El ideólogo del Brexit provoca la peor crisis política del mandato de Johnson

La policía ha abierto una investigación sobre la conducta de Dominic Cummings

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Dominic Cummings (Durham, Reino Unido, 48 años) era el soplo de aire fresco, irreverente y brillante, que iba a ayudar a Boris Johnson a diseñar un nuevo país después del Brexit. Su rechazo a expresar remordimiento alguno por saltarse las reglas del confinamiento ha provocado un vendaval político que puede deteriorar irremediablemente el crédito político del primer ministro, justo en el momento en que su popularidad se reduce y la opinión pública cuestiona su errática estrategia de respuesta a la crisis del coronavirus. El Reino Unido es hoy el país europeo con mayor número de fallecidos.

Si Johnson pensó en un principio que podía zanjar el escándalo con una respuesta firme, se equivocó de pleno. El primer ministro compareció el domingo para defender a su asesor estrella y confirmarle en su puesto. Cummings, dijo Johnson, “había seguido los instintos de cualquier padre y había actuado de un modo razonable, legal e íntegro”. Una investigación conjunta de los diarios The Guardian y The Daily Mirror había revelado durante el fin de semana que el asesor viajó a finales de marzo 400 kilómetros, junto a su mujer y a su hijo de cuatro años, hasta la finca que sus padres poseen en la localidad de Durham. Su esposa, la periodista del semanario conservador The Spectator, había desarrollado síntomas severos de la covid-19. Ambos consideraron que lo más sensato era aislarse durante dos semanas en una vivienda contigua a la de sus padres, para que sus sobrinas adolescentes pudieran atender al pequeño. “Las reglas establecen claramente que, cuando se trata de niños pequeños, estamos hablando de circunstancias excepcionales, y creo que mi caso era una circunstancia excepcional”, ha explicado este lunes Cummings. El ideólogo de Downing Street, famoso por mantenerse siempre en un segundo plano y evitar a unos medios de comunicación que desprecia, ha tenido que pasar por el mal trago de someterse a las preguntas y reproches de los periodistas. En el jardín trasero de Downing Street, sentado ante una pequeña mesa improvisada, ha leído un comunicado previo con la confianza de que, una vez contada su versión de lo sucedido, las aguas se calmarían. Su mujer le había avisado por teléfono a punto de desmayarse. No disponía de ayuda en Londres para atender al niño. Condujo sin parar y llegó de noche a la finca. Se comunicó con sus padres a gritos, casi a cincuenta metros de distancia. “No me arrepiento de lo que hice. Fue razonable en las circunstancias en las que me hallaba”, ha insistido Cummings ante cada pregunta sobre su posible remordimiento.

Una hora después comparecía ante los medios el propio Johnson, y también se veía asediado por preguntas sobre el escándalo. “Ya ha dado sus explicaciones el señor Cummings, y creo que ha llegado el momento de que la opinión pública saque sus propias conclusiones sobre el asunto”, ha dicho un primer ministro irritado, que no disimulaba sus ganas de acelerar la rueda de prensa para que concluyera cuanto antes. “Por supuesto que no puedo dar mi apoyo incondicional a ningún miembro de mi equipo, pero creo que nadie ha cometido una ilegalidad”, ha asegurado Johnson. Dejaba así una puerta abierta a la posibilidad de que el escándalo no se difumine y sea necesario adoptar otras decisiones.

El maquiavélico hombre de confianza de Johnson ha pedido muestras de comprensión y empatía que en otro momento y para cualquier otra persona hubieran resultado humanas y razonables. Pero que difícilmente podía reclamar quien ha dejado un reguero de incontables enemigos políticos por el camino, y en un momento en el que la paciencia de la opinión pública británica se halla al límite. El asesor de afamado olfato político para detectar el estado de ánimo de la ciudadanía era incapaz de entender que, en ocasiones, la dimisión no es justa o injusta sino necesaria para proteger a tu superior directo, en este caso Johnson. “Hay un montón de enfado, pero creo que está basado en las informaciones aparecidas en los medios, que no son ciertas. Y resulta bastante lamentable que, después de advertir a esos medios de que algunas de las cosas que estaban contando no eran ciertas, siguieron contándolas”, intentaba explicar Cummings.

