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Un profesional trabaja en la desinfección y limpieza de la entrada de la Biblioteca Nacional, hoy en Madrid.VICTOR SAINZ / EL PAÍS

La Biblioteca Nacional se da un baño

Un ejercicio de limpieza y desinfección de la institución y del Museo Arqueológico Nacional muestra los protocolos adecuados para la protección del patrimonio ante el regreso del público

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Las estatuas siguen ahí. Alfonso X el Sabio y San Isidoro permanecen sentados, uno al lado del otro, como siempre. Pero, a su alrededor, el mundo ha cambiado. Y también Madrid. Tanto que esta mañana, bajo la mirada de las dos esculturas que presiden su entrada principal, la Biblioteca Nacional parecía prepararse para una guerra bacteriológica. Y, sin embargo, solo estaba dándose un baño. En el fondo, como cualquier ciudadano: lavarse las manos nunca ha sido tan importante, también para los monumentos. Cosas del coronavirus, y de la nueva normalidad.

Ante la institución circulaban, pues, hombres y mujeres enfundados en monos blancos, muchas mascarillas —alguna incluso a lo Chernóbil— y un par de camionetas del ejército. El Ministerio de Cultura y la Unidad Militar de Emergencia (UME) habían organizado “un ejercicio para mostrar los protocolos de desinfección y protección del patrimonio cultural”, según la convocatoria del acto. “Es una actividad formativa, lo que se pretende es enseñar la metodología y los criterios de intervención ante un caso como este”, explicaba Ángel Luis de Sousa, coordinador del Plan Nacional de Gestión de Riesgos y Emergencias en Patrimonio Cultural.

Ante la institución circulaban hombres y mujeres enfundados en monos blancos, muchas mascarillas —alguna incluso a lo Chernóbil— y un par de camionetas del ejército

En concreto, 36 miembros de la UME y 12 restauradores participaron en la acción, repartidos en equipos mixtos, ante una treintena de asistentes. Armados con las llamadas mochilas de nebulización y con herramientas más comunes como las escobas, bañaron y limpiaron la valla que rodea la Biblioteca Nacional, así como los escalones de su entrada principal, al igual que el acceso al cercano Museo Arqueológico Nacional. Para un ojo inexperto, no distaba mucho de un común fregado de suelo.

Para aclarar las diferencias, estaba De Sousa: “Ante la difusión del uso de lejía o productos derivados de la química del cloro, altamente perjudiciales para el material constitutivo del patrimonio nacional, la Dirección General de Bellas Artes lanzó una nota de alerta. Esta acción es su secuela práctica. Se trata de desinfectar todas las superficies con contacto habitual con las personas, de cara a la reapertura”. Aunque, en realidad, la fecha de regreso a la actividad de la institución todavía se desconoce.

Primero, los trabajadores retiraron “la capa de suciedad, polvo o excrementos de aves”, informó De Sousa. Y, luego, pasaron a la desinfección, “con etanol al 70%”, y la limpieza, con la fórmula más sencilla: “Agua, sin ningún detergente”. El experto insistió en que no se trataba de una acción “única ni definitiva”, sino simplemente de una suerte de lección. Para ello también están las recomendaciones que publicó el Instituto de Patrimonio Cultural de España. Es probable, eso sí, que la escena se repita, idéntica o parecida, ante muchos museos e instituciones de España, a medida que se acerque la reapertura de sus puertas. Cuán a menudo habrá que limpiar y desinfectar lo establecerán los expertos, según De Sousa: dependerá de la afluencia de público. Y de la evolución del coronavirus. Como todo.

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