doméstica, la mujer se niega a verlos y halla argumentos para justificarlos: “Lo hace porque me quiere”, “me lo dice porque le importo”. “Un tercer aspecto es tender a dar pasos en dirección equivocada, que se podría con lo que dijimos antes”, añade.

La falta de un plan B o la imposibilidad de readaptarse a las circunstancias es otra de las consecuencias señaladas por la experta. Algo que ocurre actualmente con muchas personas que debieron “achicar” sus gastos debido al seguro de desempleo o directamente por la pérdida de este debido a la pandemia. Por último y también muy ligado a este son las expectativas irracionales.

“El optimismo como tal es necesario, en su justa medida, es lo que nos permite tener esperanzas de que las cosas van a ir bien”, puntualiza la psicóloga. Una vez más, una cuestión de dosis.