Pero algunas de esas cosas que los medios habían contado en las últimas horas, como el hecho de que algún testigo hubiera visto a Cummings, su mujer y su hijo paseando tranquilamente por los parajes de Barnard Castle, a poca distancia de Durham, tenían aún menos sentido después de su explicación. Contó Cummings que, pasadas las dos semanas de confinamiento y después de consultarlo con los médicos, decidió que era el momento de regresar a Londres. Pero aún dudaba de su estado de salud, y había tenido problemas con su visión durante el periodo de aislamiento. Así que su mujer y él decidieron hacer un ensayo previo y conducir con el niño durante media hora, para aparcar poco después y pasear tranquilamente por la orilla de un río. En ese momento, las recomendaciones oficiales prohibían los viajes no esenciales y apenas permitían salir al exterior para hacer un poco de ejercicio o ir a hacer la compra.

Ni siquiera su intento de lograr cierta complicidad, al contar que tuvo que llevar a su hijo al hospital durante esos días de aislamiento, ha conmovido a los periodistas. El pequeño dio negativo en la prueba del virus."¿No entiende usted que muchos ciudadanos, muchas madres o padres solteros, no disponían de esa segunda residencia segura? ¿No le parece un error transmitir la idea de que al final queda a juicio de cada uno en qué momento se puede o no saltar las reglas?", le preguntaban los periodistas con insistencia a un Cummings que mantuvo la calma, pero daba en todo momento la sensación de estar cansado de repetir una explicación que, a su juicio, lo aclaraba todo.

Más de veinte diputados conservadores, junto al resto de la oposición, han reclamado la dimisión de Cummings. Hasta cinco de los científicos que asesoran al Gobierno le han acusado de haber dado al traste con la estrategia comunicativa ante la crisis con sus acciones. La policía de Durham ha iniciado una investigación oficial sobre sus movimientos durante aquellos días de confinamiento. Y el propio Cummings ha acabado admitiendo un único error: no advertir a Johnson de su decisión antes de tomarla. Para entonces, el primer ministro ya había dado positivo y se había encerrado en Downing Street. No creyó conveniente molestarle con ese asunto, ni se imaginó entonces que la molestia se convertiría dos meses después en la mayor crisis política sufrida hasta el momento por el Gobierno Johnson.

La unanimidad con que la sociedad británica ha cuestionado el juicio de Dominic Cummings, y el del propio Johnson, ha puesto contra las cuerdas a Downing Street. Políticos, medios, científicos, médicos, juristas, y hasta los obispos, han arremetido contra la aparente irresponsabilidad del asesor estrella del primer ministro. Y le han reprochado el daño irreparable que ha provocado a la credibilidad de Johnson cuando más la necesita. “¿En qué estaban pensando estos dos?” ha titulado este lunes, junto a una foto del primer ministro y su gurú, el diario conservador The Daily Mail, el termómetro más ajustado del votante conservador medio. “La gente ha hecho un enorme sacrificio para seguir la letra y el espíritu de las recomendaciones del Gobierno. Algunos no han podido acompañar a miembros de la familia mientras morían. Y ahora vemos que hay unas reglas diferentes para la gente normal y otras para la élite y para los que trabajan en Downing Street”, ha dicho el obispo de Leeds, Nick Baines. Hasta una docena de miembros de la jerarquía de la anglicana Iglesia de Inglaterra han expresado su rabia ante el escándalo, después de verse forzados a mantener cerradas las puertas de iglesias y templos. Alguno de ellos ha llegado a aventurar una futura rebelión de los clérigos, que no estarían dispuestos a seguir colaborando con el Gobierno. Y la policía, que ha debido imponer durante estos meses unas medidas incómodas para muchos ciudadanos, anunciaba su temor a una desobediencia futura después del ejemplo de Cummings. “Lo que hizo el primer ministro ayer [al defender a su asesor] es complicar mucho la tarea de los que están en primer línea obligando a cumplir las medidas”, ha dicho Mike Barton, el ex comisario jefe de la Policía de Durham.