Señor Gatica...
by Carlos IrustaEsta carta imaginaria está escrita para usted, en su cumpleaños. La vida se lo llevó muy joven, a los 38, pero usted sigue vivo en el corazón de los amantes al boxeo.
Amado, discutido, rechazado y aplaudido, usted es una leyenda, Señor Gatica, y lo sabe.
Desde aquella niñez en Villa Mercedes de su provincia natal, en San Luis, hasta que la familia se vino a Buenos Aires. Vendedor de diarios. Lustrador de zapatos. Acumuló bronca y amasó sueños. Un día se puso un par de guantes y en la zona del Bajo se subió a un ring en la Mission to Seamen, para pelear por unas monedas que le tiraban marineros y curiosos para divertirse. Hasta que una vez, entre esos curiosos, se encontró un peluquero albanés que supo que ahí tenía enfrente algo diferente. Un ser distinto y un peleador de raza. Se llamaba Lázaro Koci y de su mano, Gatica se metió al boxeo.
Señor Gatica…
Sí, ya sé, no le pedí audiencia, como a usted le gusta, pero es su cumpleaños, ¿sabe? Y quería decirle que todavía hoy su nombre resuena cada vez que suena una campana llamando a pelear.
No, no lo voy a llamar Mono, no lo voy a ofender. Si quiere, le digo Tigre o Mazorquero, como usted prefiera. O José, como lo llamaban sus amigos. Ni voy a contar la historia de su vida, amasada en sangre, coraje, peleas, cenas de lujo, tristeza y miseria. Y soledad, justo usted, que llenaba el Luna Park.
Señor Gatica…
Usted sabe muy bien que cada vez que se tenía que enfrentarse con Alfredo Prada la cosa se iba a poner brava, por eso pelearon 6 veces, tres de aficionados y tres de profesionales y quedaron iguales… ¿Es cierto que ya en la primera se agarraron a los golpes a la salida del estadio, en la calle? Deje, no importa, en todos los casos, mejor recordar la leyenda.
Porque usted es leyenda, señor Gatica. De las que hoy se llaman leyendas urbanas. Como esas que dicen que era capaz de romperle todos los diarios a un vendedor y luego pagárselos con alguna Fragata, esos billetes de cien pesos que entonces eran un fortuna.
O de que cerraba los cabarets en sus tiempos de esplendor. O esa otra historia que dice que, a veces, después del pesaje, le decía al rival de turno:
-Disculpá, papito, esta noche te pongo nocaut rápido porque me tengo que ir a bailar, ¿sabés?
Y subía al ring con los símbolos del partido peronista en la bata. Porque el General y la Señora estaban en la primera fila del Luna Park. El General era Juan Domingo Perón y la Señora era María Eva Duarte, Evita, que era seguidora suya.
Noches de Luna lleno, con gente que se quedaba afuera porque ya no cabía más lugar cuando peleaba usted, señor Gatica.
Las tribunas lo amaban y como usted mismo decía, “Rugía la leonera” cuando aparecía. Y los “contras” del General, para poder expresarse, querían verlo ganar a Alfredo Prada. ¿Se acuerda? Mandíbulas rotas, manos quebradas, sangre, excitación. Se veían y estallaba la guerra, había mala sangre entre ustedes.
Señor Gatica…
El que viajó a Norteamérica y peleó con el campeón mundial Ike Williams, un 5 de enero de 1951 en el Madison de Nueva York y aunque todavía hoy se dicen cosas equivocadas, la leyenda puede más…
Que fue por el título mundial, pero no fue.
Que usted le puso la cara y que Ike lo noqueó de una sola mano, pero no fue así, porque usted cayó tres veces y siempre se levantó, buscando la pelea que no pudo encontrar.
Leyendas, señor Gatica.
No todas lo ayudan. Otras hablan de su fiereza, de su rencor, de su ensañamiento con los rivales. Y no falta quienes dicen que en algunas paradas bravas se dio vuelta.
Sea como sea, ¿Quién le quita los trajes extravagantes, las noches de Luna lleno, los cigarros con los que encendía los billetes de cien?¿Quién le quita aquella frase cuando le dio la mano al General, antes de subir al ring?
-Mi General, dos potencias se saludan.
O aquella otra,
-Yo nunca estuve en la política, porque siempre fui peronista.
Y que cuando ya el General Perón había sido derrocado en 1955, solía decir ante cualquier adversidad:
-Ya van a ver cuando vuelva el General…
Rebelde, obstinado, enemigo de los entrenamientos, peleador callejero, sin escuela, pero fiero, con esos ojos verdes de tigre que relumbraban en la noche.
Señor Gatica…
La historia registra que nunca fue campeón de nada. Que lo odiaban o lo amaban. Que a fuerza de cerrar cabarets, perdió los mejores años de su vida deportiva.
Los archivos informan que se retiró con 85 peleas ganadas, 72 por nocaut, 7 perdidas, un empate, una sin decisión. La última fue en el Lomas Park, un 6 de julio de 1956, cuando le ganó a Jesús Andreoli y vino la policía a llevárselo por peronista.
La tradición dice que tuvo que hacer una grotesca lucha con Karadagián para ganarse unos pesos y que, de recuerdo, le quedó una lesión en una pierna. Las viejas narraciones registran que ya no pudo caminar bien, pero que sus “contras” lo veían y decían, despectivamente:
-Ahí va Gatica borracho, como siempre…
Señor Gatica…
Leonard Favio hizo una película sobre usted y todavía hoy, en las matinés de la tele, es imposible no verla una y otra vez, tirando besitos a la popular bañado en sangre, con los compases de “Tanguera” de fondo.
Todavía hay quienes dicen que anduvo vendiendo muñequitos de diablitos rojos en la cancha de Independiente. Y quienes juran que, en realidad, lo hizo para ayudarlo al vendedor:
-Si los grito yo, te los vendo todos…
Luego, ese mismo domingo, el accidente, la caída bajo las ruedas del colectivo 95. La muerte absurda del 10 de noviembre de 1963 en el hospital Rawson, el velatorio en la Federación de Box, la entrada a la leyenda por la puerta grande.
Señor Gatica…
Perdón, no le pedí audiencia.
Quería decirle que hoy, 25 de mayo, cuando hubiera cumplido 95 años, el mundo del boxeo lo sigue extrañando.
No debe ser fácil ser una leyenda, Señor Gatica…